Isabel era terca, por eso nunca declinó en su iniciativa de desarrollar un proyecto emprendedor. Tuvo tienda, vendió minutos de celular, montó una papelería, comercializó productos de belleza, fracasó con una peluquería y durante algún tiempo luchó con la venta de chance y lotería. No tuvo fortuna y nunca logró un buen capital. Su terquedad la llevó a luchar con las letras y a meterse en un proyecto editorial; fue lo último que quiso hacer en la vida. Invirtió sus últimos 12 años de vida en una novela, que como proyecto hizo honor a su título: "Letra muerta".