Los exámenes médicos debía hacérselos en ayunas. Sintió la madrugada, pues el laboratorio era al otro lado de la ciudad. Llevaba cinco años de inmunidad al dolor, desde aquella tarde en que Vanessa se fue. La enfermera bromeó sobre lo escondido de sus venas. La punzada no le dolió. Salió de los exámenes con ganas de caminar. Eran las 7 am. Pudo ver el decorado de prostitutas, vendedores, drogadictos, indigentes y trabajadores informales que a esa hora adornaban el centro de la ciudad. Estaba tan seguro del resultado positivo, como de la ausencia eterna de Vanessa. Así, en ayunas, decidió perderse entre esa multitud.
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