Se encontraban siempre a la salida del trabajo. Andrés salía más temprano y la esperaba un rato mirando vitrinas y antojándose de cosas que nunca iba a comprar. Susana llegaba cada día unos minutos más tarde que a él se le volvieron poco a poco horas de tedio. Él insistía en invitarla a su apartamento a cenar algo ligero. Ella era rápida para evadir la invitación con excusas que eran poco creíbles. Así fueron pasando citas, idas a cine, tomadas de cerveza y encuentros eventuales con amigos de la oficina de ella y compañeros del barrio de Andrés. Siempre salieron acompañados. Era como un ritual. Ella nunca le aceptó la invitación a cenar. Poco a poco el amor de Andrés por Susana se murió de hambre.
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