Cuando llegué al piso 43 miré para abajo. Las personas parecían hormigas y los carros pequeños juguetes. Sin avisar, el vértigo me atacó y no me dio tiempo de reaccionar. A pesar del fuerte mareo, seguí subiendo lentamente, sin saber cuándo encontraría la terraza a la que pienso llegar para jugar con los carros de juguete que llevo en el bolsillo.