Hay una edad en la que el mundo comienza a verse en perspectiva; en la que el ser humano empieza a tomar distancia para empezar a comprender muchas de las cosas ocurridas. Anoche, mientras sentía en mi cara ese calor húmedo y lluvioso propio de los países tropicales como el nuestro, en una habitación de un viejo hotel viví la soledad de quien sabe que es menos el tiempo que le queda por vivir que el que ha acumulado en su sobrevivencia. Por primera vez tuve eso que llaman “mirada panorámica”. Desde la ventana miré la ciudad y la vi ajena, distinta y lenta. Eran las tres de la madrugada y en las calles la gente desapareció y le dio paso al frío cemento mojado por la intermitente lluvia. Mecánicamente prendí el televisor, pero en sus 130 canales no encontré ninguna compañía. Tampoco la hallé en internet, pues en las salas de chat y en el Messenger solo estaban conectados algunos extraños con quienes un saludo de dos líneas era demasiado texto para compartir. Miré nuevamente por la ventana del hotel y en cada detalle de aquellas calles que se pronunciaban hacia el infinito empecé a recordar, a soñar y a sentir la verdadera soledad. Era lunes, Medellín se extendía solitaria cinco pisos debajo de mí, y en la habitación 503 sentí por primera vez que la edad otoñal había llegado.
Así como la juventud está en la mente, la edad otoñal está en el corazón...por eso pesa más.
ResponderEliminarEso lo entendemos cuando ya hemos salido de la primera y acercándonos a la segunda.
EliminarUy! Muy bueno, sobre todo las últimas 7 lineas.
ResponderEliminarLas de la soledad.
Eliminar