Eran las cuatro de la tarde de un viernes que marcaba una nueva época. Eliécer Jaramillo había salido de su casa diez minutos antes con la idea de llegar temprano a la vieja sala de redacción; había tomado la carrera 70 hasta la calle San Juan y mientras conducía lentamente intentaba negar con los movimientos de sus manos la ansiedad que reflejaba su mirada. A las cuatro en punto, como si se tratara de una cita previamente acordada, sonó el celular. Eliécer contestó y en cuestión de dos o tres preguntas descubrió que se trataba de un número equivocado. Ninguno de los dos quiso colgar. Ocho días después, Eliécer y María comenzaron una época rara de felicidad y angustia, de mucho sexo y pasión, y de un sentimiento que se terminó seis meses después, justo por una llamada al celular.
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