Las primeras goteras cayeron sobre mi frente. La lluvia se llevó el paseo dominical de los habitantes de los estratos altos y el techo de los que el fin de semana viven en los estratos bajos con la misma angustia de los días llamados normales. El fuerte aguacero de aquella tarde en Medellín inundó muchos de los barrios de las laderas de la ciudad al tiempo que despejó mis dudas y mis pensamientos frente a la decisión tomada la noche anterior. Hacer justicia por mi propia cuenta era mi cometido y la pertinaz lluvia que cayó hasta la media noche colaboró con el toque lúgubre al ambiente en el que cometí el delito. A la mañana siguiente, mientras los organismos de socorro recogían a más de un damnificado, un grupo de fiscales levantaba el cadáver de la mujer que jugó con los sentimientos de un hombre del que desconocía su instinto asesino.
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