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jueves, 17 de octubre de 2024

El último envión

Seis años después de la primera discusión fuerte en la terraza del Hotel Caribe II en Cartagena, el fracaso era el mismo. No importaba el lugar, siempre sus encuentros terminaban mal. Fernando estaba cansado, pero no quería cerrar el ciclo sin intentarlo una última vez. Cuando vio a Cristina cruzar la puerta del restaurante, se mentalizó en que este sería su esfuerzo final. 

Estaba convencido de que ella lo amaba mucho, aunque era consciente que no tanto como él. Este era el único argumento para no declinar en la relación, pero no le servía de explicación ante sus amigos que lo calificaban de tonto cada que les hablaba de ella. 

Las discusiones con Cristina por asuntos insulsos se habían vuelto mucho más frecuentes que sus encuentros presenciales. Todas las conversaciones derivaban en peleas. Esta vez, Fernando llegó con la intención de que todo fuera diferente. Haberla citado al restaurante Nauplia, de comida griego, el preferido de ella, había sido su señal subliminal de querer enderezar las cosas.     

Cristina llegó agitada porque creyó que era muy tarde. Lo era. Llegó a las 8:40 a la cita de las 7:00 p.m.  Su saludo fue frío, pero amable. No se excusó. Tenía puesto el collar que Fernando le regaló cuando cumplieron los cinco años de relación y lucía una falda ajustada, que él asumió como un indicio inconsciente de ella.  

- “¿Quieres mirar la carta?” preguntó él. “Para beber ya te pedí este Ouzo que tanto te gusta”, dijo él dejando escapar una sonrisa. 

- “No quiero licor”, respondió ella con la misma frialdad del saludo. Miró a la mesera, que estaba muy cerca, y le pidió una soda con jugo de limón.

El grupo familiar y los amigos de Fernando le advirtieron desde el principio que Cristina solo era un reto pasajero para él. Había sido reina departamental y trabajó como modelo unos años. Todos, menos él, creyeron que si enamoraba  a una mujer como ella, saldría rápidamente a busca otra. No fue así. A pesar de las habituales y fuertes peleas, juntos habían logrado construir una relación duradera y medianamente estable, que ahora pendía de un hilo.  

- "Gracias por venir. Valoro mucho que estés acá", dijo él.

- "Estaba cerca, y aproveché porque quería aclarar algunos puntos contigo", respondié ella, justo cuando llegó la soda. La respuesta le golpeó el alma a Fernando, que prefirió guardar silencio mientras la mesera le echaba el jugo de limón a la soda de Cristina. 

Fernando había esperado una hora y media. No se impacientó ni sintió rabia, pero la actitud de ella en sus primeras tres frases obró como detonante. 

- "Más que claridades sobre puntos", comentó Fernando, "te llamé para proponerte que nos ocupemos de uno solo: evitar que se derrumbe lo que hemos construido". 

- "No te engañes, Fernando. Nunca se hacen edificios en terrenos pantanosos", respondió Cristina mientras tomaba el primer sorbo de su soda. 

En las cuentas de él, llevaban 9 años de relación, aunque los últimos 6 habían sido demasiados los choques. En las cuentas de ella, la suma daba solo 6 años de problemas. 

 - "Disculpen", intervino en el micrófono de la tarima el administrador del restaurante, justo cuando se estaban subiendo los músicos. "¿Alguno de ustedes es el dueño del Logan gris de placas LNX 840? Es que quedó mal parqueado y los agentes de tránsito pasan mucho por acá". 

Fernando cogió el llavero, el celular y la billetera que estaban en la mesa, se levantó de la silla y salió rápidamente. Cristina se quedó sentada y desentendida.  

Cuarenta minutos después, con la comida en la mesa, se acordó de que el carro de Fernando era un Ford Fiesta azul que habían estrenado hace un mes para ir de paseo al Occidente. Pensó un rato en la razón por la que habría cambiado de carro tan rápido. Media hora más tarde, cuando terminó de comer, se resignó a seguir esperándolo.