La lluvia de la tarde se confundía con su llanto. Eran las seis, el aguacero comenzó a la una y ella lloraba desde las tres. Pensó que su nombre no era casual. Después de una larga temporada calurosa, el corazón de Magdalena estaba azotado por un frío invernal. Ya no amaba, sino que sufría. Ya no ardía de pasión sino que sentía que su cuerpo congelaba sus deseos. Esa tarde, mirando la lluvia pertinaz, lamentó vivir en el trópico, donde no había estaciones; sino fenómenos infantiles.