miércoles, 13 de noviembre de 2024

La verdad del viento

 - "Tienes que creerme", insistió Oscar. "Te he contado tres veces lo que pasó y no me crees", agregó, mientras caminaba con ella hacia la playa. 

- "Este habla por hablar", pensó Valeria con la mirada puesta en el infinito.  

- "Es como te lo conté. Yo estaba ahí y lo vi con mis propios ojos; que tú no me creas es otra cosa", agregó Oscar mientras se rascaba la punta de la nariz. 

Se quedaron callados esperando simultáneamente un apunte del otro. Se miraron fijamente. Ella pensó que a pesar de lo ocurrido, todavía seguían siendo pareja y estaban juntos, y eso era lo importante. Miró hacia la izquierda y vio cómo se juntaban el mar y el cielo en el infinito. Él solo repasaba en su mente lo que había visto, escena a escena, para insistirle a ella en su versión.

- "Te lo puedo jurar. Fui a preguntar por ella solo porque me habían dicho que era la única que podía ayudarme a desenredar lo de la cuenta de cobro. Sé la prevención que tienes contra ella, pero necesitaba solucionar ese tema. Por eso fui. Cuando llegué y vi lo que vi, me quedé pasmado. Me petrifiqué y dudé un momento. Ese fue mi error", continuó Oscar. 

Valeria suspiró incrédula. Sintió en su rostro el viento que venía del mar. Cerró los ojos por un minuto hasta que volvió a escuchar la voz de Oscar insistiendo en el "tienes que creerme" que le había dicho tantas veces en los últimos años. 

- "Te juro por lo más sagrado que yo no le insinué nada. Te lo repito: ella estaba sola en esa oficina. Se subió un poco la falda y se abrió el escote de la blusa".

- "No insinuaste, pero hiciste", murmuró Valeria mientras seguía absorta mirando hacia el mar.  

- "¡Que no!, mujer por Dios. Ella tenía todo preparado. Si miras bien la foto verás que solo me acerqué un poco y que tengo cara de desconcertado. Es lo único que se ve. Lo demás es una película que ella se inventó con maldad para acabar con lo nuestro, y tú caíste en su juego", afirmó Oscar con total seguridad. 

Durante casi dos horas, Oscar continuó expresando sus argumentos mientras Valeria, sentada en la playa, decidió escuchar solamente el viento que venía del mar. "El viento", se dijo a sí misma, "sopla donde quiere y siempre dice la verdad". Oscar la miró tan absorta, que prefirió no seguir insistiendo y se retiró caminando despacio sin saber a dónde ir. Han pasado cinco semanas, ella sigue en la playa mientras él deambula por los rincones del pueblo tratando de encontrar a quién contarle su verdad. 


sábado, 26 de octubre de 2024

¿Sigues dormido?

 "¿Sigues dormido?", le preguntó Andrea. “¡El mundo girando y tú ni te das cuenta!", le recriminó. 

Breiner estaba solo en la habitación de su apartamento, boca abajo, sin cobija, somnoliento y cansado de tener la misma pesadilla todas las noches. "¿De dónde sale la maldita voz de Andrea?", se preguntó. Miró a los cuatro rincones de la habitación y como siempre, se levantó bruscamente para saber de dónde provenía. 

"¿No te aburres con la insípida vida que llevas?", "¿Cuándo vas a comprometerte?", “¿cuándo vas a decidir volver a vivir de verdad?”, le dijo la voz con tono fuerte, de regaño.

Breiner miró el reloj de su celular. Eran las 5:24 de la mañana. Era jueves y empezaba octubre. Se asomó por la ventana,  abrió la puerta del baño, revisó el clóset y buscó inútilmente. "¿Quién te crees para juzgarme?" le replicó a la voz mirando el techo de la habitación. 

Todas las noches se repetía la misma historia. Cuando por fin podía conciliar el sueño aparecía la voz de Andrea a retarlo. Sin rostro. Sin presencia física. "¡La verdad, me das lástima!", le recriminó esta vez. De su primera aparición a hoy habían pasado 4 años. De la última vez que habló presencialmente con ella, 6. Había empacado su ropa, los libros y todos sus recuerdos. Se había ido un jueves de octubre en la madrugada. Había desaparecido sin dejar rastro alguno. Ni él, ni la familia, ni los amigos de Andrea habían podido ubicarla.

"¡Al menos ya te hice dar rabia! Temía que te hubieras muerto de verdad", le dijo la voz de Andrea, que retumbaba en la habitación.

Contrario a lo que la voz le reprochaba, aquella mañana Breiner se sintió más vivo que nunca. Le fastidiaba que un fantasma lo estuviera cuestionando. Caminó de un lado a otro de la habitación. Seguía buscando el cuerpo de Andrea, que no paraba de hablarle. La voz se oía con la misma intensidad en cualquier rincón del apartamento. 

"Me voy, ya cumplí mi tarea. Al menos te hice dar rabia. Nos volvemos a encontrar muy pronto, te lo prometo. Ah, y no me busques; soy difícil de hallar... Y tú tienes mucho qué hacer", le advirtió la voz, con un tono de desprecio y burla. 

Breiner sentía que estaba alucinando, y sabía que Andrea lo había retado. Necesitaba despejarse. Para terminar de enloquecerse, decidió salir a rodar. Se despertó, se cambió rápidamente, cogió la bicicleta y salió hacia el ascensor. Cuando llegó a la calle se lamentó de no haber llevado ni las gafas ni los guantes. Siempre se le quedaba algo. 

Tomó la calle que bajaba desde su apartamento hasta la autopista. Eran siete cuadras. Llegó a la vía principal y tomó la ruta  hacia el Norte. 

Mientras rodaba, recordó las palabras de Andrea en las reiterativas pesadillas. Por primera vez reconoció que ella tenía toda la razón. Llevaba dormido en vida casi 6 años. En lugar de ser el protagonista de su propia historia se había convertido en un simple espectador de la misma. Solo se sentía vivo cuando la voz Andrea aparecía para generarle horror y rabia. 

En el primer repecho, se le escapó un grito, que asustó a los pocos transeúntes que iban por la acera iniciando su jornada. "¡Ya verás quién es el muerto!", vociferó. Al ver la reacción de la gente agregó entre carcajadas estridentes: "¡Huyan de este loco!". 

Así siguió el camino durante casi 50 kilómetros, Mientras avanzaba, la furia histérica y los gritos aumentaban en las mismas proporciones que su cansancio y que la soRpresa de quienes lo veían pasar. Cuando llegó al retorno, sintió que se había despertado. Paró junto a una caseta, respiró profundo, tomó agua y repasó visualmente la escena. Descubrió que por otro olvido se había puesto las zapatillas de ciclismo sin medias. Sintió algo terrible. “¡Qué irá a decir Andrea esta noche!”, pensó, y tomó la vía de regreso. 



 

  


jueves, 17 de octubre de 2024

El último envión

Seis años después de la primera discusión fuerte en la terraza del Hotel Caribe II en Cartagena, el fracaso era el mismo. No importaba el lugar, siempre sus encuentros terminaban mal. Fernando estaba cansado, pero no quería cerrar el ciclo sin intentarlo una última vez. Cuando vio a Cristina cruzar la puerta del restaurante, se mentalizó en que este sería su esfuerzo final. 

Estaba convencido de que ella lo amaba mucho, aunque era consciente que no tanto como él. Este era el único argumento para no declinar en la relación, pero no le servía de explicación ante sus amigos que lo calificaban de tonto cada que les hablaba de ella. 

Las discusiones con Cristina por asuntos insulsos se habían vuelto mucho más frecuentes que sus encuentros presenciales. Todas las conversaciones derivaban en peleas. Esta vez, Fernando llegó con la intención de que todo fuera diferente. Haberla citado al restaurante Nauplia, de comida griego, el preferido de ella, había sido su señal subliminal de querer enderezar las cosas.     

Cristina llegó agitada porque creyó que era muy tarde. Lo era. Llegó a las 8:40 a la cita de las 7:00 p.m.  Su saludo fue frío, pero amable. No se excusó. Tenía puesto el collar que Fernando le regaló cuando cumplieron los cinco años de relación y lucía una falda ajustada, que él asumió como un indicio inconsciente de ella.  

- “¿Quieres mirar la carta?” preguntó él. “Para beber ya te pedí este Ouzo que tanto te gusta”, dijo él dejando escapar una sonrisa. 

- “No quiero licor”, respondió ella con la misma frialdad del saludo. Miró a la mesera, que estaba muy cerca, y le pidió una soda con jugo de limón.

El grupo familiar y los amigos de Fernando le advirtieron desde el principio que Cristina solo era un reto pasajero para él. Había sido reina departamental y trabajó como modelo unos años. Todos, menos él, creyeron que si enamoraba  a una mujer como ella, saldría rápidamente a busca otra. No fue así. A pesar de las habituales y fuertes peleas, juntos habían logrado construir una relación duradera y medianamente estable, que ahora pendía de un hilo.  

- "Gracias por venir. Valoro mucho que estés acá", dijo él.

- "Estaba cerca, y aproveché porque quería aclarar algunos puntos contigo", respondié ella, justo cuando llegó la soda. La respuesta le golpeó el alma a Fernando, que prefirió guardar silencio mientras la mesera le echaba el jugo de limón a la soda de Cristina. 

Fernando había esperado una hora y media. No se impacientó ni sintió rabia, pero la actitud de ella en sus primeras tres frases obró como detonante. 

- "Más que claridades sobre puntos", comentó Fernando, "te llamé para proponerte que nos ocupemos de uno solo: evitar que se derrumbe lo que hemos construido". 

- "No te engañes, Fernando. Nunca se hacen edificios en terrenos pantanosos", respondió Cristina mientras tomaba el primer sorbo de su soda. 

En las cuentas de él, llevaban 9 años de relación, aunque los últimos 6 habían sido demasiados los choques. En las cuentas de ella, la suma daba solo 6 años de problemas. 

 - "Disculpen", intervino en el micrófono de la tarima el administrador del restaurante, justo cuando se estaban subiendo los músicos. "¿Alguno de ustedes es el dueño del Logan gris de placas LNX 840? Es que quedó mal parqueado y los agentes de tránsito pasan mucho por acá". 

Fernando cogió el llavero, el celular y la billetera que estaban en la mesa, se levantó de la silla y salió rápidamente. Cristina se quedó sentada y desentendida.  

Cuarenta minutos después, con la comida en la mesa, se acordó de que el carro de Fernando era un Ford Fiesta azul que habían estrenado hace un mes para ir de paseo al Occidente. Pensó un rato en la razón por la que habría cambiado de carro tan rápido. Media hora más tarde, cuando terminó de comer, se resignó a seguir esperándolo. 

 




 

lunes, 7 de octubre de 2024

Amor sin cabida

Camila nunca había esperado una llamada con tanta ansiedad. Miguel le había prometido comprar una Sim Card y comunicarse con ella justo cuando regresara al país para "concretar todo". El vuelo, según le contó Julio, el hermano de Miguel, debía haber aterrizado a la media noche.  

 Eran las 6:00 de la tarde. La intranquilidad vivida a lo largo del día la había obligado a tomarse nueve cafés. Estaba acelerada. Al fin y al cabo, caviló en medio de la angustia, a los cuarenta y tres años de edad ya no solo es urgente resolver el amor en la piel sino también en el bolsillo y en el corazón.  

 Por segunda vez en su vida se le había avivado la esperanza de que la casualidad de conocer a alguien se transformara en una relación estable y "para toda la vida". La primera vez, con Alberto, todo terminó en una ilusión. Después de 5 años de relación, hicieron todos los planes de la boda, contrataron el salón, hicieron la lista de invitados y hasta compraron los vestidos, pero una semana antes de la fecha fijada él prefirió irse a Panamá de urgencia con la excusa de la enfermedad de su hermana. Nunca regresó. 

 Esta vez sentía que con Miguel iba a ser diferente. Se conocieron en un bar de rock en la calle 29. En los primeros dos años, vivieron con intensidad muchas noches de rumba, moteles, música y alcohol. Después, cuando él comenzó a estudiar su maestría pasaron a una vida menos convulsionada donde abundaron las conversaciones y los diálogos largos de corte filosófico en el balcón del apartamento de él. El sentimiento de culpa en Hegel, el existencialismo de Heidegger, la metafísica de la muerte y el amor mirado por la filosofía desde Platón hasta Barthes. Camila era una abogada recién graduada, pero tenía un gusto particular por la filosofía cultivado en múltiples lecturas y varios podcasts. Después del grado de él, y antes del viaje de él a España, para su último año del doctorado, hablaron del futuro y de los planes para hacer una vida juntos. 

Antes del viaje vivieron noches tiernas y llenas de amor. En los últimos dos meses, las videollamadas diarias habían adquirido un tono de discusión y pelea. Camila reconocía que el instinto que había desarrollado como abogada para interpretar los casos a la luz de las leyes no le servía para nada en asuntos del corazón. A las 10:00 p.m. no se aguantó más y le mandó un mensaje de audio a Julio, preguntándole si sabía algo de Miguel. La respuesta llegó a la media noche: "llegó, pero se ocupó en otros asuntos".  

 Esa noche tuvo un sueño extraño del que despertó con la certeza de que el amor con Miguel no tendría cabida ni en la piel ni el alma.  Por segunda vez en su vida la ruta de la existencia fue totalmente opuesta a la de sus anhelos. 



martes, 1 de octubre de 2024

Profundo vacío

En el lugar que ocupó el deseo toda la noche se metió un profundo vacío al amanecer. Cada que hacían el amor, Lorenzo madrugaba angustiado y Mariana se sentía deshabitada. Llevaban ocho años sintiendo lo mismo y ocultándoselo al otro. Curiosamente, el despertador del celular de ambos estaba puesto a las 6:16 a.m. El sonido no los sorprendió porque ambos habían abierto los ojos una hora antes, dándose la espalda, sin mirarse y con la misma sensación extraña de todas las veces. 

Ella simuló querer agregar unos minutos más de sueño evasor. Él aprovechó para levantarse rápidamente y meterse a la ducha. Lo que seguía ya era casi un ritual. Lorenzo salía de la ducha, tomaba su teléfono para fingir hablar con dos o tres abogados de la firma, darles instrucciones y recomendar acciones mientras él llegaba "lo antes posible". Mariana se vestía rápidamente sin bañarse, se peinaba y se maquillaba un poco, pedía un Uber y se despedía rápidamente porque según decía: "el carro confirmó que en tres minutos llega". 

El resto de la mañana siempre era igual para los dos. Él llegaba a la oficina y ella al gimnasia donde trabajaba y ambos sentían la necesidad de un poco más "de algo" que o sabían qué era. Lorenzo tomaba café cada media hora y Mariana comía maní salado sin pausa. 

Era miércoles. Lorenzo siempre le decía a sus compañeros del despacho de abogados, que los miércoles eran los días ideales para tomar las decisiones más importantes. Después del almuerzo y de pensarlo desde el desayuno, decidió escribirle una nota breve, clara y contundente a Mariana. Abrió el WhatsApp y digitó: "La paradoja de estar contigo es que la felicidad de una buena noche se transforma siempre en un desconsuelo eterno". 

Mariana estaba dictando su clase de spinning. Cuando terminó, se sentó en la cafetería del gimnasio y leyó el mensaje. Volvió a sentirse desolada. Aunque lo dudó, respondió de inmediato con otra sentencia breve: "No es paradoja aquello que es lógico. La vida siempre es otra después de hacer el amor". 

Lorenzo acababa de entrar a otra de esas reuniones largas, tediosas y mal planeadas. Revisó el mensaje. Pensó para responder algo rápido y apeló a un emoticón de una cara avergonzada. A renglón seguido puso la frase de todos los miércoles en la tarde: "Nos vemos el martes en la noche en el apartamento, para la otra vida".


jueves, 26 de septiembre de 2024

El final de la carta

Danny se sentó frente al escritorio de la habitación del hotel. Tomó la carta que había empezado para Helena. Releyó lo que ya había redactado y sintió que solo le faltaba un párrafo concluyente. Tomó el bolígrafo, una hoja en blanco y trató de terminar así: 

“Nunca imaginé que el amor doliera de esta forma…”, comenzó.

Repasó la frase mentalmente, le pareció un lugar común y la tachó.

"Es cierto que el amor es un salto al vacío...", volvió a iniciar. Cuando iba a tachar esta idea, tuvo que interrumpir para atender el celular. Era Luisa. Habían quedado de verse hacía dos días, pero él le había vuelto a quedar mal. Esta vez, se había inventado como excusa una cita urgente con un editor nuevo para cancelarle a ella con un frío mensaje de WhatsApp unos minutos antes de la hora del encuentro.

- "¡Aló, Luisa!", contestó. Y se dirigió al balcón. 
- "Hola"
- "Debes estar furiosa y lo entiendo, pero como te dije la última vez que nos vimos en Cartagena, los escritores somos así, nos desaparecemos para buscar las historias".
- "Pues solo llamé a decirte que tú y tus historias ya no me importan. Solo era eso". 

 Luisa colgó y Danny sintió más alegría que pena. Desde el balcón del piso 9 miró la ciudad que se extendía hacia abajo y volvió al escritorio para tratar de retomar. 

 "Es cierto que el amor es un salto al vacío y el nuestro lo fue en su momento. Ambos disfrutamos la adrenalina, el vértigo y la emoción de algo tan intenso que parecía eterno; pero que después de estos 12 años no fue así. Cada historia de amor es única y la nuestra lo fue, pero no logramos perpetuarla. Gracias por todo y por tanto. Un beso. Danny".

 Repasó lentamente. Algo no encajaba en el texto, pero en ese momento no sabía qué. Esta vez lo interrumpió el teléfono de la habitación.

 -"¿Aló?"

- "Don Daniel, de acá de la recepción. Vino a buscarlo la señora Helena. Dice que usted la está esperando". 

- "Claro, claro", respondió extrañado y con sorpresa. "Dígale que por favor suba". 

- "Con gusto, don Daniel".

 Dejó el medio párrafo sobre el escritorio y corrió a mojarse la cara. Entró al baño, se miró al espejo y descubrió que estaba sudando. Se arregló el cuello de la camisa y se echó un toque de loción. Cuando sintió el taconeo de Helena en el pasillo abrió la puerta de la habitación. La miró acercarse y la leyó entre furiosa y decidida, aunque ella llegó como si nada hubiese pasado. 

 Notó que Helena venía vestida con una falta corta, poco habitual en ella, y una camiseta blanca ceñida, de las que usaba siempre. Tuvo la tentación de saludarla, de abrazarla o darle un beso pasional, pero le pareció que todo esto ya carecía de interés. Solo atinó a invitarla a seguir. 

 - "Solo espero que no tengas a una de esas amigas tuyas escondidas en el baño o en el closet de esta habitación,", dijo ella con tono irónico.

- "El problema no soy yo ,Helena. Son tus fantasmas; siempre lo fueron. Cuando no aparecen tú los andas buscando".

- "Pues mis fantasmas nunca me han traicionado. Y te soy sincera, prefiero estar con ellos que con un monstruo al que desconozco después de haberlo amado tantos años", afirmó Helena.

- "¿A eso viniste?, ¿a continuar con lo mismo?, ¿no crees que ya fue demasiado?", replicó Danny.

 Helena guardó silencio. Repasó visualmente la habitación y caminó lentamente hasta el escritorio. Le llamó la atención la hoja con el medio párrafo manuscrito y lo leyó en voz baja.  

 - "¡Un salto al vacío!"... vea usted. En el que uno al final se da duro contra el suelo. Déjame decirte que es una metáfora floja y muy lugar común, yo cambiaría esa frase. ¿Es algo para tu nueva novela?"

- "Por supuesto", dijo Danny. Es la parte final de una especie de carta con la que se cierra la novela, o con la que se abre, aún no lo sé. 

- "Patético", calificó ella. 

- "¿Por qué en vez de criticar no propones algo menos pa-té-ti-co y menos lu-gar co-mún?"

- "Yo empezaría el párrafo con una frase más original” sentenció ella mientras se dirigía a la puerta de la habitación. Con algo como: "Nunca imaginé que el amor doliera de esta forma...".

 Abrió la puerta y agregó: “Y le pondría al principio una especie de destinataria directa, algo como: mi muy amada Luisa". 

 Helena sacó de su cartera un sobre, lo tiró al piso de la habitación y mientras se dirigía al ascensor, gritó:

 - "Y relájate Danny. Entre escritores nos entendemos, pero mientras buscas tus historias ten cuidado con dejar salir tus personajes". 


viernes, 14 de junio de 2024

Los silencios de Jero

 Al llegar al aeropuerto El Dorado, los recibió un hombre joven, alto, recién afeitado, con un letrero de papel en la mano que decía "Lina y Jero". Afuera caía la misma llovizna de todos los días en Bogotá a las 5:36 de la tarde.  

"Bienvenidos a la capital. Me llamo Willy. El doctor Felipe Zuluaga me pidió que viniera a recogerlos y que los llevara al hotel. Él mismo les reservó en el Dann. Van a estar muy cómodos allí".  

"Gracias", dijo a secas Lina, sin mirarlo a la cara, mientras repasaba los mensajes de su WhatsApp. 

"Ok", adviritó Jero, mientras buscaba unos chiclets en su morral.  

"Permítame les recibo las maletas", dijo William, extrañado por la parquedad de ambos. El elegante traje oscuro con corbata del coductor cargando las maletas contrastaba con los jeanes viejos, los tenis sucios y los buzos con letreros en inglés de la pareja. Después de ocho años viviendo juntos, lo único nuevo y limpio que tenían eran sus dispositivos móviles.      

10 minutos después, viajaban en una camioneta Toyota Tundra  por la calle 26. El recorrido hasta el hotel fue un largo silencio. Willy intentó hacer comentarios cortos sobre el tráfico pesado y el clima, pero al mirarlos por el retrovisor solo vio dos caras adustas e inexpresivas con la vista clavada cada una en su teléfono celular. Con desazón,  le puso volumen al radio en un emisora donde analizaban las noticas y se dedicó a cumplir con su tarea.

Cuando tomaron la autopista hacia el Norte, Lina miró por la ventana y pensó: "esta es la ciudad que gobierna el país. Aquí es donde reside el gran poder. Lo bueno es que yo voy a tener una buena parte de él". 

"¿Cuándo veremos a Felipe?", preguntó Lina, cuando ya estaban cerca al hotel.

"El d-o-c-t-o-r Zuluaga los verá en la mañana", respodió brevemente William. Zuluaga era el secretario de despacho estrella en la administración del Distrito y un firme candidato por su partido para la futura alcaldía. Había trabajado en el sector privado varios años como gerente exitoso de empresas petroleras, pero desde que pasó al sector público su ambición desmedida había encajado a la perfección con las jugadas de la política.       

"Para mí, será un g-u-s-t-o conocerlo en persona", murmuró Jero con tono irónico.

El Dann de la 93 es un hotel grande, con piscina cubierta, centro fitness, un buen restaurante, decoración clásica, zona de estar amplia y habiraciones cómodas. El botones subió el equipaje y se marchó sin propina alguna. Jero se recostó en la cama furioso. Estaba incómodo desde hacía 15 días cuando Lina le llegó con la noticia de que su amigo Felipe, el político bogotano, les mandaría los tiquetes para que fueran a saludarlo a la capital. Había guardado silencio y distancia. Cuando Lina empezó a desempacar, sonó el teléfono de la habitación. Jero saltó y se apresuró a contestar. 

"Sí, aló".

"Estoy abajo y quiero verte solo cinco minutos".  Jero reconoció de inmediato la voz de Diana y no supo cómo actuar. 

"No me preguntes cómo hice para ubicarte ni por qué estoy en Bogotá", continuó afirmando la interlocutora mientras Jero incómodo, vacilaba qué cara poner. 

"Estaré en el café que queda al lado del hotel, sobre la 93, hasta que lo cierren. Y no pienso irme sin hablar contigo; así sea la última", sentenció Diana. 

Jero hizo un intento por disimular su sorpresa y para ello, respondió de inmediato. 

- "Entiendo. No hay lío. Bajo en dos minutos y firmo. Gracias". Mientras colgaba el teléfono y miraba por la ventana para evitar la mirada de Lna, se apresuró a explicarle. 

- "Voy y vuelvo. Se nos olvidó firmar algo en la recepción. Aprovecho y me pido un café de cuenta de muestro a-m-i-g-o, Felipe". Sin esperar respuesta, salió raudo hacia el ascensor. 

Lina lo conocía demasiado. Sabía que no le gustaba dejar nada pendiente. A ella tampoco; en eso eran iguales. Los que sí los diferenciaba era el gusto de él por el café. Verificó que el ascensor hubiera llegado al primer piso y de inmediato cogió el celular que había puesto a cargar y marcó el número de Felipe.  

"Todo salió a la perfección. Te cuento que no dudó en bajar de inmediato. Mándame unas buenas fotos de esos dos, dale las gracias a Diana de mi parte y sube esta noche cuando lo veas salir a él con su maleta. No tardaré muchó en hacer mi parte. Te amo, mi Pipe".    

viernes, 5 de abril de 2024

Santa Bárbara bendita

Como solía hacerlo cuando su estado de ánimo decaía, aquella tarde de viernes Ángel tomó su vehículo y partió sin un destino determinado. Por la autopista Sur llegó hasta la variante de Caldas, siguió hacia el Alto de Minas y cuando bajaba hacia La Pintada decidió entrar a Santa Bárbara. Dejó el carro junto a la iglesia y se dedicó a recorrer los rincones del pueblo en busca de las mejores panorámicas. En los pueblos, pensó mientras miraba hacia el cañón del Río Cauca, uno deja de ser uno mismo, se convierte en un desconocido y eso le da cierta libertad para no ser responsable de todas sus acciones. 

Habló con algunos lugareños, tomó varias fotos, compró unos dulces y se dirigió por la carrera Bolívar hasta "La Sala del Zar", un pequeño bar en el que comenzó todo, como la mayoría de las historias oscuras de aquel pintoresco pueblo. 

Ya se había tomado tres aguardientes cuando vio entrar por la puerta a Zain Romero, un colega escritor con el que casualmente había compartido panel cuatro veces en los festivales literarios de Jericó. Con la ayuda del licor habían alegrado varios encuentros, que transformaron rápidamente de tertulia a fiesta y de fiesta a bacanal. Zain estaba de paso en el pueblo, rumbo a La Pintada, a pasar el fin de semana con Dayra, su amante, que lo esperaba en una finca. Tres aguardientes después, Zain lo había convencido de que fuera con él. 

Ángel dejó su carro en el pueblo y se montó en el de su amigo, que serpenteó raudo por la carretera mientras bajó por la cordillera. El viaje se le hizo eterno. Cuando pasaron por Farallones, ya se habían consumido casi una botella y Zain le había contado todos los detalles de su trágica vida sentimental con su esposa y de sus aventuras con su amante. A Ángel la cabeza le daba vueltas, producto de la combinación de licor, historias y carretera. En una de tantas curvas, prefirió dejarse vencer por el sueño y por la borrachera, mientras Zain seguía conduciendo como un loco y contándole sus historias. 

Lo despertaron los cantos de los pájaros y las caricias de Dayra. Ángel no se hallaba. Miró a su alrededor para ubicarse: estaba en un segundo piso, desnudo, todavía borracho, en una cama matrimonial, en una habitación con balcón, con una mesita en la que estaban sus dos novelas preferidas, una jarra de agua, zanahoria picada y una botella de aguardiente. Había luz de día y a su lado, también desnuda y borracha, y excesivamente cariñosa, estaba la amante de su amigo Zain. 

Se levantó desconcertado. Como pudo, se envolvió en una toalla, abrió la ventana y miró hacia abajo buscando alguna referencia. Había una piscina gigante y a su lado un letrero en un retablo gigante que decía "Hotel Santa Bárbara Bendita". En el agua estaba Zain, abrazado tiernamente con su esposa y acompañado de sus dos hijas. Desde allí su amigo lo saludó efusivo con una frase que Ángel utilizaría después para titular uno de sus cuentos: "¿Cómo están el ángel y la santa?".  

miércoles, 20 de marzo de 2024

La próxima estación

Habían pasado 23 años desde que Marcelo emigró a Portugal huyendo de todo: de una ciudad que le quedaba pequeña, de la violencia en las calles del barrio, de la falta de oportunidades laborales, de una familia destruída y principalmente de Carolina, la mujer con la que creyó que lo había vivido todo. 

Estaba de paso fugaz por Colombia. Debía cerrar dos negocios en Bogotá como subgerente de la empresa de telecomunicaciones en la que lleva ya doce años trabajando. Llegó en la noche, y en una sola jornada bien trabajada dejó todo listo. Tenía tiquete de regreso a Lisboa para el día siguiente al inicio de la noche. Nunca supo cuál fue la razón real, pero aprovechó para volarse a Medellín. madrugó en el vuelo del sábado a las 7:00 a.m. y compró tiquete de regreso para las 4:00 de la tarde. Así le daría la escala sin problemas. 

La tarde sabatina en su natal Medellín estaba lluviosa. Era la 1:38 p.m. cuando tomó el Metro en la estación de La Estrella, municipio en el visitó a su Tía Rosalba en el hogar gerontológico, para saludarla y despedirse para siempre de la única persona a la que le guardaba algún cariño en esta ciudad. Su destino era bajarse en la estación Exposiciones y tomar un vehículo hacia el aeropuerto, con la idea de no volver nunca más. 

Aprovechó la poca cantidad de pasajeros para pasearse por varios vagones, como lo hacía en sus años de universitario. En el vagón que abordó iban una pareja dedicada a los besos, cuatro jóvenes con uniforme color naranja, integrantes de algún equipo de microfútbol y un adulto con uniforme de las Empresas Públicas de la Ciudad. Pasó al vagón siguiente y vio en él a un anciano de sombrero, a una adolescente con pinta de metalera y a una familia completa, con los dos padres y tres niños en escalera, de unos 5, 7 y 9 años. Cuando llegó al tercer vagón ya habían pasado 4 estaciones. 

Repasó visualmente. En el rincón, sentado frente a Marcelo, estaba un hombre, que lo miró con inquietud, vestido con unas botas y un buzo verde ceñido al cuerpo. Al fondo del vagón, se veía una anciana con un bastón en la mano y a su lado una niña de unos 11 años y dos mujeres cuarentonas, que incluso sentadas, tomaban por el brazo a la abuela. El hombre de las botas se bajó en la estación Poblado. 

Cuando Marcelo llegó al cuarto vagón sintió un aire extraño. En el ambiente había un olor que no identificaba pero que le resultaba evocador.  Siguió con su ejercicio. Al lado izquierdo, sentados, iban dos cuarentones discutiendo por un tema de fútbol. Al frente de ellos, viajaban tres mujeres con falda larga, el cabello suelto y cada una con una biblia en la mano. Junto a la puerta de la izquierda, iba recostado un albañil con un maletín de cuero a sus pies en los que se asomaban algunas de las herramientas de su oficio. Marcelo se fijó en la almadana y el cincel que se asomaban por el deteriorado cierre y de inmediato clavó con sorpresa la mirada en una mujer que estaba parada junto a la puerta de la derecha, la más lejana al lugar donde él estaba, esperando la próxima estación. La vio desde un costado y sintió un remesón.       

Una mujer de esa estatura, con un porte elegante, de cabello rubio, de pómulos altos, con un rostro alargado como su cuerpo, con ojos brillantes, ensimismada en la música que escuchaba en sus audífonos grandes, con unos senos prominentes y un pequeño lunar en el antebrazo cerca al codo no podía ser otra que Carolina. Repasó su figura. Después de un instante de duda, se puso a mirarla fijamente. Recordó que su Carolina siempre usaba el reloj en la mano derecha. El lunar, el reloj y su cara delgada fueron las pistas determinantes. 

Marcelo se quedó inmóvil unos segundos. Pasaron 23 segundos. Mientras decidía si gritarle o cruzar el vagón para hablar con ella, el tren llegó a la estación Industriales. Carolina bajó del vagón caminando con prisa, como si esta vez fuera ella la quería huir de todo. Marcelo caminó hacia la salida, pero la puerta se cerró frente a él.  Mientras siguió con la vista a Carolina, que subía las escalas, escuchó por el parlante: "próxima estación: Exposiciones". 

jueves, 14 de marzo de 2024

Lectura entre líneas

En la sala de la cabaña, la chimenea estaba encendida desde las 5:00 de la tarde. El frío era tan fuerte que no quisieron seguir caminando la ciudad en invierno, como se lo habían propuesta cuando programaron el viaje. Converesaron frente al fuego hasta que a ella se le empezaron a cerrar los ojos. 

Se la habían pasado hablando de "autores universales", una categoría imprecisa que les permitía debates eternos. Carla insistía en que Kafka tenía que estar encabezando esa lista y Martín no paraba de discutirle que nunca habría argumentos para ponerlo al lado de Hesse, de Poe, de Dickens o incluso de Hemingway. Ella insistió con el argumento de que el alemán fue pionero en la mezcla del realismo con la ficción y Martín le alegó que un escritor tan perfeccionista y obsesivo se vuelve muchas veces inentendible para muchos tipos de público. Se pasaron horas discutiéndolo hasta que el tema estuvo agotado sin llegar a ninguna conclusión. 

Hablaron de autores, de textos y de géneros. Casi a la media noche,  mientras la nevada arreciaba afuera, a Martín se le ocurrió plantear el tema del invierno en la literatura. Carla ya había recostado en el mueble, pero escuchó atentamente el resumen copioso que él hizo de "la tormenta de nieve" de Tolstoi, después de algunos apuntes que ella aportó sobre "Orlando", de Virginia Woolf. 

Aunque la madera encendida en la chimenea iluminaba con una luz tenue toda la sala y le daba un ambiente romántico a la escena, contrario a sus otros viajes por el mundo esta vez la intelectualidad había superado la sexualidad que ambos se despertaban. Martín pensó sin decirlo que el invierno no solo se había apoderado de la conversación sino de sus cuerpos. 

Ella tuvo la mente clara hasta que la empezó a atacar el sueño y él firme intención de seguir conversando hasta que se le atravesó la idea de que el fuego entre ambos había desaparecido. Un silencio largo se apoderó de la sala.

- "Ya te estás durmiendo", dijo él. "Discúlpame por extender la conversación. La verdad, me genera un placer intelectual hablar de libros. Duerme tranquila, que ya es tarde".  La tomó en sus brazo, la llevó a la habitación y la acostó en la cama entre edredones, cobijas y almohadas. Regresó a la sala y agregó en voz baja: "tarde no; es demasiado tarde... para los dos". Esa fue su lectura. 

lunes, 11 de marzo de 2024

Amor inteligente y amor desconocido

- ¿Te sirvo otro vino?, preguntó Antonella. 

Por enésima vez, no hubo respuesta. Esa noche celebraban el viaje a Europa al que lo enviaría la empresa a él para una capacitación técnica en la casa matriz de la compañía en Luxemburgo. Después de un silencio breve, Alexander continuó con la historia que le estaba contando antes de que ella se levantara a buscar la botella. 

"A Luis XIII le decían El Justo. Imagínate que fue al mismo tiempo Rey de Francia y de Navarra. Fue uno de los seis hijos de Enrique IV de Francia con María de Médici. Los otros hijos de su padre los tuvo por fuera del matrimonio y por eso los tildaban de hijos bastardos..."

Pasaron la noche en el apartamento de él. Antonella sirvió el tercer vino. Volvió a recostarse en su pecho y lo siguió oyendo con atención. Ella es de esas mujeres a las que les gusta más escuchar que ser escuchadas. Disfrutaba de los conocimientos profundos, dispersos, variados y muchas veces inservibles de su novio.  

- ¿Cómo sabes todo eso?, preguntó ella, aprovechando una pausa en el relato de Alexander. 

La habitación solo tenía encendida la luz de la pequeña lámpara del nochero. Él seguía inmerso en su relato y nuevamente obviaba e ignoraba las pequeñas interrupciones. Para Antonella, daba lo mismo que le contestara o no. Amaba tanto sus historias como sus silencios. 

"Como su padre fue asesinado cuando él tenía nueve años de edad y era demasiado joven para poder reinar, su madre asumió la regencia en nombre de su hijo. Estando en el poder, pactó la paz con España y para hacerlo casó primero a su hija Isabel de Borbón con el infante Felipe, y después a su hijo Luis XIII con la infanta Ana de Habsburgo, que también era hija del rey Felipe III". 

Antonella se perdía en las historias. La enganchaban un rato, pero lo extenso de los relatos y los efectos del vino la hacían perder el hilo. A las 3:30 de la mañana sirvió su sexto vino, el último al que le llevó la cuenta. 

- Esa reina me cae bien, alcanzó a murmurar Antonella mientras desocupaba rápidamente la copa.   

"Imagínate que las decisiones de la reina la metieron en muchos líos. El problema mayor es que no tenía buenas relaciones con su hijo, que era el heredero legítimo de la corona. Cómo sería, que Luis XIII organizó en 1617 un golpe de Estado y exilió a su madre".

A Antonella le atraía su perfeccionismo tanto como su egocentrismo, pero le aburría la monotonía. Admiraba muchísimo el rigor que Alex tenía con los datos y la precisión que manejaba en los detalles con los que armaba sus historias, pero los monólogos que asumía por horas le daban sueño y le causaban tedio. 

- ¿Dejamos para mañana el resto de la historia?, preguntó Antonella con voz gangosa y arrastrada. 

"Lo mejor es que la reina se escapó de la prisión y se sublevó contra su hijo. Así fue como se armó la llamada guerra de la madre y del hijo, que tuvo que ser solucionada por el cardenal Richelieu, con el tratado de Angulema. La mamá no quedó satisfecha y volvió a levantarse en armas contra su hijo. Esa fue la segunda guerra de la madre y el hijo. Para evitar más complots, el rey aceptó entonces el retorno de su madre a la corte".

En la Universidad, Alexander había sido monitor en varios grupos de investigación, había sido lector para ciegos en la biblioteca y se había graduado con honores con un promedio de 4,8 en la carrera. Antonella siempre estuve cerca de él, pero la relación de pareja solo se concretó unos años después, cuando él terminó el doctorado.  

"Para no alargarte más la historia, María de Médici volvió a París y se dedicó el resto de si vida al mecenazgo de artistas y a la construcción de su Palacio de Luxemburgo", continuó Alexander. Y agregó: "Pero ojo, no hay que confundirse, el Palacio no está en Luxemburgo, a donde es mi viaje, sino en París".

La luz del amanecer entró por la ventana. Antonella dormía plácidamente hacía dos horas con la seguridad de que su amor por Alexander y por su inteligencia era el más puro. 

Cuando terminaba de contar la historia, Alexander se percató de que ella estaba dormida, recostada sobre su pecho. La miró con intriga, pensó y caviló un momento, se reconoció a sí mismo que realmente la amaba por lo que no sabía de ella. Se levantó, se sirvió un vino y se sorprendió de saber que estaba profundamente enamorado de una desconocida. 

sábado, 3 de febrero de 2024

La presencia de Daniela

Mateo atravesó caminando el llamado "barrio de los obreros" y bajó por un largo callejón. Al final del mismo estaba el portón verde y pesado de "El viejo bar". Buscaba un refugio para estar lejos todo, en especial de Daniela, quien fuera la mujer de su vida, pero también la causante de su gran dolor. El bar era un antro de licor y música pesada. Abrió el gigante portón y entró a ese sitio oscuro, escondido, habitado por el humo y perdido en la ciudad. Cruzó entre las mesas buscando el rincón. Escuchó las voces y reparó los rostros de los asistentes. Había grupos de amigos que hablaban fuerte y reían a carcajadas, una que otra pareja que se hablaban suave y se besaban, y algunos solitarios ensimismados que tarareaban la canción que sonaba en el bar. Cada uno estaba en lo suyo, hasta Mateo, que solo quería beber y olvidar.   

Se dirigió al rincón. Cuando llegó a la última mesa se sorprendió al ver allí a Daniela, sentada, con una botella de aguardiente destapada de la que ya se había consumido algunos tragos. No supo qué hacer. Permaneció estático, en silencio, mientras ella le sonrió coquetamente y le habló. 

"He llegado antes que tú. Sabes que te conozco demasiado bien. Sí te vas al fin del mundo sabría dónde encontrarte. Y también conozco mejor que tú el camino a este bar. Hasta me sé un atajo" le dijo, mientras levantaba la copa y brindaba en el aire. Ante el silencio de Mateo, ella continuó: "Recuerda que no es de un caballero dejar una conversación en punta. Y menos irse enojado cuando todavía hay tragos en la botella". Mateo rechazó con un gesto de desprecio el trago que Daniela le ofreció. "Siempre habrá una explicación clara para cada cosa que hacemos. Siéntate por favor, bebe conmigo y terminemos de aclarar el tema que te tiene aquí", dijo ella.  

Mateo se quedó de pie, la miró fijamente, respiró profundo, dejó salir un suspiro de resignación, dio un paso y pensó sin decirlo: "Si me conocieras tn bien sabrías que no soy tan caballero". Se retiró caminando hacia atrás y atravesó rápidamente el bar para volver a salir por el portón. Cuando subió los 200 metros hasta lo alto del callejón, Daniela lo estaba esperando sentada en la acera, como lo hacía desde hace tres años cuando él la dejó en medio de una fuerte discusión. La botella de aguardiente que tenía en la mano ya estaba vacía.  

sábado, 27 de enero de 2024

Días que no terminan

A las 6:45 de la mañana, José Antonio aún no llegaba a su apartamento. Era viernes, pero el jueves aún no terminaba para él. Tenía en su cuerpo los efectos de varios aguardientes en los que se excedió y en su mente el vacío que aparece después de una intensa noche de placer. Era un bohemio desvelado. La ansiedad lo carcomía. Necesitaba algo más sin saber de qué. 

Maria Elena, en cambio, había preferido el reposo esquivo, a las 8:15 había llamado al trabajo para indiciar que llegaría más tarde aludiendo problemas familiares y permanecía en la cama combinando recuerdos agradables con sentimientos cuilpógenos. Se hizo la mejor amiga de José Antonio en la época de la Universidad y aunque siempre supo que lo amaba con locura prefirió el rol de celestina, que según ella le permitiría conocerlo mucho más. 

Las luces del amaneecer le habían encandilado un poco la vista a José Antonio y la botella de aguardiente que se terminó en el carro le nubló un poco las ideas. Tenía frío, pero no quiso ponerse la chaqueta. Estaba impregnado del olor de Maria Elena en la ropa y en la piel. La sensación de vaguedad se intensificó. Unas horas más tarde, con el pesado tráfico de la autopista, salió en silencio hacia la pequeña finca que tenía en San Rafael y de la que nunca le había hablado a nadie.  

Cuando Maria Elena se levantó eran las 11:47 de la mañana. La cabeza le daba vueltas, tenía mucha sed y la pantalla del celular le notificaba las 15 llamadas que no había respondido: 12 de la oficina, un prestigioso bufete de abogados en la ciudad; dos de Carlos, su esposo, en viaje de negocios en Santiago; y una de Karla, su compañera de trabajo y novia actual de José Antonio. No quiso responder ninguna. Tampoco contestó en el resto del día. Se la pasó en el balcón, tomando limonada, mirando la ciudad y esperando la única llamada que quería recibir. La incertidumbre le duró todo el fin de semana, hasta que el domingo en la noche vio uan publicación de Jose Antopnio en su cuenta de instagram. Era la foto de un atardecer en la que se veían varios árboles y una frase que rezaba: "el verdadero amor se ve en los detalles desapercibidos". Era domingo, pero el viernes no había terminado para ella. 


domingo, 8 de octubre de 2023

La musa

Sophie era una mujer de mediana edad y de un alto nivel económico. Estaba acostumbrada a salirse con la suya. Su nombre era poco común en el pequeño pueblo en el que había decidido irse a vivir. Alfredo quería hablar con ella hace varias semanas, pero se le había dificultado. El viaje hasta allá debía ser por tierra, él sufría fuertes dolores en las piernas como herencia del mal manejo de sus lesiones cuando fue deportista de alto rendimiento, y ella, antes de bloquearlo, le había escrito que no tenía nada de qué hablar con él. Alfredo, escritor de oficio, solo quería pedirle una explicación y dejarla en paz, por eso le había pedido a Jairo que lo llevara hasta la remota población.  

De Manizales salieron a las 4:00 de la mañana. Llegaron a la plaza principal cuando las campanas de la iglesia citaban para el rosario de las 3:00 de la tarde. Hacía un frío terrible. Alfredo estaba ansioso y Jairo hambriento. En el kiosko pidieron dos empanadas grandes y un par de cervezas. Sophie estaba sentada leyendo en una hamaca en el antejardín de su casa en una de las esquinas del parque y no se percató de la presencia de los dos hombres que fueron su vecino y su amante en la capital durante casi 10 años.

Jairo le ayudó a Alfredo a ponerse de pie y lo acompañó hasta la casa de Sophie, que no supo cómo reaccionar cuando los vio juntos. Jairo saludó con cierta frialdad, acomodó a Alfredo en la sala, les dijo que regresaba en un rato, cerró la puerta y se fue a conocer el pueblo. Alfredo saludó con firmeza y antes de que Sophie dijera algo le advirtió que solo había ido por una breve explicación. 

- "Solo dime qué pasó, y me voy a la ciudad a seguir escribiendo", le dijo. 

- "¿Te importa si me quito el abrigo y me pongo cómoda?", preguntó ella con su voz un poco quebrada. "Recuerda que todo escritor necesita una buena musa y tú mismo me contaste que hasta el diablo tuvo una", agregó mientras sonreía coquetamente. 

- "¿Acaso eso todavía tiene importancia para ti?", contrapreguntó él.

- "Ya no", contestó ella, sacudiendo la cabeza, "pero no sobra rememorar los buenos tiempos", añadió.

Alfredo se encogió de hombros, la miró con rabia y comentó como si no fuera para ella: 

- "El día que me dejaste tirado no perdí la inspiración. Eso habría arruinado la historia. Querías joderme la vida y de paso, la profesión. Sí, estuve en las puertas del infierno, pero eso me sirvió para afinar la última novela".

 Sophie levantó la mano, llamando la atención. 

- "Procura no sonar pomposo, Alfred", ronroneó. 

- Él la miró con dureza, pero ella hizo caso omiso. Se quitó el cinturón y se desabrochó los botones del abrigo. Después, con un movimiento rápido, dejó caer la prenda al suelo. No llevaba nada debajo. Ladeó el cuerpo provocativamente en dirección a él. Dio una vuelta completa para exhibirse y se sentó. 

- "¿Lo ves Alfred?, ¿te gusta mi figura?, ¡Soy la musa perfecta! Y no hace falta que respondas", dijo Sophie mientras soltaba una carcajada. 

Alfredo asimiló toda la imagen con una sola mirada. Repasó su cuerpo de arriba a abajo pero se detuvo en los ojos. Se quedó mirándola por un instante eterno. 

- "Conozco muy bien esa mirada. La he visto en muchos hombres. Es la mirada maravillosa del que ve un cuerpo que conoce bien y que siempre ha deseado. Me miras a la cara queriendo parecer un educado intelectual pero estás pensando como animal desatado. ¿Cierto?". Dijo ella mientras seguía su concierto de risas. 

- Alfredo guardó silencio. Se sentía acalorado. 

- Sophie se puso de pie. Dio otra vuelta para exhibirse de nuevo. Se agachó despacio para recoger la abrigo del suelo. Lo sacudió, lo sostuvo unos segundos y con un movimiento rápido metió los brazos y se lo abotonó. Se volvió a sentar en el sofá y esta vez fue ella la que miró fijamente a los ojos a Alfredo. 

Alfredo sintió que salía de un trance. Sacudió un poco la cabeza y quiso empezar a hablar, pero Sophie nuevamente levantó la mano y lo interrumpió.

- "Lo siento, Alfred, tu musa se volvió a aburrir. La explicación que pedías ya fue evidente",  dijo, y agregó: "tú solo miras y después nada. Cuando la musa aparece tienes que dejar que la inspiración fluya, no te puedes quedar de brazos cruzados. Ahora tendrás que irte a otro pueblo a buscar otra musa. Ya sabes, búscala en las tardes,  mientras el pueblo está en misa aparecemos más fácil". 

Alfredo la miró más desconcertado que cuando llegó. Quiso decir algo, pero ya Sophie no estaba en la sala. Escuchó un momento el taconeo de sus zapatos en las escaleras y el grito desde el segundo piso: "ábrele a Jairo, que debe estar esperándote en la puerta. Él sabe muy bien y mejor que tú que si no hay inspiración, el tiempo es breve". 

martes, 19 de septiembre de 2023

Clientela fija

 El calor era insoportable. Elkin caminó por la Avenida, bañado en sudor y con un poco de asfixia, tratando de no pensar más en Cecilia. El Bar de Willy estaba casi al final, después de los dos supermercados y la tienda de mascotas. Cuando llegó a la puerta vio que no había espacio en la media docena de mesas que se ubican en la calle. El Bar de Willy se había ampliado gracias a una disposición del alcalde, que peatonalizó varios sectores del populoso barrio.  

El interior del bar era estrecho, con poca iluminación, con las mesas apiñadas y una barra en la que solo cabían cuatro sillas. En las paredes había una mezcla de afiches de fútbol, fotos de cantantes de salsa, pósters de grupos de rock, un cuadro del Che Guevara y publicidad de algunos candidatos a la alcaldía. Era un local sin identidad, pero con clientela fija. Elkin iba sin falta cada ocho días, los jueves, casi siempre con un desencanto amoroso diferente. Esta vez, el de Cecilia, la mujer que conoció el jueves anterior, cuando salió borracho del bar.

El interior estaba en penumbra. Elkin parpadeó para que sus ojos se adaptaran al contraste de la luz. Las cuatro sillas de la barra estaban vacías. Se sentó en la del rincón y pidió lo de siempre, un ron doble con limón y mucho hielo. Recordó que tenía muy poco efectivo en el bolsillo y que la tarjeta de crédito estaba sin cupo desde el fin de semana intenso que vivió con Cecilia. Pidió un segundo ron doble y se lo tomó tan rápido como el primero. Se sintió mejor. Pagó la cuenta y salió rápido por la Avenida. 

Dos cuadras arriba del bar, en el mismo sitio de ocho días atrás, lo estaba esperando Cecilia. Tenía el mismo vestido verde, el mismo peinado y  la misma sonrisa inocente. Elkin trató de evitarla, pero los  rones ya le habían hecho efecto. Ocho días después, en el Bar de Willy, Elkin volvió a maldecirla. 

miércoles, 23 de agosto de 2023

La falta de calle

 Ricardo saltó de la calle y se subió rápido al taxi para ir al Hotel Garden Inn, donde estaba hospedado hacía dos semanas. El tráfico era terrible, como siempre en Bogotá incluso antes de que comenzaran las obras del Metro. Estaba a solo 11 cuadras de distancia, pero el malgenio tras la última y definitiva discusión con María Eugenia y la pertinaz llovizna de la tarde lo obligaron a tomar el transporte público. El conductor de gesto adusto avanzó mediante aceleraciones abruptas, frenazos en seco, adelantamientos forzados y casi 100 pitazos en el corto trayecto. Se tardó 45 minutos en el corto trayecto. 

- "Se hubiera demorado lo mismo si hubiera manejado tranquilo y recto don Euclides. De todos modos mil gracias", le dijo Ricardo al conductor después de ver su nombre en la tarjeta que colgaba en la silla y antes de pagarle la carrera. 

- "Como se nota que a usted le falta calle", le respondió el taxista, mientras él se bajaba del auto. 

Sin prestar atención al portero, que tenía intención de decirle algo, Ricardo subió rápidamente las escalas y cruzó la puerta giratoria para entrar al hotel. El vestíbulo estaba repleto de gente. Gambeteó varias maletas frente a la recepción y se dirigió rápido al restaurante-bar del primer piso para buscar un trago. Lo único que quería era olvidarse de aquella tarde, quitarse el olor a calle bogotana y tomarse un ron antes de encerrarse en la habitación 804 a trabajar en el presupuesto del proyecto. Lo tenía que entregar a primera hora y lo había descuidado los últimos días por andar entre riñas y noches de placer con su cómplice capitalina.  

Se sentó en la barra. Cuando llamó al mesero para pedirle su trago, éste llegó con el ron ya servido en la mano. 

- "Cortesía de la dama de la mesa de al lado", dijo con cara de compinche. 
- "Gracias", dijo Ricardo, mientras miró sorprendido. María Eugenia estaba allí, sentada, sola, sin el abrigo grueso que tenía once cuadras atrás y con media botella de ron casi vacía. 

- "¿Qué haces aquí?, ¿Cómo llegaste?, ¿ cuánto tiempo llevas acá?", preguntó Ricardo frunciendo el ceño y sin saludar. 
María Eugenia no dijo nada y se volvió hacia el camarero.
-"Alberto, ¿tiene algo dulce?, ¿un postre, un cheesecake?". 
- "De frutos rojos. Es el mejor de la ciudad", respondió el mesero. 
- "Tráigale uno a mi amigo. La vida se le volvió muy amarga esta tarde desde que un taxista le dijo la verdad, y necesita endulzarla. Lo carga a mi cuenta, Más tarde le pago". Inmediatamente se puso de pie, se tomó el último trago de ron a pico de botella y se marchó. 

Ricky se quedó solo en su mesa. Cogió el vaso de ron y mientras le temblaba la mano miró la calle por la ventana del restaurante.   

     

viernes, 18 de agosto de 2023

El baúl de los recuerdos

 Hacía casi 8 años que Raúl no bajaba al sótano. El olor a moho siempre le pareció repugnante y fue su excusa para evadir la insistencia de Luisa de organizar aquel piso bajo. Cuando abrió la puerta para bajar las 13 escalas, frunció la nariz y sintió un extraña opresión en el pecho. Bajó con cuidado. Todo el tiempo se sintió escoltado, no acompañado, por la mujer con la que convivía hace 15 años. 

El calor del  verano era insoportable, señal directa de un cambio climático irreversible. A Raúl le pareció que la temperatura alta concentraba aún más el aroma añejo que salía desde las cajas que estaban apiladas en un caótico desorden en el piso de aquella pequeña habitación. Se preguntó la razón por la que había evitado tanto tiempo volver a ese oscuro sótano. Cuando estaba a punto de responderse, encontró el interruptor y prendió el bombillo pelado que iluminó tenuemente el silencioso sótano. 

Lo primero que vio Raúl fueron las ocho cajas, las tres sillas rotas, algunos libros, las dos bicicletas oxidadas y el pequeño baúl que estaban en el piso. Todo estaba cubierto de polvo y lleno de telarañas. Lo segundo, la cara inquisidora de Luisa, que parada a la izquierda suya, paneó con rabia la habitación de lado a lado. Lo tercero, las sombras que se proyectaban por todas partes y que ocultaban algunas carpetas con papeles olvidados en el piso. Para él, todo en aquella habitación, excepto el pequeño baúl, estaba en la categoría de "cosas viejas, reunidas en el tiempo, posiblemente útiles y valiosas, pero fácilmente botables". Para ella, no había más que basura y un baúl que nunca había visto". 

- "Qué hay en ese baúl?", preguntó Luisa. 
-  "Solo recuerdos que ya no importan", respondió Raúl.
- "Has dedicado tu vida a acumular cosas que no valen la pena", repuntó ella mientras subía las escalas para salir. Y desde la puerta, agregó: "Pide un camión y manda a botar todo esto, hasta tus recuerdos inútiles". 
-  "De acuerdo. Lo haré mañana a primera hora. Que se lleven todas estas cajas...". Y después de una pausa, mientras ponía el candado en la puerta, agregó: "Todo menos el baúl. Los recuerdos allí guardados son contigo, y algún día  podríamos necesitarlos". 


 

martes, 5 de abril de 2022

Otra noche de insomnio en el hotel

Luis Alberto se había despertado con la sensación de que el mundo había girado demasiado y él no se había dado cuenta. Sintió que llevaba dormido en vida demasiados años. Salió a caminar para despejarse.

Pensó en que su vida era hace mucho rato un viaje sin aventuras, que se resumía en sus noches de insomnio en una habitación de un hotel viejo en el centro de Bogotá y en largas jornadas de clases de epistemología y filosofía en algunas pequeñas universidades cercanas al hotel. 
 
En su caminata mañanera se fijó en el afán de la gente, en sus vestuarios gruesos, en la manera como las calles se llenaban rápidamente de carros mientras se desocupaban lentamente de drogadictos, borrachas, prostitutas y recicladores nocturnos. Cuando llegó a la habitación vio el post-it amarillo en la nevera que le recordó el cumpleaños de Ana Laura. Le marcó al celular tres veces mientras desayunaba un tinto en la cafetería, pero no le contestó. "Seguramente está haciendo balances", pensó.  

Era martes. Día de 5 clases. Las dictó todas. A las 8:00 de la noche salió de la última y volvió a marcarle a Ana Laura. Dos veces se fue buzón. Sabía que no había razón para inquietarse. Desde que él le terminó la relación formal hace 13 años con la rebuscada explicación de que la exactitud de los números y el orden rígido de ella no encajaban con las letras libres y los pensamientos en desorden de él, difícilmente le contestaba las llamadas. Llegó al hotel, se quitó los zapatos y subió a la habitación para un último intento. 

Al otro lado de la línea se escuchó la voz de una mujer ebria, firme y directa. Tres razones para dudar por un momento que fuera Ana Lau. Ella nunca se tomaba un trago. 

- ¿Estás bebiendo?
- ¡Mucho! No todos los días se cumplen 52.
- Pero tú nunca tomas. ¿O nunca tomabas?
- Nunca. Pero hoy quería ponerme al día. 
- ¿Y eso?
- Necesitaba recuperar parte del pasado que perdí, o que me quitaron en el camino.  
- Perdón, Ana Lau. Yo solo llamé para felicitarte. Esta mañana no me contestaste, pero supuse que estabas haciendo balances. No me contestaste en todo el día.  
- Sí, sí, sí. En eso estaba. En inventario de vida. 
- ¿Y cómo te fue?, si se puede saber, claro. 
- Había más en la lista del deber que del haber. 
- Ah, bueno. Creo que mejor hablamos otro día... Cuando termines tus cuentas...y tu celebración.   
- No, no. Ya terminé. Ahora solo me faltan dos tragos para cerrar los libros. 
- Bueno, igual mejor descansas y luego hablamos, como dices tú, para ponernos al día. 
- ¿Ponernos al día?, no. Recuerda que las deudas acumuladas en la adolescencia se pagan en cuotas altas desde que se llega a la adultez, y nunca terminan de pagarse.
- Epa! Recuerda que el filósofo en esta relación soy yo. Ja, ja, ja.
- Mejor recuérdalo tú...  que hace rato perdiste el don de la reflexión. 
- ¡Estás siendo dura conmigo!, mejor hablamos luego. Descansa.  
-  Sí, sí, sí... hablemos después... cuando ordenes tus pensamientos; o cuando apreses tus letras. 

Ana Laura colgó. Para Luis Alberto fue otra noche de insomnio en la habitación del viejo hotel.    

sábado, 2 de abril de 2022

Los planes inundados

Fue una conversación que vació todos los recuerdos del pasado. Se habían encontrado por casualidad a las 4:00 de la tarde cuando Isadora entró al café con su jefe para tomarse un tinto antes de irse para su apartamento. Vicente estaba allí desde las 2:00, se había tomado dos expresos y ya iba en la mitad de la revisión de un texto que estaba corrigiendo y que nunca terminó. El café cerraba a las 10:30 p.m. y todavía les quedaban dos tragos de vino en la botella, ninguna historia por contar y muchas explicaciones por entregar de parte y parte. Justo en ese momento aparecieron los silencios. 

Para Isadora había solo dos opciones: desaparecer o asumir que el tinto con el que cerraba la jornada todos los días jugaba a su favor por primera vez en siete años. Para Vicente la situación estaba más clara: su curiosidad de ahora era más fuerte que sus miedos de siempre. Ella hablaba con los ojos e insinuaba con sus sonrisas; él sacaba todos sus interrogantes con las manos mientras la miraba con sutileza. Vicente se ofreció a llevarla, pero Isadora se negó. La culpa que tenía guardada en su piel y que había heredado de la férrea formación católica de sus padres la atacó repentinamente. Los silencios fueron mayores.    

Cuando salieron a la calle, los recibió un fuerte e inesperado aguacero. Bastó una última mirada para entender que los planes imaginados por Vicente habían quedado inundados. 

jueves, 24 de marzo de 2022

Valentina por valiente

 Nicolás no la llamaba hacía más de ocho días. Valentina esperaba impaciente, pero sin dramatizar su desesperanza,  porque en el fondo también amaba sus silencios. Abril estaba o escasas hojas en el calendario. Faltaba poco para la Semana Santa y, como siempre pasaba con él, no había hecho ningún plan. Miró el reloj, eran las 9:00 p.m. Prendió el televisor y ya el reality había terminado. Se sirvió una copa de crema de ron mientras revisaba los mensajes. 

Se aferró al recuerdo de la última vez que se vieron. Fue algo especial por el frío, porque fue en la mañana y porque la conversación versó sobre temas complejos. Estaba segura de que no la iba a llamar, pero aún así no le quitaba la vista al teléfono. Mas que amar a Nicolás, amaba su lado oscuro, su indecisión, su humor negro e irónico, su fanatismo irracional con algunos temas y su estado emocional impredecible. Adoraba sus defectos y todo lo que no sabía de él. Entendía el amor como un acercamiento a los desconocido.  

Cuando terminó el tercer trago sintió que la cabeza le daba vueltas. Tomó el teléfono y decidió honrar el nombre que su madre le había puesto. Valentina por valiente, le explicó alguna vez doña Carmenza. Cuando escuchó la voz al otro lado de la línea, titubeó para hablar, pero respiró profundo y dijo la frase que le cambiaría para siempre su relación con Nico: "Soy Valentina y estoy decidida. Necesito su ayuda urgente". A las 7.00 a.m. del día siguiente entró al consultorio de la doctora por primera vez.


viernes, 2 de abril de 2021

Dora a las 10:00

Llevaban cuatro días sin salir del apartamento de la calle 54. Juan Ignacio había agotado sus historias y sin darse cuenta repetía algunas solo para no caer preso en las preguntas capciosas que a veces María Belén le disparaba. Ella lo escuchaba sin interrumpir y aunque ya conocía los finales siempre soltaba una carcajada natural que le permitía a él alimentar su ego. Entre cuento y cuento, le interpelaba con interrogantes que él volvía a evadir para comenzar otra larga historia. La repetida inquietud de "¿cuándo es que me vas a contar tu rollo con Dora?" quedaba en el aire. Los blackout enrollables se mantenían abajo haciendo que todas las horas parecieran de noche. 

El café en exceso no le ayudaba a Nacho a aclarar sus ideas cada vez más turbias. Cuando se enredaba, María Belén aprovechaba para volver con sus dudas. La respuesta siempre era un silencio prolongado, el inicio de una historia ya contada, una mirada al techo, una llamada telefónica para pedir un domicilio, un capítulo nuevo de una serie o un nuevo momento íntimo en las tinieblas del apartamento en el piso 16. Dora vivía en el 18 y era amiga de María Belén desde hace seis años cuando se conocieron en el gimnasio. Nacho la conocía hacía desde mucho tiempo atrás. 

Pasaron dos días más hasta que se agotó el café. Ignacio miró la hora. Eran las 9:56 p.m. No quiso pedir un domicilio y ante una mirada atónita de Belén, tomó las llaves y dijo que regresaba en un momento. Iba por café a la tienda del primer piso, le dijo. Después de que se subió al ascensor todo fue un rollo. Eran las 10:00. 

martes, 23 de febrero de 2021

Palabras y sonrisas

Una sonrisa le copó todo el rostro a Luciana. Aunque las palabras de Paulo no habían sido ni un cumplido ni un piropo, las asumió como tal. Ella era demasiado apuesta para fascinarle a él, un hombre práctico, de escasos recursos verbales y poco soñador. Paulo solo le hizo una observación sobre el vestido corto que llevaba, que le pareció pertinente porque empezaba la época de lluvias. Él estaba seguro de que no le había dicho ningún embuste, que su intención era solo de servicio y que sus palabras no llevaban el propósito de agradarle o buscar su aceptación. Ella lo entendió y lo asumió diferente. Su mirada coqueta así lo evidenciaba.  

Paulo abrió el paraguas y le ofreció su brazo para cruzar la calle. Luciana se aferró con fuerza y le habló con sutileza. Tenían que sortear los seis carriles de la Avenida, el tráfico era alto y en Medellín ningún conductor de vehículo respeta las cebras peatonales. Venían de la reunión con el cliente, a solo tres cuadras del hotel donde se alojaba Luciana, y donde Paulo había dejado su carro. Por eso decidieron caminar. Cuando llegaron al otro lado de la calle, ella lo miró fijamente, esperando que tomara la iniciativa. No lo hizo. La dejó en la puerta del hotel, se despidió con diplomacia y se fue rápidamente al parqueadero por su carro. Durante varios días, Luciana se quedó sin palabras. 

miércoles, 27 de enero de 2021

El libro en el consultorio

Danna comenzó a recordarlo con fuerza a raíz de un libro que ojeó en el consultorio odontológico mientras esperaba su cita para la extracción de su última muela cordal. Le llamó la atención de entrada que Lisa, la protagonista de "Bajo el cielo de Dublín", era diseñadora gráfica como ella, y que abandonó todo por el amor de Antón, como ella en su momento por el de Emilio. No sabía de él desde hacía cinco años, cuando en una discusión sin sentido, en un arrebato, se armó de un valor racional, decidió terminar la relación e irse a vivir a Bogotá aceptando una oferta laboral no muy buena. 

 En cinco años había pasado por tres empresas y desde hace seis meses se había independizado para trabajar como freelance. Le gustaba trabajar en la noche y aprovechaba el día para ir al gimnasio, cosa que nunca antes hacía, para visitar a sus clientes y para disfrutar la ciudad. En los días siguientes a la cita, por recomendación del odontólogo, permaneció inactiva en el apartamento. El tiempo se le hacía largo y los recuerdos afloraron en mayor cantidad. Pensó que encontrar ese libro había sido una casualidad, pero recordar a Emilio no. 

Una semana después retomó sus actividades normales y decidió no darle más vueltas al tema. Se le estaba volviendo una obsesión. Salió del gimnasio después de un entrenamiento fuerte decidida a hacer algo urgente. Cruzó el puente peatonal sobre la Avenida y entró a la librería. Necesitaba saber qué había pasado con Lisa.  


 

 
   

martes, 19 de enero de 2021

Es mejor que no te quedes

Cuando salieron de cine eran las 11:00 de la noche. "Demasiado temprano para regresar a casa y demasiado tarde para pensar en otro plan", pensó Marcelo. Mientras comentaron la película caminaron por la Avenida El Poblado rumbo al apartamento de Sonia, que vivía a ocho  cuadras. "Demasiado cerca para tomar un taxi y demasiado lejos para los zapatos altos que traje", pensó ella. 

Mantuvieron la típica conversación entre universitarios de quinto semestre en su segunda cita. Discutieron sobre la trama, el papel de Linda Cardellini y el tratamiento al racismo que le dio el director Peter Farrelly. "Siempre quise ser pianista, como el protagonista", pensó él. "La madre si no es la misma actriz de Scooby-Doo", pensó ella. Conversaron sobre sus carreras, el encuentro casual en la plazoleta de la Universidad el día que se conocieron y los gustos musicales y literarios de ambos. "Lástima que no le gusta la salsa clásica", pensó él. "Si lee a Ishiguro a Murakami no es tan básico", pensó ella. La conversación se animó más de lo previsto por ambos y cuando llegaron a la Unidad Residencial alargaron la charla casi una hora sentados en la zona de los juegos infantiles.  

"Ya es media noche y mejor me voy porque tengo un partido con la Facultad mañana", dijo él mientras se despedía. "Aunque quisiera quedarme", pensó. "En la portería te piden el taxi y no se demora nada", le respondió Sonia y le dio un beso en la mejilla muy cerca a la boca. Aunque sus miradas se encontraron y Marcelo se sentía demasiado atraído, se avergonzaba de no tener la valentía para admitirlo y salió caminando hacia la portería con sus remordimientos. "Me llamas la otra semana si quieres ir a ver Bohemian Rhapsody" le gritó ella mientras recogía sus zapatos para irse al apartamento. "Es mejor que no te quedes", pensó. 

miércoles, 13 de enero de 2021

La dueña de los libros

 Entró al bar, eligió la última silla de la barra, se sentó, se quitó la chaqueta, templó la voz, le pidió una Corona a Luis, sacó un libro de la mochila y se dispuso a leer. "Pasado perfecto" de Leonardo Padura, una novela negra que le había regalado Lucía. Pasó una hora y apenas logró darle dos sorbos a la cerveza. Estaba inmerso en el texto. Luis le trajo unas crispetas, las descargó sutilmente, y con cierta timidez le interrumpió la lectura para preguntarle si quería otro trago. "Cualquier ron. Solo con hielo. Es hora de cambiar", dijo Giovanni, sin quitar la mirada del texto. Era su quinta visita al bar en dos semanas, el tercer libro que Luis le veía,  y la primera vez que pedía un segundo trago en la noche.  

El resto de la historia ya lo conocían en el bar. Leyó otros 50 minutos, miró el reloj dos o tres veces, se levantó de la silla, cerró el libro, lo metió a la mochila, se puso la chaqueta, se tomó el ron de un solo envión y pagó la cuenta con un billete de 50.000. Como de costumbre, con un gesto sutil de la mano le indicó a Luis que dejara la devuelta de propina. Esta vez fue mucho menos, por el valor del ron. "Hoy tampoco fue el día. Ya son las 9:00 y hoy tampoco vendrá", dijo antes de salir.  Cuando se marchó, Luis se metió de lleno en su trabajo, sin dejar de mirar a ratos la última silla de la barra. Tenía la sensación de que alguien seguía allí leyendo toda la noche, esperando a la dueña de los libros... que nunca vendrá.   

viernes, 8 de enero de 2021

Compartir almohada

Alesssandro siempre creyó que el secreto de los sueños estaba en las almohadas. Lo leyó en un poema de Benedetti. Creía ciegamente en esta idea. Tenía más de 40 almohadas en su apartamento y era capaz de anticipar el sueño que tendría según la que usara. 

Las almohadas siliconadas le hacían soñar con visitas, las de material viscoelástico eran para los sueños lúcidos, las de plumas las usaba cuando quería sueños dulces, las de fibra lo llevaban a sueños profundos difíciles de recordar, y las de gel le provocaban sueños premonitorios. Durante los 15 años que vivió en su apartamento de soltero, cada noche escogió sus sueños. 

En navidad, Alessandro le propuso a Gabriela irse a vivir juntos. Su regalo fue una argolla. Ella aceptó sin dudarlo y se mudó dos días después, con la idea de recibir el año juntos. Desde entonces, Alessandro sufre de insomnio. Desde que ella llegó, él no puede escoger la almohada a su gusto. La decisión tiene que ser consensada. Nunca se imaginó que compartir la almohada implicaría compartir los sueños. 



martes, 15 de diciembre de 2020

Las 11 menos 3

Martín terminó de escribir el texto el lunes en la noche a las 10 menos 5. No fue fácil. Una página le había llevado varias horas y el relato completo todo el fin de semana. Imprimió a la carrera, bajó por la moto y a pesar de la intensa lluvia salió raudo por la calle 56. Media hora después estaba en la casa de Estela con las seis páginas impresas. Ella le había prometido esperar esas líneas antes de tomar cualquier decisión. Estaba en el mueble, a media luz, mirando por la ventana hacia el colegio vacío. El saludo fue más frío y más tenso que aquella noche de noviembre. Eran las 11 menos 30. 

Estela recibió el escrito, se puso los lentes y encendió la lámpara que estaba al lado del sofá. Martín se hizo en un rincón de la sala, sintiéndose un extra en la escena, se sentó en un mueble pequeño y decidió esperar con la poca paciencia que le quedaba después de luchar con cada línea de la escritura. Le sorprendió que ella no se mostrara trastornada. Después de leer, plenamente metida y absorta en el texto, ella levantó la mirada, suspiró profundamente, y soltó solo una frase mientras doblaba las seis hojas y las metía en una gaveta: "no me llena". Lo corto de la expresión, más que su contenido, le llenó la cara de desencanto a Martín. Sintió una gran desilusión. Eras las 11 menos 5. Tenían un acuerdo: si él lograba plasmar en el texto los sentimientos que ella le había expresado a lo largo de cuatro años, se quedaba. "No tienes por qué preocuparte", le dijo ella. "Fue lo que acordamos". Eran las 11 menos 3.       

domingo, 22 de noviembre de 2020

La carita triste

Santiago tiró la puerta de la oficina. Sabía que tenía poco tiempo. Carolina saldría del hotel a las 10:15 a tomar un taxi para ir a reunirse con sus amigas y él quería llegar justo antes de ese momento para sorprenderla. Eran las 9:52 en el reloj del carro; las 9:55 en el del celular. Cada que estaba de afán maldecía tenerlos descuadrados. Salió del parqueadero sin despedirse de Orlando, el portero, que siempre lo atajaba con un comentario futbolero. Afuera llovía fuerte. Estaba relativamente cerca, pero debía atravesar la zona rosa y le preocupaba encontrar un tráfico pesado. 

Hacía casi un año que no se veían. La última vez fue en el apartamento de ella, antes de que se fuera a vivir a Argentina. Aunque pareció una despedida para siempre, nunca perdieron el contacto gracias a las redes sociales. Toda la tarde hablaron por WhatsApp. Santiago le contó de su gran cantidad de trabajo y del proyecto que tenía que terminar esa noche. Carolina le habló de sus diligencias en el día, de la noche con sus amigas y del vuelo de regreso al día siguiente en la mañana. Había sido un viaje intempestivo para solucionar dos asuntos puntuales. "Estamos tan cerca, pero tan lejos", le dijo ella en el último mensaje, a las 9:36 p.m. y él le respondió con un emoticón de una carita triste. 

Santiago manejó lo más rápido que pudo, pitó más que de costumbre, se robó un semáforo en rojo y pensó en la posibilidad de volverla a ver justo ahora que tenía el corazón clarito. Subió por la 87 y giró a la derecha. Cuando estaba a dos cuadras miró por última vez el teléfono, pero no había más mensajes. Eran las 1:12 en el reloj del carro. Aceleró raudo los metros que faltaban. La vio saliendo por la puerta del hotel. Vestía la chaqueta que él le había regalado en la última navidad y tenía un paraguas gigante. Frenó casi frente a ella, pero no paró. Pasó lentamente, la miró y siguió de largo. En la esquina frenó para mandarle otra carita triste. 

                                                        

sábado, 1 de agosto de 2020

Tiquete de ida

Cuando llamaron el vuelo, María Adelaida siguió mirando su vaso. Cerró los ojos para ver nítida la imagen de él. Su figura siempre aparecía, consciente o inconscientemente, sin importar la hora, el lugar o el grado de alcohol. Pensó en llamarlo para suplicarle perdón y para pedirle que lo intentaran de nuevo; pero prefirió abrir los ojos. Para buscar el pasabordo puso el vaso sobre la pequeña maleta de mano en la que había empacado lo poco útil que tenía. Lo demás se había regalado a la pareja que le compró el apartamento. Bebió el último sorbo de Ron Medellín que le quedaba y con él apagó el único remordimiento que tenía. Abordó por la fila preferencial. 

Desde la ventanilla contó cada una de las líneas de demarcación de la pista mientras el avión decolaba. Siempre le había gustado el cosquilleo que se sentía al despegar. Esta vez no fue así. El pasar de la vía le recordó que a Cristian esa sensación lo mareaba. Le pareció verlo al lado de una de las luces de la pista. Sintió que se desvanecía. Solo había comprado tiquete de ida. Cuando el vuelo estaba en el aire, volvió a mirar por la ventana y supo que había visto el último atardecer de su vida en Colombia. Ella, que se había burlado del amor mil veces, estaba atrapada en él. Añoró otro ron. 

sábado, 18 de julio de 2020

Las 10:03 en el reloj de la pared

Candelabros encendidos, copas de vino servidas, meseros elegantes y grupo musical improvisando algo de jazz. El famoso reloj de pared del restaurante señalaba las 9:40 p.m. Escena perfecta en las afueras de la ciudad. Alejandro esperaba en la mesa a Verónica que se había ido al baño a retocarse el maquillaje. .  

En la mesa del lado, una pareja muy adulta saboreaba sendas copas de coñac mientras aguardaba la cena. Escuchar su conversación aparentemente trivial le ayudaba a Alejandro para no impacientarse por la espera. No entendía mucho, pero rápidamente descubrió que la señora, de nombre Carmen, le reclamaba a su acompañante su comportamiento en el pasado. Nunca le perdonaría su indecisión y su falta de carácter, le decía. Había tensión. El señor miraba para todos lados tratando de encontrar en el restaurante una explicación para replicar. Pasaron casi 15 minutos hasta que llegó la comida, justo cuando Carmen cerraba su monólogo con un "no te perdonaré nunca. De no ser porque ese sábado en el restaurante me dejaste esperando, yo me habría casado contigo". 

Verónica se demoró en regresar. Había tenido un problema con el cierre del vestido.Cuando llegó a la mesa, Alejandro no estaba. Vio a la pareja del lado cenando en silencio, los candelabros habían sido apagados, el grupo musical estaba en descanso y una de las copas estaba vacía. El reloj de pared marcaba las 10:03 p.m.