El agua cubría la calle. Salimos del hotel en el auto de Luisa. Aunque puso las plumillas en la velocidad más alta se veía muy poco. Caía granizo. Tomamos la avenida principal para buscar la salida hacia la capital. La calle estaba vacía, sin vida. Se percibía un silencio triste. Lo único que se movía afuera eran las copas del los árboles, mecidas por un ventarrón. Llegamos al semáforo de la carrera 15. Cambió a verde, como si nos esperara.
El frío nos había contagiado y ninguno de los dos se animaba a hablar. Presentí que a pesar del silencio ella estaba de buen humor, como si intuyera que algo agradable podría ocurrir. Me miró y sus ojos brillaron. Sentí que quería decirme algo, pero le advertí que ya lo habíamos dicho todo. "Venimos de un aguacero de emociones y ya empezó a escampar", le dije. "En invierno solo escampa para cargar nuevamente las nubes", replicó. Justo en ese momento, perdió el control de auto.