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sábado, 9 de mayo de 2020

Tema para rato

Un momento de duda que pareció una eternidad. Pilar se quedó perpleja, sin parpadear, durante unos segundos. No quería moverse. Algo dentro de ella le impulsaba a no quebrar la escena. Pablo y Laura parecían hipnotizados. Él lanzó su mano en busca del vaso, cambió de postura y aprovechó rápidamente para tomar distancia. Ella recogió el celular de la mesa y abrió el WhatsApp para simular que revisaba los mensajes. Pilar siguió mirando en actitud de estatua y entre los tres se creó una línea de tensión fuerte y silenciosa. 

- "¿Hay algo entre ustedes que yo deba saber?", preguntó Pilar después de espabilar dos veces y cambiar la mirada de sorpresa por una de inspectora.  
- "Nada que no sepas", respondió Laura agachando la cabeza ante su mejor amiga, con la que hacía muchos años no tenía secretos.
Pablo terminó su trago y se fue a la cocina por más hielo. El que tenían en los vasos estaba roto y tenían tema para rato.   

domingo, 3 de mayo de 2020

La sonrisa de Katia

Domingo extraño. Las actividades de las personas no evidenciaron el carácter festivo del día. Hacía 40 días que el mundo estaba entre paréntesis. Katia era la única que tenía razones suficientes para sonreír. Sabía que la mente de Jair se ocupaba de ella, que su cuerpo también. Ella se tomó la tarde dominical como un descanso activo. Se olvidó de su computador y se dedicó a mirar la calle del pueblo desde su ventana. La soledad que vio le inspiró recuerdos de 14 años atrás. La curvatura de sus labios se arqueó por horas.  

Jair no tuvo domingo. Desde hace varios años todos sus días le parecían lunes. Entre tarea y tarea, había pensado 200 veces en los rizos de Katia. Días atrás, sin pudores, ella le había expresado su admiración y sus palabras le habían generado vértigo. Habían quitado un stand by entre ambos, pero el mundo los había forzado nuevamente a suspender. Miró por su ventana y no se pudo inspirar. Apretó la boca y volvió a trabajar. La ciudad estaba vacía. En cuarentena. Era domingo, pero para él, en su portátil, estaba terminado otro lunes laboral.      

miércoles, 29 de abril de 2020

Infierno entre rones

Santiago llegó temprano y medio borracho. Valentina lloraba en la biblioteca, angustiada, después de leer uno de los 198 cuentos que tenía su página preferida. Santiago entró con una botella de ron ya destapada. Bebieron juntos de a dos tragos  antes de qué él le preguntara por qué lloraba. Ella le mintió respondiendo que no le dolía nada. Solo el alma, pensó; pero nunca lo dijo. 

Hacía ya tres años que Valentina se había desentendido de los negocios de su esposo. Era la mitad del tiempo en el que él se había distanciado del los problemas de ella. Sostuvieron una discusión que duró seis rones más, es decir, casi cuarenta minutos. Santiago, ya salido de casillas, le volvió a reprochar su llanto. Ella, ya entrada en un estado de ebriedad, volvió a mentirle. Insistió en la idea de que no tenía nada especial. Solo que se quemaba en un infierno sin que él lo notara, pensó; pero tampoco lo dijo.  Santiago se quedó dormido intentando hablar. A ella el calor no la dejó dormir.  

sábado, 25 de abril de 2020

Caída libre

Lunes en la noche. Enrique salió a cenar con unos políticos del Oriente. Le preguntó a Paola si quería acompañarlo, pero ella evidenció su falta de convicción. Se quedó sola. Se fumó un porro para tratar de alterar la visión que tenía de su realidad, pero el efecto fue contrario. La yerba le enfatizó las ideas de las que quería escapar.  Al efecto narcótico se le sumó la presión arterial, que la tenía bajita desde el viaje en avión de la mañana. El calor también la agobiaba. Tenía la sensación de estar metida en una pesadilla de la que no podía despertar. Pensó en Enrique y en sus amigos políticos. Se los imaginó planeando negocios corruptos. Se reía de ellos, pero luego lloraba por él. 

Se acordó del vacío en el avión. A Enrique le estaban proponiendo ser el candidato para salvar la ciudad. Prendió el aire acondicionado, pero al mismo tiempo abrió las ventanas. Se acordó de la cara de pánico de Enrique en el avión.  Quería saltar. Destapó una botella de ron que tenía en la nevera. Caminó varias veces de la biblioteca a la habitación. Se asomó por la ventana  y vio venir hacia el edificio a un hombre mal vestido. Se lo imaginó gritándole en un idioma extraño que saltara, pero el tipo no levantó la cabeza del piso. Venía llorando y arrastrando los pies. Sintió hambre. Fue por un sánduche a la nevera. Volvió a la ventana. Miró de nuevo al hombre en la calle. Tenía la ropa raída y algunas heridas en la piel. Era Enrique. Había saltado del avión y había caído muy bajo.  

domingo, 19 de abril de 2020

Merlot amargo

Los dos se habían trajeado para la ocasión. Era su primer encuentro. Se habían encontrado en un famoso y colmado restaurante del barrio Manila de Medellín. Mariana exhibía un vestido ceñido con un escote pequeño que resaltaba sus grandes curvas. Samuel llegó con un pantalón de dril, nuevo, azul oscuro y una camisa gris con cuello boton down. Pidieron una botella de un vino Merlot, recomendación de la casa. El mesero fue acomodando diferentes platos y en cada pasada servía las copas vacías, hasta terminar. Al fondo, como banda sonora del encuentro, el grupo del restaurante interpretó canciones de Morat, de Fito y de Joaquín Sabina. 

La cita era supuestamente para hablar de un grupo de investigación. Se contaron la vida, se confesaron secretos y se besaron despacio. Él estaba fascinado. La belleza de Mariana no lo deslumbraba sino que lo  estremecía. Rieron, hablaron de literatura, de música y se bebieron la botella completa. Cuando el primer taxi llegó, Samuel quiso despedirse con un acto de galantería. "A pesar de la hora", dijo, "mucho gusto, Samuel, pero puedes llamarme Samy". La frase golpeó en la mente borracha de Mariana, que respondió: "Mucho gusto, Mariana, pero puedes llamarme cuando quieras". Samuel intentó reír, pero no pudo. Algún gesto en el rostro de su casi nuevo amor le hizo perder el encanto. 

martes, 14 de abril de 2020

Engañados

María Fernanda siempre supo que Sebastián era un detective. Lo había investigado desde el día que lo conoció en la Universidad. Se sentía feliz de haberlo engañado en su oficio. Le hacía feliz saber que él nunca sospechó que ella lo supiera. Cada que ella salía de sus clases de noveno semestre, Sebastián la acechaba. Lo hizo durante dos meses. Según él, era el tiempo suficiente para conocer los secretos de sus perseguidos. Esa noche estarían de celebración. Habían pasado exactamente seis meses desde que se cruzaron por primera vez en la fila de la cafetería de la Facultad de Derecho.  La cita era en un bar de la calle 63, muy cerca a la Universidad.  

Ella se salió de la clase una hora antes de terminar. Caminó despacio por algunas calles del centro. Paseó para él. Coqueteó con su cabello en cada tienda en la que se detuvo a mirar vitrinas. Se sentía plena sabiendo que Sebastián se había condenado a seguirla. Intentó descubrirlo entre  la gente para saludarlo con sorpresa y cumplir una fantasía. Le admiraba que se escondiera tan bien. Llegó hasta el centro de un parque y le hizo una llamada. Dio un giro de 360 grados para tratar descubrirlo mientras hablaba con él. Nunca lo vio. Él le juró que llegaría a tiempo. Le dijo que estaba en la oficina de su padre, donde él era gerente comercial. Con una risa en los labios María Fernanda se fue al bar de la cita y allí lo esperó. No llegó esa noche. No volvió a aparecer. Había descubierto su engaño y nunca se lo perdonó. 

viernes, 10 de abril de 2020

Páginas faltantes

Catalina cerró el libro con algo de furia. Lo guardó en el bolso y a pico de botella se tomó otro vino. Mejor el licor que las píldoras, pensó. Encendió el carro, soltó el clutch rápidamente y salió del barrio bordeando el parque por detrás de la iglesia. En diez minutos llegó a su casa. Estaba agitada. Sin quitarse la chaqueta se sentó en el sofá blanco de la biblioteca y sacó el texto para retomar. Terminó el capítulo XII y cuando se disponía a leer el XIII descubrió que faltaban las dos páginas iniciales del apartado. Volvió a sentir rabia con Luis Eduardo. Le molestaba mucho que le controlara la vida y no quería permitir que le controlara las lecturas. Comenzó el capítulo incompleto y se imaginó la historia. No importa, pensó, "falta muy poco y ya tengo todo el contexto para entender lo que pasó en las páginas faltantes". Por esa misma razón decidió terminar la relación el mismo día que el libro. 

sábado, 4 de abril de 2020

Samuel era un chiste

A Luisa Fernanda le había gustado mucho el  chiste. Seguía riéndose mientras Samuel le lanzaba una mirada taladrante por no encontrarle la gracia. Tampoco se la encontraba al amor de ambos que ya sumaba ocho abriles.  Luisa solo le prestaba atención al programa de radio y a sus humoristas. A Samuel hace meses que lo ignoraba. Estaba a punto de comenzar un fin de semana largo. Samuel, con un tono indiferente en su voz, le dijo que no entendía por qué tanta risa con un chiste tan pendejo. Se fue a la cocina, se preparó un café, hizo cuatro llamadas de trabajo, miró la hora y sintió un vértigo extraño. Eran las 5:30 de la tarde. Quería dormir un rato, pero despertó en la mañana. La risa de Luisa retumbaba en toda la casa. el chiste había sido él. 

martes, 31 de marzo de 2020

La rutina

Como todas las noches de los últimos cuatro años, Martín comenzó su  ritual. Miró la lavadora, la nevera y el horno. Se detuvo en la colección de tarros de la alacena, los imanes con los teléfonos para los domicilios y un pequeño calendario con figuras de gatos. Apagó la luz, salió de la cocina y atravesó el pasillo a tientas, totalmente a oscuras. Entró a la habitación de los niños y los arropó lentamente mientras escuchaba el sonido de la lluvia  más allá de la ventana. Se tomó la pastilla y regresó a su dormitorio. Ana Lucía había cambiado de posición. Su cuerpo le daba la espalda. Se acostó junto a ella, la tomó por la cintura y le susurró algo al oído. Luego, apagó el televisor y cerró los ojos. Entró en un estado en el que se repetía el mismo sueño que lo agobiaba y lo perseguía todas las noches. Al otro día su mujer salió muy temprano y le dejó una nota en el escritorio de la biblioteca. Se iba porque sentía que todo se había vuelto una triste rutina. 

domingo, 29 de marzo de 2020

Amor tal

Ángel David llevaba 7 meses encerrado. Se acuarteló para escribir. Soñaba con terminar su primera novela y había decidido que la soledad fuera su única compañía. Su decisión le costó el enojo del amor de su vida. Escribía sin parar, sin comer, sin salir, sin revisar las redes sociales, sin llamar a nadie, sin dormir. Su novela de ficción se convirtió en su única realidad. Cuando comenzó el capítulo seis trató de recordar los rostros de Luciana y de Salomé, pero se le confundieron. Eran sus dos protagonistas. Al principio, sus caras se superponían. Después, trataba de recordar a la primera y le aparecía el rostro de la segunda. Se trocaban, se amalgamaban, se robaban espacio. Una habitaba en la otra. De ese punto en adelante, la historia se tornó confusa. En el capítulo final, Ángel quería que uno de sus dos personajes principales muriera. No pudo matar a ninguna, pues ya no sabía cual era cual. 

Esa noche, después de poner un punto final con cierre confuso, y tras enviarle el texto a su editor, quiso volver a la calle. Llamó a Sofía, su novia, para invitarla a una cerveza. No estaba. La habían matado los recuerdos de un amor cerrado abruptamente.  

miércoles, 18 de marzo de 2020

La angustia acogedora

La conversación no fluía. Había llegado abril con sus lluvias y la tarde comenzaba a caer. El viejo bar, frecuentado solo por ancianos que tomaban tinto, estaba lleno. Juan David y Mariana daban la sensación de ser los nietos angustiados de alguno de los presentes. Las frases de él no encontraban sentido. Las miradas de ella no tenían destinatario. Estaban incómodos. Divagaron, hablaron cosas sin sentido y estuvieron desorientados durante casi una botella de vino. Mariana guardó un respetuoso silencio que duró dos eternos minutos. Se puso de pie como pudo y le propuso a Juan que salieran del bar. Llovía mucho y corrieron hacia el carro de Juan. Los vidrios estaban empañados y ellos, mojados y felices. La angustia se convirtió en una sensación acogedora.  

miércoles, 4 de marzo de 2020

Noche de Preguntas

Valentina llegó apresurada. Como siempre, había llegado tarde. El café estaba lleno, pero la mesa del rincón, la que siempre ocupaban, estaba libre. Miró hacia los lados y se sentó a revisar el celular. Esta vez, extrañamente, Juan David no estaba. Su puntualidad era única. Desde el martes en la noche, él no le respondía los mensajes y las llamadas se iban al buzón. Ella llegó esperanzada, convencida de que a pesar de las discusión de aquella noche, la cita de los viernes en el café para escuchar al violinista era religiosa para Juan. 

Esperó y se desesperó. El violinista tocó sus 10 temas y se fue. Cuando empezaban a recoger las mesas para cerrar, Juan llegó ebrio y con media botella de vino tinto en la mano. Valentina estaba descompuesta y lo recibió con varias preguntas fuertes. La hora, el vino, su estado, los mensajes, las llamadas que no contestó. Fueron muchos los interrogantes. Juan le dio un beso apasionado en la boca y se marchó. Ella pasó la  noche en vela pensando que los besos nunca son respuestas. 

lunes, 24 de febrero de 2020

la novela inacabada

Santiago sintió que las palabras para Luciana se le habían acabado al mismo tiempo que el sentimiento que sentía por ella. Ya no la soñaba. Tampoco la añoraba. Cuando la veía, lo llenaba un sentimiento de culpa. No quería hablarle. Ella también sentía que estaba aferrada él solo por nostalgia, pero no quería decírselo. Trabajaban en la misma oficina, salían a la misma hora, y aunque ambos inventaran excusas para evitarse, por alguna coincidencia extraña, terminaban saliendo juntos. Se miraban, se cruzaban monosílabos y pasaban la noche juntos. 

El último lunes del mes, Santiago decidió dar el paso que ambos estaban esperando. Sin dramas y sin muchas explicaciones, le terminó. Luciana sonrió, bajo la mirada, le dijo que entendía perfectamente la decisión y le pidió que le dejara como recuerdo el libro grueso que tenía en su mesa de noche. Desde ese mismo día no volvió a la oficina. Renunció al trabajo. Se sentó en su cuarto a ver pasar las letras de una novela que nunca terminará de leer.

jueves, 20 de febrero de 2020

La carta del martes

Era martes cuando Julián abrió el sobre. Había salido de la reunión semanal con el jefe. Estaba malgeniado,  como cada ocho días, los martes en la mañana, después de la cita para revisar los resultados. Era el único día de la semana que iba a la oficina. Habían pasado varios martes desde que llegó la carta de Amanda, pero nunca la había leído. Según él, por lo malhumorado que salía de la oficina del director. Según ella, porque ya había perdido cualquier interés. Para él, esta vez ya no importaba el enojo, pues había decidido que  la cita con el superior había sido la última. 

Julián recogió sus cosas y cuando antes de subirse al ascensor decidió abrir el sobre, que estaba un poco roto, por el descuido y el paso del tiempo. En papel papel arrugado, Amanda le rogaba que volviera. Julián decidió calmarse y volver donde el jefe el próximo martes. 

miércoles, 19 de febrero de 2020

Círculo vicioso

Tras el escritorio de Claudia, en una oficina tapizada al estilo antiguo y con muebles pasados de moda, había un inmenso cuadro con su diploma de abogada. Frente a él, se sentó Jorge, tratando de retomar una conversación que habían interrumpido hace tres años. Él miraba el escritorio donde ella hacía círculos con su dedo índice mirando hacia la ventana.

Afuera se vivía una especie de carnaval. Un grupo afro bailaba, cantaba y saltaba ante la indiferencia, solo aparente, de la demás gente. Claudia le dio la vuelta al escritorio y salió. Ella quería estar afuera y no ahí sentada, como lo estuvo tres horas, escuchando hablar a un hombre que se le había convertido en un círculo vicioso.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Adiós banda sonora


Para Ángela, la voz de Javier era la banda sonora de su vida. Lo conoció cuando tuvo uso de razón. Creció jugando con él por las calles del pueblo. En la adolescencia fueron los mejores amigos. Estudiaron juntos en el liceo; iban a conciertos, a paseos y a partidos de fútbol. Eran amigos alcahuetas. Cuando ella se casó, Javier fue el que ofreció el brindis. Cuando se divorció, él estuvo a su lado para las vueltas notariales. Javier siempre tuvo las palabras adecuadas para amenizar sus mejores momentos y para acompañar sus dramas.

La tarde del segundo domingo de diciembre, sin ella saber por qué, Javier dejó de hablarle. Desapareció de su vida. La bloqueó en las redes sociales y en el teléfono celular. Dejó su apartamento vacío. Esa misma semana, preguntando por él en la oficina de profesores del colegio en el que trabajaba, Gustavo, su compañero de rumbas, le dijo que hace ocho días después de tomarse unos tragos, de una manera apresurada y extraña, Javier se había ido del país. Que únicamente había dejado una nota con un postit en la pantalla del computador. Ángela miró la pantalla y vio el papelito pegado. "Con mi música a otra parte", decía.

jueves, 12 de diciembre de 2019

La mirada tatuaje

El primer jueves que la vio sentada en el aula creyó vivir un "deja vu". La sensación se repitió muchas veces cuando se la encontró en otros espacios. Solamente el sábado que la tuvo al frente en una jornada de capacitación entendió que no se trataba de un recuerdo sino de un sentimiento que le inquietaba bastante y el cual quiso ignorar por un tiempo. La vida laboral los hizo coincidir nuevamente una tarde en medio de un verano hermoso. Ese día se cruzaron en una mirada que nunca se quiso borrar. Se enojaron, se distanciaron y se dejaron de hablar por años. De nada valió. La marca se había hecho tatuaje y se quedó en la piel de ambos para siempre. 

lunes, 4 de noviembre de 2019

De Buenos Aires a Bogotá

Adelaida no llegó en el vuelo de las 6:00; tampoco en el de las 8:00. No llegó en ninguno que viniera de Buenos Aires a Bogotá ese día. Ni las semanas siguientes. Sin embargo, Manuel nunca perdió la esperanza. Se pasó tardes enteras, durante ocho meses, sentado en el café del pasillo de las llegadas internacionales. Se aprendió los horarios de Latam, Avianca, Copa y Aerolíneas Argentinas. Cada que salía un grupo de pasajeros se dedicaba a observar los detalles de sus trajes y sus maletas. Varias veces le sonrió o le agitó la mano a alguien que no lo conocía . Hasta se habituó a saludar a cuanto pasajero cruzaba. 

Se imaginaba a Adelaida en cada figura femenina solitaria, de buena estatura, que salía de inmigración y pasaba frente a él llevando solo un bolso de mano. Hasta lloró de emoción un día que vio salir una rubia sonriente con un vestido color rosa, idéntico al que tenía Adelaida el que día que se fue. De tanto ir al aeropuerto, se hizo amigo de Astrid, la chica de la cafetería; de Manuel y Jorge, dos maleteros conversadores que era más el tinto que tomaban que las maletas que cargaban; y de Martínez y Salgado, los dos policías que rondaban en el sector. Todos ellos veían en Manuel a un loco inofensivo que todas las tardes esperaba a una Adelaida imaginaria y que un día cualquiera no volvió. 

sábado, 19 de octubre de 2019

El clímax de la historia

4:17 de la madrugada. Sábado. Afuera caía una llovizna leve. Habían tenido una noche intensa y la madrugada los sorprendió conversando. Realmente la que hablaba era Ana. Víctor solamente se limitaba a escuchar, y a interrumpir el monólogo  con alguna pregunta corta que buscaba precisiones innecesarias en la historia. Él le asintió varias veces y hasta cerró los ojos un rato largo, con cara de escuchar con atención. 

El reloj mostró las 5:45 de la mañana. Era la hora de interrumpir el relato, que a esa altura iba por la mitad del recuerdo detallado que ella rememoraba. Víctor salió de la cama, recogió la ropa, se vistió rápidamente y se cepilló los dientes. Ana seguía con su narración, sin pausa, sin percatarse de que Víctor se estaba despidiendo. Lo acompañó hasta la puerta, le dio un beso en la frente, puso el cerrojo y lo observó desde la ventana hasta que se perdió en la calle que desemboca a la estación del Metro, protegido por su paraguas. Ella siguió hablando sola, estaba en el clímax de su historia. 

domingo, 13 de octubre de 2019

Cuento 181

Se miraron y entendieron que el deseo solo existía en los recuerdos. Nunca habían hablado del tema. Esa noche no fue la excepción. Guardaron un silencio tenso. Ambos sabían que habían cometido muchos errores. El más grande, evitarse, incluso cuando se volaban juntos los fines de semana a un pueblo del oriente. Sofía quería hablar, enumerarle los recuerdos, analizar cada vivencia, hacer un balance de los yerros cometidos, recapitular el tiempo compartido y pedirle perdón por no haber hecho su parte. Mateo solo quería un ron y escribir una historia. La botella quedó vacía. La habitación también. En el nochero se quedó una libreta con varios cuentos enumerados. El último se titulaba "cuento 181".