En la habitación solo quedaba una mujer de espaldas al mundo. Le hacían compañía una almohada blanca, una lámpara encendida y un radio gangoso que en voz baja vomitaba música popular. Afuera, Medellín recibía temerosa la peligrosa noche mientras que en aquella pieza se escenificaba una sanguinaria lucha entre la mujer y ella misma.
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