Felipe tenía el cabello largo y los ideales cortos. Esa mañana, cuando despertó, llovía torrencialmente. Se levantó, se asomó a la ventana y sintió unas extrañas ganas de trotar bajo la lluvia. Salió a la calle con espíritu de atleta, pero a medida que fueron pasando las horas, sintió angustia existencial. Su respiración y su ritmo cardiaco se acompasaron con cada paso que daba. Horas más tarde, el planeta giraba al mismo ritmo de los pasos de Felipe. Después de 14 días entendió que si se detenía el mundo se detendría con él. Desde entonces no ha dejado de llover.
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