jueves, 1 de marzo de 2018

A rueda

Se iniciaron en el ciclismo como un hobbie. Con el pasar de las rodadas, lo convirtieron en una práctica diaria. Lo hicieron su estilo de vida, pero ambos eran extremadamente competitivos. Felipe, empezó a ganar las clásicas para recreativos. Juliana hizo algunas carreras en los circuitos nacionales de pista.  Llegaron los títulos para ambos, y nunca más volvieron a rodar juntos.  Felipe le dijo que a ella era difícil seguirle el ritmo; porque a veces era iracunda, otras veces autoritaria, algunos días temeraria, y de vez en cuando arbitraria. 

martes, 6 de febrero de 2018

Recuerdos peligrosos

Mientra sorbían lentamente aquel café, el último que tomaron juntos, recordaron todas las veces que estuvieron a punta de matarse: la pelea en el hotel de Nueva York cuando fueron de vacaciones a conocer la nieve y él se pasó de copas, la tarde en Buenos Aires cuando ella le descubrió en el celular una infidelidad llena de emoticones, la noche en Quito en un auto alquilado cuando ella lo amenazó con irse y él aceleró conduciendo como loco, y el día en que él le contó que se iba a Roma con Claudia supuestamente a trabajar en un proyecto fotográfico y ella enfurecida intentó herirlo con un cuchillo. El café no alcanzó para más recuerdos. Ya en el avión, en la soledad de un vuelo Bogotá-París sin tiquete de regreso, él  repasó las veces que con ella casi se muere de la risa. 

martes, 30 de enero de 2018

En el diván

No podía creerlo. La misma chica rubia de cabello en cascada que él sentaba en sus rodillas cuando la adolescencia en explotaba su cuerpo era la misma mujer madura que ahora lo tenía acostado en el Diván tratando de encontrarle causas a su locura tardía de su cerebro otoñal.

No tuvo que contarle sus recuerdos de infancia. Tampoco tuvo que hablarle de sus antecedentes familiares. No hubo datos ni detalles; solo miradas y un pequeño quejido. Por primera vez en su vida, una sicóloga no le interpretó el pasado imposible. Se atrevió a soñarle el incierto futuro. 

lunes, 1 de enero de 2018

Perdido en el tiempo

Comenzamos a caminar por unas calles mojadas como nunca antes un primero de enero. La soledad, el silencio y el frío daban la sensación de estar en país nórdico; la preocupación nos mantenía en  nuestra ciudad, distinta y extraña, pero nuestra. Alcancé a contar 20 semáforos. El panorama no cambió. La preocupación aumentó. Desde que terminó la pólvora en la madrugada estábamos buscando a Simón, salió furioso cuando faltaban cinco para las 12. Al parecer, se perdió en le tiempo.     

lunes, 8 de mayo de 2017

Amor Fulminante

Esteban Jaime le insistió al médico que la cirugía debería ser lo antes posible. El dolor cada vez era más intenso, y aunque ya le habían advertido que la operación era de alto riesgo, no quería esperar más. El pecho no le daban tiempo.  El doctor Ramírez lo miró con cara de abogado que acaba de perder un litigio. "Yo preferiría esperar, para estabilizarle la presión y mirar unos nuevos exámenes", indicó el galeno, y añadió con cierta inseguridad: "pero si usted firma estos papeles, la hacemos el próximo lunes, entonces". De inmediato, llamó a su secretaria para que adelantara los trámites y para que recibiera el dinero en efectivo que había llevado el paciente en unas bolsas de plástico.  

El intenso dolor hizo que el lunes se demorara en llegar. No le avisó a nadie, y se presentó a la clínica en compañía de un amigo con cara de guardaespaldas de película italiana, que se quedó esperando  las noticias que el médico nunca trajo. Cuando lo entraban al quirófano, el infarto fue fulminante. La pena de amor era tan honda que su corazón estalló.

martes, 11 de abril de 2017

El Círculo de Fadil

Fadil decidió ser escritor porque la chica linda del barrio dijo alguna vez en una reunión del grupo juvenil que le gustaban los escritores. Él, que estaba a su lado esa tarde y que no veía cómo llamar su atención, concluyó que el camino era ese: escribir. No era bueno para bailar, mucho menos para beber y tampoco para trabajar. No tenía buena voz, no era alto, no tenía ritmo y tampoco dinero. Era tímido, tenía demasiado acné, no era capaz de sostener una conversación con una chica que le gustara y no era bueno para jugar al fútbol. A ella le gustaban los escritores y él se propuso serlo.

De la chica no volvió a saber nada. Le perdió la pista en esos años de juventud. Mientras él peleaba con la gramática, la ortografía y la sintaxis, ella decidió salir con uno de los muchachos que tenía el poder en uno de los combos de la época.  Hoy, ella lee sus novelas en silencio, tratando de buscar en ellas una chica del grupo juvenil. 

miércoles, 22 de febrero de 2017

Historia ajena

"Es una gran historia, déjame escribirla", le rogó el periodista con un evidente nudo en la garganta producto de la emoción con la que vivía el oficio. "Si quieres, la escribo acá en el portátil, la redacto bajo tu supervisión, tú la lees, le ponemos o le quitamos lo que tú quieras, y si no te gusta pues ya está, la borramos y no pasa nada. Déjame intentarlo, igual sabes que respetaré tu decisión", insistió.

La mirada inquisidora de quien fuera años atrás su compañera de pupitre no lo intimidó para emprender el trabajo sentados en una cafetería de la estación. Los dedos índice llevaron el ritmo de la escritura que no duró más de dos tintos. No fue fácil darle orden a la historia. Él, absorbido por el texto no se dio cuenta de que comenzaba a llover. 

Después de leer las dos páginas en las que Restrepo condensó lo vivido por ella en las últimas dos semanas le  lanzó un "no me gusta en absoluto" que fue lapidario. "Ya te dije que no quiero que esto se sepa, ni siquiera por intermedio tuyo".  

Restrepo sabía que por ética periodística no podía violar ese acuerdo con la fuente, y más tratándose de Tatiana. "No te preocupes, simplemente se borra y ya está", explicó él con cara de desconsuelo. Mientras pedían el tercer tinto de la tarde, ella lo miró por primera vez a los ojos como no lo hacía hace 12 años para decirle una de esas frases de ella que siempre le quedaban zumbando: "Entiéndelo, no es tu historia, es la mía".  


domingo, 1 de enero de 2017

Colapsó

En el despacho del director no cabían dos personas; al menos dos que pudieran considerarse "normales". Andy era muy alto, pero tenía una voz delgada, y sus lentes ocultaban la cobardía de quien respeta la autoridad solo por el cargo más no por el conocimiento, el tacto o el carisma de la persona que en ese momento lo increpaba por el error. El doctor López era dueño de un cuerpo voluminoso, una reputación de ogro y una petulancia fofa. Tanta, que la oficina se veía muy reducida para aquella reunión. 

"Seré breve", dijo el doctor López. Y prosiguió: "Este tipo de errores son los que llevan a una empresa al colapso. Voy a salir a almorzar y cuando regrese, no quiero verlo más por acá". 

Dos horas después, Andy, desde unos de los cerros tutelares de la ciudad, veía cómo la empresa se derrumbaba en pedazos sobre el carro del director, que venía ingresando justo en el momento de la explosión. López regresaba de almorzar pastas cargadas de espinaca. 

sábado, 23 de abril de 2016

Amor de ficción

El amor entre Diana y Julián se alimentaba de cuentos. Él, agente viajero que vivía entre aeropuertos y hoteles, le escribía ficciones en cada rincón del mundo en el que lo cogía la noche. Ella, destacada docente universitaria de física cuántica, imaginaba aquellas historias cada noche mientras miraba el mapamundi de su agenda y ubicaba su destino. Los cuentos de Julián estaban escritos a mano en hojas sueltas, en cuadernos sin ningún orden, al respaldo de volantes comerciales y en algunas servilletas. Él los escribía para Diana, pero ella le pidió que nunca se los enviara.  Imaginar sus textos, las situaciones que en ellos se planteaban y sus finales inesperados; incluso, imaginar a Julián escribiéndo para ella en un cualquier rincón del mundo era la forma que había escogido para alimentar a diario aquel amor de ficción. 

domingo, 3 de enero de 2016

la bibliotecaria y el lector

Seis horas después se levantó de la silla. Había terminado de leer la novela que la misma bibliotecaria, que no paró de mirarle toda la tarde, le había recomendado. Dejó el libro en la mesa y salió con un simple "gracias" en voz baja. Cuando se marchó, Bibiana simuló estar ocupada clasificando algunos libros nuevos y correspondió con un "con gusto" que sonó a susurro. Cinco minutos después, cuando hizo ronda para recoger los libros de las mesas, sin saber por qué, vio la novela abierta en la última página, la dejó allí, leyó la última línea y sintió un profundo alivio. "Porque los sentimientos tienen su lugar", decía. 

Desde aquella noche, cada que se sentaba a hacer sus oficios detrás del mostrador de la biblioteca alzaba la cabeza y miraba a la mesa con la impresión de que aquel lector que nunca volvió seguía allí sentado. 

martes, 29 de diciembre de 2015

Historias a medias

Siempre que hablaban formaban la misma escena: ella sentada en posición de yoga, inclinada hacia adelante y mirándolo a los ojos; él sentado frente a ella, sin cruzar los pies, con el cuerpo hacia atrás, con su mano derecha apoyada en el suelo y sus ojos en dirección a la lámpara. La verdad, la que hablaba era Julia porque Luis solo escuchaba y asentía con la cabeza. Ambos bebían vino hasta que el reloj marcaba las 10:00. Justo a esa hora, ella interrumpía su monólogo y él se ponía de pie para un corto ritual de despedida. Las historias que contaba Julia, pensaba Luis, se parecían a sus relaciones... Nunca tenían el mismo libreto pero siempre se quedaban sin final. 

martes, 8 de diciembre de 2015

En el bar de la U

Hacía ocho meses que frecuentaban el mismo sitio: una de esas especies raras de bar-fotocopiadora-papelería-restaurante que hay al frete de cada universidad. Allí se sentaban todos los viernes después de las 6, en medio de sillas rojas, un ruido infernal, crispetas frías y más gente que espacio. Él, en tercer semestre de ingeniería, prefería hacerse siempre en el rincón debajo de las escalas de madera. Ella, en primero de sicología, se ubicaba a la entrada del bar, para hacer sus primeros pinitos de lo que llamaba "etnografía de la cotidianidad". En casi dos semestres, nunca se hablaron; se cruzaron todo tipo miradas y gestos que los hicieron amigos de ocasión, conocidos de la U y hasta confidentes silenciosos. La densidad de aquel sitio tenía energías concentradas, uno que otro fantasma escondido y algunas fotocopias de capítulos aislado de Ricour, Barbero y Levi-Strauss olvidadas en cualquier mesa. En ese antro del saber y la cerveza se estableció aquella relación sin palabras, que solo intimó cuando migró a los emoticones del whatsApp. 

jueves, 1 de octubre de 2015

Silencios

Se llamaba Eveline, con i latina como la de Joyce, y también era vendedora, como la del cuento; aunque ella insistía en que le reconocieran el rótulo de "ejecutiva de ventas", que en la práctica era lo mismo. Siempre estaba en el parque, sentada, en ropa deportiva, al final de las tardes. Desde el primer día, cuando él llegaba, empezaban todo tipo de conversaciones banales, que se prolongaban por horas. A ella parecía no importarle demasiado perder el tiempo con él hablando de todo y de nada. Un miércoles, en una tarde opaca, fue ella le que le propuso hablar de asuntos sustanciales.  Fue entonces cuando aparecieron los peligrosos y prolongados silencios. 

domingo, 20 de septiembre de 2015

El hombre del brandy

Entró al bar de siempre. Se sentó en el mismo sitio, al final de la barra, en la silla de madera. Aunque había mucha gente, por alguna extraña coincidencia, durante 12 largos años, la silla del rincón siempre estaba libre. No llovía, ni era época de invierno, pero como todos los viernes, repitió el ritual: descargó el paraguas, se quitó la chaqueta, pidió un brandy y se puso a tararear el mismo tema musical de los viernes a esa hora. Terminado el disco, el único que sonaba dos veces seguidas en aquel antro salsero, pagó en efectivo, tomó los billetes de la devuelta y dejó las monedas de propina. 

La chica que atendía la barra aquella noche era nueva y estaba en entrenamiento. No dijo nada, pero pensó en el hombre extraño del que le hablaban sus compañeras, el señor del paraguas que viene lo viernes y que cuando se va  deja su presencia. Dos horas más tarde le ocurrió lo que tanto le habían advertido: cada que miraba el rincón al final de la barra, tenía la incómoda sensación de que alguien levantaba la mano para pedir un brandy. 

sábado, 21 de marzo de 2015

La prueba

Los exámenes médicos debía hacérselos en ayunas. Sintió la madrugada, pues el laboratorio era al otro lado de la ciudad. Llevaba cinco años de inmunidad al dolor, desde aquella tarde en que Vanessa se fue. La enfermera bromeó sobre lo escondido de sus venas. La punzada no le dolió. Salió de los exámenes con ganas de caminar. Eran las 7 am. Pudo ver el decorado de prostitutas, vendedores, drogadictos, indigentes y trabajadores informales que a esa hora adornaban el centro de la ciudad. Estaba tan seguro del resultado positivo, como de la ausencia eterna de Vanessa. Así, en ayunas, decidió perderse entre esa multitud.

martes, 20 de enero de 2015

El contador de días

Eran las 3:00 de la mañana. Jairo miró por la ventana y solo vio la monotonía de la calle. Llevó a la biblioteca la novela que había terminado y la cual consideró tan pasiva como la ciudad de esa hora. Se sirvió un vino y lo sorbió intentando encontrar un sabor que lo sacara de aquel letargo. Nada qué hacer: la ciudad, la novel, el vino y su vida transcurrían sin novedad. Se sentó en el sillón y decidió esperar a que el tiempo pasara. Desde entonces s un simple contador de días.  

miércoles, 7 de enero de 2015

Cuentos iniciados

A Henry, como a todos, se le dificultaba escribir. Siempre que lo intentaba, tenía claro cómo empezar pero tras la primera línea sus ideas huían. Tenía una ventaja frente a los de su generación: era persistente. Lo intentaba a diario. Hacía bosquejos, ponía en el papel lluvias de ideas, anotaba cada cosa que se le venía a la cabeza y coleccionaba cuadernos en los que intentaba darle forma escrita a su imaginación. Todas sus ideas, en absoluto, se quedaban inconclusas. También tenía una desventaja frente a los de su grupo: su modus vivendi era la escritura; tenía que producir textos para poder vivir. Su único oficio era el de escritor. 

El año pasado, ante la premura de la editorial por una nueva publicación hizo un compendio con varios de sus cuadernos y se los mandó a su editor. En poco tiempo, "Cuentos iniciados" se convirtió en un Best Seller y Henry...   

viernes, 2 de enero de 2015

Otra noche de fútbol en la ciudad

Las 11:52. El sonido de los disparos se confundía con el de la pólvora. En la ciudad de la periferia celebraban los hinchas del equipo color marrón. En la ciudad central, lloraban los hinchas del equipo color rosa. En toda la ciudad, la gente corría espantada. Unos lo hacían de miedo a los gases de la policía, y otros por el afán de llegar a la casa a ver en televisión la repetición de los goles. En el colectivo rumbo a casa, dos señores con cara de abuelos jubilados, pero con pinta y salario de maestros discutían sobre el fenómeno: "Los fanáticos de fútbol son así. Amenazan a periodistas, directivos y jugadores", decía el más crítico de los dos. "Pero pasados unos días se matan entre ellos, en las tribunas o en las calles, da igual", sentenció el otro. "Así es, justo en ese momento, es cuando se olvidan de los periodistas; y viceversa", apunté yo, tratando de entrar en la conversación.  

lunes, 10 de noviembre de 2014

Colegas

Salió del juzgado en medio de la consternación por el veredicto. Era viernes. A pesar de estar fuertemente custodiado, un mar de cámaras y micrófonos lo ahogó cuando intentaba bajar las escalas. Miró su reloj y entendió que era la hora de los informes en directo. Entre la avalancha de preguntas sin orden y sin sentido, se impuso la voz fuerte de un periodista, de eso sin edad, con una cara gris y un traje venido a menos, que más que respuestas le exigía una confesión. Detuvo su paso de inmediato. Miró al veterano periodista y lo vio con los ojos fruncidos, como buscando un agujero entre sus cejas. Sin pensarlo, escupió una respuesta casi tan abrupta como las preguntas que le habían lanzaban. "Por culpa de colegas como ustedes", dijo. Luego se montó al vehículo. Esa tarde recordó una frase de un profesor de la Universidad: los periodistas son tan peligrosos como un adolescente drogado portando una pistola. 


lunes, 27 de octubre de 2014

Premoniciones

Aunque nunca supo por qué, aquel nombre "Tuniche" en la etiqueta de la botella siempre le causó gracia. Tal vez esa sonrisa evocadora pero inexplicable que le generaba esa curiosa palabra en la etiqueta había convertido al frasco en una de las pocas cosas sobrevivientes en el viejo y vacío caserón; pero le había llegado su hora. Se había dado cuenta que esa noche tenía demasiadas premoniciones de desgracia y quería alejarlas. Quitó el corcho sin olerlo y se bebió la botella completa, de un solo sorbo.  En cuestión de minutos, se quedó dormido. Despertó 12 horas después con un fuerte dolor de cabeza, y cuando intentó levantarse, miró a su lado y vio las premoniciones, plácidas y seguras, durmiendo a su lado. 

domingo, 12 de octubre de 2014

Desde el punto penal

A Rafael le incomodaba demasiado el ritual de entrenar lanzamientos desde los 12 pasos. Para él, esta parte de la práctica no era más que un fusilamiento continuo, innecesario y aburridor del arquero del mismo equipo. Nada especial, solo perdida de tiempo. No había público ni prensa que presionara, como en los partidos que él llamaba "de verdad". Siempre pregonó que cuando se llegaba a esta instancia era porque ninguno de los dos equipos había merecido ganar, y que de ahí en adelante el asunto no era más que de "mísera suerte". De allí, que generalmente se desentendiera de esta parte de la práctica, se acostara en la cancha y se dedicara a mirar las nubes. 

Eso sí, en esta ocasión, tener a su compañero Pérez al frente, a quien apodaban "El Imbatible", como objetivo en la mira, significaba algo especial. Esta vez no puso el dorso contra la hierba para aislarse de la práctica, sino que para sorpresa de todos en el equipo pidió ser el primero en probar desde los 12 pasos. Acomodó el balón, tomó cinco pasos de distancia y despachó un verdadero misil hacia la puerta; hacia el portero. "Le pegó como con rabia", dijo más tarde Restrepo, el utilero del equipo cuando llegaron los directivos del club a indagar por lo que había pasado. 

Rafael cambió de club. Se fue a un equipo de segunda, que en dos años logró el ascenso. Allí esperó con paciencia tres años más, mientras cosechaba triunfos y marcaba goles. Una tarde de domingo, el fútbol lo puso nuevamente frente a Pérez. Esta vez en la definición del título de Liga. Antes del cobro, Rafael se acercó a Pérez y le dijo al oído: "Pocas veces la vida te da la posibilidad de fusilar simbólicamente a quien se quedó con la mujer que has amado en silencio". 

 

martes, 1 de julio de 2014

Sin diván

No había diván, pero Augusto no paraba de hablar. Le contó todos los detalles de la discusión que tuvo con Juliana la noche anterior. Le detalló día a día los tortuosos tres años que llevaba viviendo con ella. Le habló de sus incomprensiones, del día que tuvo que amarrarla porque quería herirlo con un puñal y del problema en que según él se había vuelto todo. Finalmente, le confesó sus reincidentes intenciones entre suicidas y asesinas, y le detalló todo lo ocurrido. Cuando paró de hablar, miró al frente. Allí seguía ella, escuchándolo sin intervenir, con una grabadora en la mesa, un diploma de abogada en la pared y un letrero traslúcido en la puerta que decía: "Fiscal 4". No había diván.  

domingo, 4 de mayo de 2014

Ginebra con limonada

Solo se me ocurrió pedir una ginebra con limonada. Este trago, algo exótico para un menor de edad procedente de un barrio marginal, lo conocí un día que el papá de una amiga rica se embriagó con sus amigos mientras yo pasaba la pena de conocer a toda la familia. El mesero me lanzó una mirada inquisidora, la cual calmé con un billete sobre la mesa. Estaba tomándome un trago en el bar más costoso que había en la ciudad, como se lo había prometido a ella desde el primero hasta el último día. Tanto el anciano que me atendió como yo sabíamos que mi trago era de clase, pero yo no.

Lo probé, lo saboreé y empecé a tomármelo con lentitud. Cuando iba por la mitad, subí la copa a la altura de la cabeza y grité con fuerza ante la mirada de sorpresa y de reproche de los pocos asistentes al bar aquella noche de martes: ¡a tu salud!... El silencio fue cómplice de aquel momento casi eterno, que solo se rompió con la escandalosa aparición de los 10 policías que entraron por mí. Un asesino de mujeres como yo, a los 17 años de edad, podía darse el lujo de tener una celebración con clase, pero no un arresto silencioso.

jueves, 17 de abril de 2014

Amistad a todo precio

"Todos tenemos un precio", sentenció aquella abogada gorda mientras me explicaba que para poder dejar libre a mi primo Juan necesitábamos de la declaración de Ospina. "Ni él ni yo lo tenemos", le repliqué. "Los principios no se negocian, y sé que él tiene unos tan firmes como los míos", agregué. 

La doctora era una mujer "culta", famosa por su habilidad verbal; así que no le dí tiempos largos para exponer o argumentar. La obligué a hablar con intervenciones cortas, lo que sabía que la incomodaba bastante. "Lo suyo está claro, prefiere hundirse en esta cloaca; pero Ospina está afuera y si usted lo convence... ", "Le repito que es intachable", interpelé. "Nunca haría algo ilegal. Meto la mano al fuego por él. Por eso, ni yo le diría que lo hiciera, ni él esperaría que yo se lo propusiera, y sé que él jamás haría lago así, ni siquiera por esa cantidad de dinero". 

La abogada me miraba con unos ojos obesos como su cuerpo. Era exitosa. No había perdido un solo caso en varios años, pero todos sabían que sus estrategias "jurídicas" eran el engaño y la manipulación. "Ya verá que en dos días declara", sentenció antes de salir.

Ospina había sido un profesional recto. Lo conocí en la Universidad y desde entonces fuimos amigos. Tenía cuerpo de basquetbolista, cara de predicador y mente de teniente. Le gustaba la lectura. Tenía tres hijos y una hoja de vida intachable en sus doce años de trabajo como ingeniero residente en diferentes obras. Hacía ocho meses que no lo veía, desde el día en que me encerraron por acompañar a mi primo a una vuelta por el barrio. 

Era jueves el día que me llamaron a la oficina del director. Estaban él y la abogada. Yo llegué antes que mi primo. La cita era para los dos. "Tiene usted un amigo que lo aprecia demasiado", dijo la abogada con tono de dictadora, y agregó, "Ospina lo aprecia tanto que confesó la verdad". El director me miró complaciente y anunció: "tengo en mis mano la boleta de salida. No quiero problemas. Así que salgan antes de que a él lo entren. Nunca es bueno que un par de hombres buenos, que han pagado casi nueve meses de  cárcel injustamente, se encentren en un pasillo con el culpable de esa injusticia".  Mi primo me abrazó fuerte. 

martes, 15 de abril de 2014

El último contrato

El viejo portón verde de madera que daba a la calle Bolivia y que había sido conservado como entrada al edificio y como recuerdo de la arquitectura colonial derrumbada por el desarrollo, se abrió a las 11:38 de la noche. El portero me despidió con una frase habitual y aplicable a toda la ciudad: "tenga cuidado, que este sector es muy peligroso".  En la recepción me esperaba una pareja de desconocidos, con quienes debía cerrar el negocio. 

No cruzamos más palabras que las de un frío saludo. Tanto ellos como yo, habríamos evitado aquel encuentro de haber sido posible. Salimos en busca de algo de comer, sabiendo que a esa hora el centro de la ciudad es un hervidero social. Ellos llevaban el contrato en un sobre de manila de tamaño oficio y solo necesitaban mi firma, y yo llevaba todas las intenciones de estampar mi rúbrica en aquel maldito papel. 

En el camino hasta la pizzería repasé a mis acompañantes. Ella vestía unos jeans desteñidos y una camiseta que alguna vez fue negra, su pelo estaba en desorden y su cara guardaba muchos interrogantes. Él, vestía un traje formal, pero olvidado. Caminaban mirando al piso, evitaban a la gente y en todo el recorrido nunca me miraron a los ojos. 

Pedímos gaseosa con un trozo de pizza y nos sentamos en el rincón junto al baño. Me bebí la gaseosa de un sorbo, como si fuera un trago fuerte. En medio del bullicio que rondaba el ambiente y de la incomodidad de la situación pedí el documento para firmarlo. No quise leerlo. Firmé, mordí la pizza y salí sin decir palabra. 

Aquella noche recorrí toda la ciudad. Caminé entre delincuentes, jíbaros, prostitutas, borrachos, indigentes y desquiciados. Nadie me miró.  Es como si toda la ciudad supiera que acababa de vender mi alma.  

lunes, 24 de marzo de 2014

Llamada de advertencia...

El teléfono no paraba de repicar. Inicialmente quise ignorarlo, pretendiendo que se hubieran equivocado de habitación. 

Posteriormente, quise suponer que buscaban a la señora que hizo la habitación, pues hacía solo unos minutos acababa de salir; justo cuando yo entraba de la maldita cita en el juzgado de aquella enorme ciudad. Rápidamente recordé que la señora tenía consigo un walkie talkie por el que se comunicaban con ella de la administración. 

Por quincuagésima vez volvió a sonar. Ante la insistencia, quise jugar a las analogías comparando el repicar constante con el llanto de un niño recién nacido que solo reclama atención. Tampoco funcionó. Yo sabía que no requerían de mi atención, que no reclamarían mi presencia; sino que exigirían mi ausencia. 

No paraba de repicar. ¿Sería el mismo sujeto que trató de hablarme antes irme a declarar? Podía hacer lo mismo: contestar y guardar silencio, para volver a escuchar esa voz incierta, que en una sola línea se confundía entre la amenaza y la súplica en tono imperativo: "¿Rodriguez, está ahi?, ¡Rodriguez!, ¡Tengo que hablar con usted, sobre lo que va a declarar!, ¡Rodríguez!"...  Fue lo único que escuché. Un corto silencio en la línea, y yo salí raudo hacia los juzgados del centro. ¿Sería el mismo?, yo ya había declarado y no veía razón para que volviera a llamar.  

No quería contestar. El teléfono guardó silencio un momento, como para coger impulso. Nuevamente empezó a sonar. Hacía una hora había dicho ante un juez lo que realmente yo había visto. Tenía la tranquilidad de todo aquel que dice la verdad. Empaqué el maletín y me dispuse a salir. El teléfono nunca paró de sonar. Lo tenía resuelto, era cuestión de contestar y no hablar. "¡Rodríguez, escúche atentamente: no salga del hotel que lo van a matar, repito: no sala del hotel!". Salí raudo. Mi vuelo salía en 40 minutos y antes debía atender una ineludible cita con la muerte. "¿Rodríguez, escuchó, escuchó?", repetía la voz incierta en un teléfono distante cuando en la puerta del hotel recibí los primeros impactos. "¡Rodríguez, Rodríguez!"... 


sábado, 15 de marzo de 2014

En el estante

Si yo fuera de las personas que le hacen caso a las corazonadas, me habría ido para mi casa aquel 18 de enero sin cruzar la puerta para entrar al almacén. Sentía algo extraño en el ambiente, pero no adivinaba a saber qué: tal vez el nubarrrón negro que se asomaba en el Alto de los Pérez, las dos señoras que conversaban en la entrada, el vigilante exterior que caminaba como si fuera presa de un sonambulismo casual o el carro verde parqueado a 25 metros de la entrada. Todo era tan cotidiano que me sentí extraño. Pese al presentimiento, entré. 

Los buenos tiempos del almacén el Tambor habían terminado el día de mi última visita 28 años atrás. El ambiente era húmedo, lo único que se había renovado era una caja registradora, el aire tenía un olor a tiempo acumulado y las estanterías estaban casi vacías. La cajera era la misma y el administrador también. De no ser por las arrugas marcadas en sus rostros afirmaría sin duda que el tiempo en aquel almacén estaba detenido hace muchos años.

Una empleada delgada, canosa, encorvada y lenta se me acercó sin mirarme. Arrastraba sus palabras al ritmo parsimonioso de sus pies . "¿Olvidó algo,señor Cardona?", me dijo. "No creo", le respondí. "¡Tal vez fue el el tiempo el que se olvidó de mí!". Desde entonces, sigo atrapado en el estante.  

domingo, 9 de marzo de 2014

Ascensor

Pensé en devolverme, en pedir disculpas, retirar lo dicho y decirle que había sido un error mío escribir aquella carta. No lo hice. Sabía que en cuestión de segundos el ascensor se abriría y yo escaparía de aquella vieja oficina y de aquella rutina absurda en la que había perdido 16 años de mi vida. Las luces mostraban los números descendentes que se iluminaban y se apagan de forma consecutiva: 15, 14, 13... Una vez dejara "el maldito piso 6", como lo habíamos denominado, rompería por fin con esa particular marca del sistema esclavista que se conserva en los sistemas de producción postmodernos y que llamamos "jefe". Mantuve la vista en el panel luminoso. Cuando la luz marcó el número 7, avancé hacia adelante la pierna derecha, al mejor estilo del atleta que escucha concentrado la orden de "listos". 

Cuando la puerta se abrió, entré apresurado y con la vista en el techo. Con la misma incomodidad de todos los allí empaquetados, evitando mirar a los eventuales compañeros de aquel estrecho y eterno viaje. Adentro, un nuevo panel luminoso siguió la cuenta regresiva,: 4,3,2... Y luego unos números negativos. Llegué hasta sótano 7, el último, el más hondo. Era el final. Cuando se abrió la puerta, entendí que había caído demasiado bajo. 

domingo, 2 de marzo de 2014

Humo y madrugada

Cualquiera sabe que cuando tocan la puerta de la casa a las 3:00 de la mañana, nada bueno puede esperar. 30 años atrás, cabía la posibilidad de que fuera una broma de algún amigo del barrio, o algún borracho equivocado de casa por los efectos del alcohol. Esta vez, no había error. El miedo anidó de inmediato en el cuerpo de Mauricio. Los golpes a la puerta despertaron el vecindario entero y se transformaron en empujones para tumbarla. Sabía que venían por él. Había pasado tres días allí encerrado, drogado, alejado de todos, purgando en silencio una culpa que no era suya. La puerta cayó y se oyeron pasos hacia la habitación. Mauricio aspiró el último humo de su vida, exhaló lentamente, y su miedo salió volando en compañía de su alma. 


lunes, 6 de enero de 2014

Salto al vacío

Cada que se asomaba por la ventana veía el pasillo de la entrada a los parqueaderos del edificio. El flujo era poco, pero mirar cada carro que salía o entraba era la acción que le permitía mantenerse despierto para tomar las decisiones correctas. La imagen de aquel pasillo era suficiente. Cuatro noches se mantuvo callado, en la misma posición, ante la misma ventana. En cada vehículo que salía fue montando mentalmente los proyectos que tenía pendientes.  En cada carro que entraba, encaramaba las razones para explicar lo que haría. La quinta noche, cuando entró un razón de peso, se lanzó al vacío desde aquella ventana. 

miércoles, 1 de enero de 2014

Noche de ciudad

Pocas veces en su vida había escuchado en las calles de su ciudad un rumor silencioso como el de los amaneceres en el campo. Aquella era una noche diferente. Su ventana le servía de balcón para mirar las sobras que eventualmente cruzaban raudas buscando refugio lejos de las luces del alumbrado público. Por un minuto solo se escuchó el viento. De un momento a otro, comenzaron a mezclarse el ruido de las hojas secas al ser pisadas por las sombras que corrían, las sirenas de la policía que amenazaban con irrumpir en el cuadro de silencios y los sones lejanos de alguna celebración extraña de jóvenes de un barrio vecino. A la vuelta de la esquina reposaban un cadáver y una ciudad que ardía en otro silencio sin fin.