Felipe se dio una ducha, puso una botella de ron en la mesita de noche, se metió entre las cobijas, cogió el celular y marcó el número telefónico de Antonia. Contestó su hermana, Carolina. Le dijo que Antonia había salido temprano, que había dejado el celular y que no sabía a dónde fue ni a qué hora regresaba. Felipe le rogó que cuando volviera, le dijera que lo llamara, a cualquier hora.
Se llenó la boca de ron, lo retuvo unos segundos y se lo tragó lentamente. Mientras el licor bajaba por su garganta, pensó en Antonia, en la discusión que tuvieron el viernes en la tarde, en los seis meses que llevaban en problemas, en el disgusto que se le notaba a la familia de ella, en la mirada de ella, en los comentarios en la oficina. Cuando terminó de tragar toda la botella se quedó dormido. Lo despertó el sonido del teléfono. Sabía que era ella. Lo dejó sonar. Sabía que necesitaba otro trago para despertarse, pero la botella estaba vacía.
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