sábado, 26 de octubre de 2024

¿Sigues dormido?

 "¿Sigues dormido?", le preguntó Andrea. “¡El mundo girando y tú ni te das cuenta!", le recriminó. 

Breiner estaba solo en la habitación de su apartamento, boca abajo, sin cobija, somnoliento y cansado de tener la misma pesadilla todas las noches. "¿De dónde sale la maldita voz de Andrea?", se preguntó. Miró a los cuatro rincones de la habitación y como siempre, se levantó bruscamente para saber de dónde provenía. 

"¿No te aburres con la insípida vida que llevas?", "¿Cuándo vas a comprometerte?", “¿cuándo vas a decidir volver a vivir de verdad?”, le dijo la voz con tono fuerte, de regaño.

Breiner miró el reloj de su celular. Eran las 5:24 de la mañana. Era jueves y empezaba octubre. Se asomó por la ventana,  abrió la puerta del baño, revisó el clóset y buscó inútilmente. "¿Quién te crees para juzgarme?" le replicó a la voz mirando el techo de la habitación. 

Todas las noches se repetía la misma historia. Cuando por fin podía conciliar el sueño aparecía la voz de Andrea a retarlo. Sin rostro. Sin presencia física. "¡La verdad, me das lástima!", le recriminó esta vez. De su primera aparición a hoy habían pasado 4 años. De la última vez que habló presencialmente con ella, 6. Había empacado su ropa, los libros y todos sus recuerdos. Se había ido un jueves de octubre en la madrugada. Había desaparecido sin dejar rastro alguno. Ni él, ni la familia, ni los amigos de Andrea habían podido ubicarla.

"¡Al menos ya te hice dar rabia! Temía que te hubieras muerto de verdad", le dijo la voz de Andrea, que retumbaba en la habitación.

Contrario a lo que la voz le reprochaba, aquella mañana Breiner se sintió más vivo que nunca. Le fastidiaba que un fantasma lo estuviera cuestionando. Caminó de un lado a otro de la habitación. Seguía buscando el cuerpo de Andrea, que no paraba de hablarle. La voz se oía con la misma intensidad en cualquier rincón del apartamento. 

"Me voy, ya cumplí mi tarea. Al menos te hice dar rabia. Nos volvemos a encontrar muy pronto, te lo prometo. Ah, y no me busques; soy difícil de hallar... Y tú tienes mucho qué hacer", le advirtió la voz, con un tono de desprecio y burla. 

Breiner sentía que estaba alucinando, y sabía que Andrea lo había retado. Necesitaba despejarse. Para terminar de enloquecerse, decidió salir a rodar. Se despertó, se cambió rápidamente, cogió la bicicleta y salió hacia el ascensor. Cuando llegó a la calle se lamentó de no haber llevado ni las gafas ni los guantes. Siempre se le quedaba algo. 

Tomó la calle que bajaba desde su apartamento hasta la autopista. Eran siete cuadras. Llegó a la vía principal y tomó la ruta  hacia el Norte. 

Mientras rodaba, recordó las palabras de Andrea en las reiterativas pesadillas. Por primera vez reconoció que ella tenía toda la razón. Llevaba dormido en vida casi 6 años. En lugar de ser el protagonista de su propia historia se había convertido en un simple espectador de la misma. Solo se sentía vivo cuando la voz Andrea aparecía para generarle horror y rabia. 

En el primer repecho, se le escapó un grito, que asustó a los pocos transeúntes que iban por la acera iniciando su jornada. "¡Ya verás quién es el muerto!", vociferó. Al ver la reacción de la gente agregó entre carcajadas estridentes: "¡Huyan de este loco!". 

Así siguió el camino durante casi 50 kilómetros, Mientras avanzaba, la furia histérica y los gritos aumentaban en las mismas proporciones que su cansancio y que la soRpresa de quienes lo veían pasar. Cuando llegó al retorno, sintió que se había despertado. Paró junto a una caseta, respiró profundo, tomó agua y repasó visualmente la escena. Descubrió que por otro olvido se había puesto las zapatillas de ciclismo sin medias. Sintió algo terrible. “¡Qué irá a decir Andrea esta noche!”, pensó, y tomó la vía de regreso. 



 

  


jueves, 17 de octubre de 2024

El último envión

Seis años después de la primera discusión fuerte en la terraza del Hotel Caribe II en Cartagena, el fracaso era el mismo. No importaba el lugar, siempre sus encuentros terminaban mal. Fernando estaba cansado, pero no quería cerrar el ciclo sin intentarlo una última vez. Cuando vio a Cristina cruzar la puerta del restaurante, se mentalizó en que este sería su esfuerzo final. 

Estaba convencido de que ella lo amaba mucho, aunque era consciente que no tanto como él. Este era el único argumento para no declinar en la relación, pero no le servía de explicación ante sus amigos que lo calificaban de tonto cada que les hablaba de ella. 

Las discusiones con Cristina por asuntos insulsos se habían vuelto mucho más frecuentes que sus encuentros presenciales. Todas las conversaciones derivaban en peleas. Esta vez, Fernando llegó con la intención de que todo fuera diferente. Haberla citado al restaurante Nauplia, de comida griego, el preferido de ella, había sido su señal subliminal de querer enderezar las cosas.     

Cristina llegó agitada porque creyó que era muy tarde. Lo era. Llegó a las 8:40 a la cita de las 7:00 p.m.  Su saludo fue frío, pero amable. No se excusó. Tenía puesto el collar que Fernando le regaló cuando cumplieron los cinco años de relación y lucía una falda ajustada, que él asumió como un indicio inconsciente de ella.  

- “¿Quieres mirar la carta?” preguntó él. “Para beber ya te pedí este Ouzo que tanto te gusta”, dijo él dejando escapar una sonrisa. 

- “No quiero licor”, respondió ella con la misma frialdad del saludo. Miró a la mesera, que estaba muy cerca, y le pidió una soda con jugo de limón.

El grupo familiar y los amigos de Fernando le advirtieron desde el principio que Cristina solo era un reto pasajero para él. Había sido reina departamental y trabajó como modelo unos años. Todos, menos él, creyeron que si enamoraba  a una mujer como ella, saldría rápidamente a busca otra. No fue así. A pesar de las habituales y fuertes peleas, juntos habían logrado construir una relación duradera y medianamente estable, que ahora pendía de un hilo.  

- "Gracias por venir. Valoro mucho que estés acá", dijo él.

- "Estaba cerca, y aproveché porque quería aclarar algunos puntos contigo", respondié ella, justo cuando llegó la soda. La respuesta le golpeó el alma a Fernando, que prefirió guardar silencio mientras la mesera le echaba el jugo de limón a la soda de Cristina. 

Fernando había esperado una hora y media. No se impacientó ni sintió rabia, pero la actitud de ella en sus primeras tres frases obró como detonante. 

- "Más que claridades sobre puntos", comentó Fernando, "te llamé para proponerte que nos ocupemos de uno solo: evitar que se derrumbe lo que hemos construido". 

- "No te engañes, Fernando. Nunca se hacen edificios en terrenos pantanosos", respondió Cristina mientras tomaba el primer sorbo de su soda. 

En las cuentas de él, llevaban 9 años de relación, aunque los últimos 6 habían sido demasiados los choques. En las cuentas de ella, la suma daba solo 6 años de problemas. 

 - "Disculpen", intervino en el micrófono de la tarima el administrador del restaurante, justo cuando se estaban subiendo los músicos. "¿Alguno de ustedes es el dueño del Logan gris de placas LNX 840? Es que quedó mal parqueado y los agentes de tránsito pasan mucho por acá". 

Fernando cogió el llavero, el celular y la billetera que estaban en la mesa, se levantó de la silla y salió rápidamente. Cristina se quedó sentada y desentendida.  

Cuarenta minutos después, con la comida en la mesa, se acordó de que el carro de Fernando era un Ford Fiesta azul que habían estrenado hace un mes para ir de paseo al Occidente. Pensó un rato en la razón por la que habría cambiado de carro tan rápido. Media hora más tarde, cuando terminó de comer, se resignó a seguir esperándolo. 

 




 

lunes, 7 de octubre de 2024

Amor sin cabida

Camila nunca había esperado una llamada con tanta ansiedad. Miguel le había prometido comprar una Sim Card y comunicarse con ella justo cuando regresara al país para "concretar todo". El vuelo, según le contó Julio, el hermano de Miguel, debía haber aterrizado a la media noche.  

 Eran las 6:00 de la tarde. La intranquilidad vivida a lo largo del día la había obligado a tomarse nueve cafés. Estaba acelerada. Al fin y al cabo, caviló en medio de la angustia, a los cuarenta y tres años de edad ya no solo es urgente resolver el amor en la piel sino también en el bolsillo y en el corazón.  

 Por segunda vez en su vida se le había avivado la esperanza de que la casualidad de conocer a alguien se transformara en una relación estable y "para toda la vida". La primera vez, con Alberto, todo terminó en una ilusión. Después de 5 años de relación, hicieron todos los planes de la boda, contrataron el salón, hicieron la lista de invitados y hasta compraron los vestidos, pero una semana antes de la fecha fijada él prefirió irse a Panamá de urgencia con la excusa de la enfermedad de su hermana. Nunca regresó. 

 Esta vez sentía que con Miguel iba a ser diferente. Se conocieron en un bar de rock en la calle 29. En los primeros dos años, vivieron con intensidad muchas noches de rumba, moteles, música y alcohol. Después, cuando él comenzó a estudiar su maestría pasaron a una vida menos convulsionada donde abundaron las conversaciones y los diálogos largos de corte filosófico en el balcón del apartamento de él. El sentimiento de culpa en Hegel, el existencialismo de Heidegger, la metafísica de la muerte y el amor mirado por la filosofía desde Platón hasta Barthes. Camila era una abogada recién graduada, pero tenía un gusto particular por la filosofía cultivado en múltiples lecturas y varios podcasts. Después del grado de él, y antes del viaje de él a España, para su último año del doctorado, hablaron del futuro y de los planes para hacer una vida juntos. 

Antes del viaje vivieron noches tiernas y llenas de amor. En los últimos dos meses, las videollamadas diarias habían adquirido un tono de discusión y pelea. Camila reconocía que el instinto que había desarrollado como abogada para interpretar los casos a la luz de las leyes no le servía para nada en asuntos del corazón. A las 10:00 p.m. no se aguantó más y le mandó un mensaje de audio a Julio, preguntándole si sabía algo de Miguel. La respuesta llegó a la media noche: "llegó, pero se ocupó en otros asuntos".  

 Esa noche tuvo un sueño extraño del que despertó con la certeza de que el amor con Miguel no tendría cabida ni en la piel ni el alma.  Por segunda vez en su vida la ruta de la existencia fue totalmente opuesta a la de sus anhelos. 



martes, 1 de octubre de 2024

Profundo vacío

En el lugar que ocupó el deseo toda la noche se metió un profundo vacío al amanecer. Cada que hacían el amor, Lorenzo madrugaba angustiado y Mariana se sentía deshabitada. Llevaban ocho años sintiendo lo mismo y ocultándoselo al otro. Curiosamente, el despertador del celular de ambos estaba puesto a las 6:16 a.m. El sonido no los sorprendió porque ambos habían abierto los ojos una hora antes, dándose la espalda, sin mirarse y con la misma sensación extraña de todas las veces. 

Ella simuló querer agregar unos minutos más de sueño evasor. Él aprovechó para levantarse rápidamente y meterse a la ducha. Lo que seguía ya era casi un ritual. Lorenzo salía de la ducha, tomaba su teléfono para fingir hablar con dos o tres abogados de la firma, darles instrucciones y recomendar acciones mientras él llegaba "lo antes posible". Mariana se vestía rápidamente sin bañarse, se peinaba y se maquillaba un poco, pedía un Uber y se despedía rápidamente porque según decía: "el carro confirmó que en tres minutos llega". 

El resto de la mañana siempre era igual para los dos. Él llegaba a la oficina y ella al gimnasia donde trabajaba y ambos sentían la necesidad de un poco más "de algo" que o sabían qué era. Lorenzo tomaba café cada media hora y Mariana comía maní salado sin pausa. 

Era miércoles. Lorenzo siempre le decía a sus compañeros del despacho de abogados, que los miércoles eran los días ideales para tomar las decisiones más importantes. Después del almuerzo y de pensarlo desde el desayuno, decidió escribirle una nota breve, clara y contundente a Mariana. Abrió el WhatsApp y digitó: "La paradoja de estar contigo es que la felicidad de una buena noche se transforma siempre en un desconsuelo eterno". 

Mariana estaba dictando su clase de spinning. Cuando terminó, se sentó en la cafetería del gimnasio y leyó el mensaje. Volvió a sentirse desolada. Aunque lo dudó, respondió de inmediato con otra sentencia breve: "No es paradoja aquello que es lógico. La vida siempre es otra después de hacer el amor". 

Lorenzo acababa de entrar a otra de esas reuniones largas, tediosas y mal planeadas. Revisó el mensaje. Pensó para responder algo rápido y apeló a un emoticón de una cara avergonzada. A renglón seguido puso la frase de todos los miércoles en la tarde: "Nos vemos el martes en la noche en el apartamento, para la otra vida".