"Es una gran historia, déjame escribirla", le rogó el periodista con un evidente nudo en la garganta producto de la emoción con la que vivía el oficio. "Si quieres, la escribo acá en el portátil, la redacto bajo tu supervisión, tú la lees, le ponemos o le quitamos lo que tú quieras, y si no te gusta pues ya está, la borramos y no pasa nada. Déjame intentarlo, igual sabes que respetaré tu decisión", insistió.
La mirada inquisidora de quien fuera años atrás su compañera de pupitre no lo intimidó para emprender el trabajo sentados en una cafetería de la estación. Los dedos índice llevaron el ritmo de la escritura que no duró más de dos tintos. No fue fácil darle orden a la historia. Él, absorbido por el texto no se dio cuenta de que comenzaba a llover.
Después de leer las dos páginas en las que Restrepo condensó lo vivido por ella en las últimas dos semanas le lanzó un "no me gusta en absoluto" que fue lapidario. "Ya te dije que no quiero que esto se sepa, ni siquiera por intermedio tuyo".
Restrepo sabía que por ética periodística no podía violar ese acuerdo con la fuente, y más tratándose de Tatiana. "No te preocupes, simplemente se borra y ya está", explicó él con cara de desconsuelo. Mientras pedían el tercer tinto de la tarde, ella lo miró por primera vez a los ojos como no lo hacía hace 12 años para decirle una de esas frases de ella que siempre le quedaban zumbando: "Entiéndelo, no es tu historia, es la mía".