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miércoles, 18 de septiembre de 2019

El celular y la botella

Felipe se dio una ducha, puso una botella de ron en la mesita de noche, se metió entre las cobijas, cogió el celular y marcó el número telefónico de Antonia. Contestó su hermana, Carolina. Le dijo que Antonia había salido temprano, que había dejado el celular y que no sabía a dónde fue ni a qué hora regresaba. Felipe le rogó que cuando volviera, le dijera que lo llamara, a cualquier hora. 

Se llenó la boca de ron, lo retuvo unos segundos y se lo tragó lentamente. Mientras el licor bajaba por su garganta, pensó en Antonia, en la discusión que tuvieron el viernes en la tarde, en los seis meses  que llevaban en problemas, en el disgusto que se le notaba a la familia de ella, en la mirada de ella, en los comentarios en la oficina. Cuando terminó de tragar toda la botella se quedó dormido. Lo despertó el sonido del teléfono. Sabía que era ella. Lo dejó sonar. Sabía que necesitaba otro trago para despertarse, pero la botella estaba vacía. 

domingo, 15 de mayo de 2011

Amor de llamada

Eran las cuatro de la tarde de un viernes que marcaba una nueva época. Eliécer Jaramillo había salido de su casa diez minutos antes con la idea de llegar temprano a la vieja sala de redacción; había tomado la carrera 70 hasta la calle San Juan y mientras conducía lentamente intentaba negar con los movimientos de sus manos la ansiedad que reflejaba su mirada. A las cuatro en punto, como si se tratara de una cita previamente acordada, sonó el celular.  Eliécer contestó y en cuestión de dos o tres preguntas descubrió que se trataba de un número equivocado. Ninguno de los dos quiso colgar. Ocho días después, Eliécer y María comenzaron una época rara de felicidad y angustia, de mucho sexo y pasión, y de un sentimiento que se terminó seis meses después, justo por una llamada al celular.