domingo, 26 de enero de 2025

El asaltante

Juan Antonio nunca se imaginó que lo despedirían de la empresa. Cuando lo hicieron, nunca supo por qué. La decisión lo tomó por sorpresa y la asumió con buen humor. No se preocupó en lo mínimo, pues creía que con su hoja de vida y sus contactos no tendría problema en encontrar trabajo rápidamente en otro lugar. 

Estaba comprometido con Sara, una joven intelectual de 26 años de edad, negociadora internacional, que trabajaba con una empresa minera gigantesca. Él vivía en un pequeño apartamento en el Norte. Ella, en una mansión campestre con sus padres en las afueras de la ciudad. Faltaban 3 meses para la boda y la mamá de Sara ya había hecho toda la planeación con una empresa de wedding planners

Juan Antonio tenía 34 años de edad y trabajaba como contador en una empresa importadora de sillas y productos de plástico. Era un profesional destacado, con liderazgo en su equipo de trabajo y con el reconocimiento de todos en la empresa por su puntualidad, su caballerosidad y la calma con la que tomaba las decisiones en los momentos tensos. Su intempestiva salida de la compañía los sorprendió a todos. 

Con Sara, había acordado casarse después de que ella se graduara de la especialización en gestión aduanera que estaba terminando. Llevaban 4 años de novios. Un mes después de la salida de Juan de la trabajo, acordaron posponer la fecha mientras él volvía a organizar su vida laboral. 

Quiso mantener el nivel de vida que llevaba y empezó a gastarse el dinero que le dieron por la liquidación. Rápidamente le tocó empezar a vivir con lo que tenía ahorrado. Pasados 4 meses, decidió no volver a pagar el arriendo del apartamento en el Norte y pasarse a uno más pequeño en un barrio de estrato 3, en el occidente, a pesar del disgusto de Sara. 

La situación se le puso difícil, no tenía parientes en la ciudad y ninguno de sus pocos amigos pudo o quiso ayudarle. Le pidió ayuda a algunos de sus excompañeros de trabajo hasta que descubrió que estaba absolutamente solo. Al quinto mes vendió todo lo que tenía: la ropa, la moto, los relojes, los muebles, la cadena que había heredado de su papá, el celular y el escudo de oro que le habían dado cuando cumplió los cinco años de servicio en la importadora. Sara no volvió a contestarle las llamadas que empezó a hacerle desde el teléfono minutero de la farmacia y tiempo después, una vez que le marcó al número de la casa, le dejó la razón de que no la volviera a molestar más.       

El día que llegó la policía al barrio a buscarlo con una orden de desalojo por incumplimiento de pago no supo qué hacer. Aceptó que era demasiado difícil encontrar un empleo formal. Para conseguir algo de dinero empezó a vender cosas en la calle: lapiceros, galletas, confites y bolsas de basura. Recolectó cartones y botellas para venderlos como reciclaje y empezó a dormir en pensiones en las que pagaba la noche. 

Al séptimo mes la situación se le volvió caótica e inmanejable. Se le empezaron a dañar los diente y ya no tenía ropa para cambiarse. Pensó en suicidarse pero le faltaron agallas, las mismas que sí tuvo para empezar a robar. Al principio, les robaba a los borrachos en las noches. Luego, siguió con las ancianas que madrugaban a los oficios religiosos. Después, empezó a hacerlo en las ciclorrutas y finalmente lo hizo en todo momento y a todo tipo de personas. 

Se asumió como delincuente profesional y en su nuevo oficio aplicó los conocimientos que tenía de contador. Administró el dinero que conseguía, se compró un revolver y una moto de alto ciclindraje, se arregló la dentadura, compró ropa lujosa y alquiló una habitación en un barrio de estrato 3. En el mundo del hampa se ganó rápidamente el respeto por su seriedad y la forma metódica como planeaba los asaltos. Lideró una banda y empezó a robar bancos y casas lujosas en las afueras de la ciudad. 

Después de haber asaltado la empresa importadora de plásticos y de dar el gran golpe al robar en las oficinas administrativas de una empresa minera gigantesca se enamoró de una de las mujeres de su banda llamada Sara y se fue a vivir con ella en una apartamento al norte de la ciudad. 


domingo, 5 de enero de 2025

Obsesiones

Pensé en ella muchos días. Quedé impactado con su figura esbelta, su lunar en la mejilla, los hoyuelos que generaba su sonrisa y su calidez al hablar. Luciano, mi primo, me la presentó cuando salíamos de jugar un partido en Itagüí y llegamos al parque para tomarnos una cerveza. Ellos se conocían porque estudiaban juntos una tecnología en logística y yo la conocí porque el destino nos cruzó 20 minutos que fueron muy especiales, pero finalmente, fugaces.

Por timidez o estupidez, que en cosas del amor son lo mismo, no le pedí su número. Ella se fue con su hermano en la moto y yo me quedé con los muchachos del equipo. Varias veces le pregunté a Luciano por ella, pero nunca me quiso dar su contacto; no sé si por celos, por cuidarla de mí, o simplemente porque cada que hablábamos de mujeres él terminaba haciendo chistes y burlas y desviando el tema.

Durante casi tres meses estuve yendo al mismo sitio en Itagüí los sábados en la tarde a tomarme una cerveza y a buscar a Salomé entre los numerosos transeúntes del parque. Nunca más la vi.

Ya pasaron 12 años desde aquel encuentro. El fútbol, los compañeros de aquel equipo y hasta mi primo Luciano hacen parte de mi pasado. Mi presente son los libros. Mi trabajo como editor encajó con mis pasiones y con mis estudios en Literatura y Filología. Viví solo, tengo una biblioteca gigante y un gato, no tengo redes sociales y siempre prefiero la soledad, la calma y el silencio.

Esta mañana salí caminando de mi apartamento para la editorial. Generalmente voy en la moto, pero hoy decidí irme a pie. Tomé la Calle 33 y luego la Avenida Nutibara. Al llegar al segundo semáforo una mujer que venía caminando en sentido contrario se quedó mirándome con sorpresa, sonrió y se paró frente a mí diciendo:

- “Juan Carlos… ¡Juan Carlos! 

La miré extrañado porque en un primer momento no la reconocí. Pensé que podría ser alguna excompañera del pregrado, una de esas vecinas del edificio que nunca te cruzas de frente, una de las vendedoras nuevas de la editorial o alguna prima lejana con las que uno no tiene contacto.

- “Sí, soy yo”, respondí con timidez mientras detenía mi paso. Y en tono respetuoso pregunté: “Disculpa, ¿tú eres…?”

- “Soy Salomé, Juan. ¿No me recuerdas? Nos presentó tu primo Luciano hace años en Itagüí”.

Era una mujer atractiva, con el cabello un poco desordenado y una pinta casual. Me fijé en su cara. Los hoyuelos de Venus eran un poco más marcados, el lunar se destacaba en su mejilla y su voz seguía teniendo la misma calidez.

-  “Perdón, perdón. Es que tengo una pésima memoria y ha pasado mucho tiempo, pero ya te ubiqué. Eres Salomé, ¡la que te fuiste en la moto con tu hermano!”, le dije, mientras miraba el reloj.

Me escuchó con atención y con una sonrisa inacabable. Se me acercó tanto que me sentí intimidado. Me miró fijamente y soltó una frase directa.

- “Sabes una cosa, nunca he dejado de pensar en ti”

No supe qué decir. Di un paso hacia atrás para sentirme seguro, volvía mirar el reloj y me afané a decir:

- “Qué rico saber de ti y volver a verte, pero te soy sincero, voy un poco retrasado. Tengo una reunión demasiado importante a dos cuadras de acá”. Saqué la libreta pequeña que siempre llevo en el bolsillo y un lapicero. “Dame tu número y te marco ahorita”.

- “Si quieres me haces una llamada perdida y ahí quedamos registrados”, dijo ella.

- “Mejor no, este celular mío es corporativo y está muy expuesto”, alcancé a responder. 

Ella ya tenía la libreta en su mano, procedió a escribir el número y dibujó un corazón al lado de su nombre. Me lo entregó y volvió a sonreír. 

- “Ojalá no te me pierdas otros 12 años, un mes y 17 días. Mucha suerte en tu reunión. Por si algo, voy al centro comercial y estaré allá toda la mañana”, dijo, mientras me daba un beso en la mejilla. Yo me despedí rápido y me fui caminando de prisa.

Al cruzar la siguiente calle, arranqué la página y tiré el papel con el número en el primer bote de basura que vi. y decidí no volver a pasar por esa calle en mi vida. Tengo claro que mis obsesiones ahora son literarias.