sábado, 27 de enero de 2024
Días que no terminan
domingo, 8 de octubre de 2023
La musa
Sophie era una mujer de mediana edad y de un alto nivel económico. Estaba acostumbrada a salirse con la suya. Su nombre era poco común en el pequeño pueblo en el que había decidido irse a vivir. Alfredo quería hablar con ella hace varias semanas, pero se le había dificultado. El viaje hasta allá debía ser por tierra, él sufría fuertes dolores en las piernas como herencia del mal manejo de sus lesiones cuando fue deportista de alto rendimiento, y ella, antes de bloquearlo, le había escrito que no tenía nada de qué hablar con él. Alfredo, escritor de oficio, solo quería pedirle una explicación y dejarla en paz, por eso le había pedido a Jairo que lo llevara hasta la remota población.
De Manizales salieron a las 4:00 de la mañana. Llegaron a la plaza principal cuando las campanas de la iglesia citaban para el rosario de las 3:00 de la tarde. Hacía un frío terrible. Alfredo estaba ansioso y Jairo hambriento. En el kiosko pidieron dos empanadas grandes y un par de cervezas. Sophie estaba sentada leyendo en una hamaca en el antejardín de su casa en una de las esquinas del parque y no se percató de la presencia de los dos hombres que fueron su vecino y su amante en la capital durante casi 10 años.
Jairo le ayudó a Alfredo a ponerse de pie y lo acompañó hasta la casa de Sophie, que no supo cómo reaccionar cuando los vio juntos. Jairo saludó con cierta frialdad, acomodó a Alfredo en la sala, les dijo que regresaba en un rato, cerró la puerta y se fue a conocer el pueblo. Alfredo saludó con firmeza y antes de que Sophie dijera algo le advirtió que solo había ido por una breve explicación.
- "Solo dime qué pasó, y me voy a la ciudad a seguir escribiendo", le dijo.
- "¿Te importa si me quito el abrigo y me pongo cómoda?", preguntó ella con su voz un poco quebrada. "Recuerda que todo escritor necesita una buena musa y tú mismo me contaste que hasta el diablo tuvo una", agregó mientras sonreía coquetamente.
- "¿Acaso eso todavía tiene importancia para ti?", contrapreguntó él.
- "Ya no", contestó ella, sacudiendo la cabeza, "pero no sobra rememorar los buenos tiempos", añadió.
Alfredo se encogió de hombros, la miró con rabia y comentó como si no fuera para ella:
- "El día que me dejaste tirado no perdí la inspiración. Eso habría arruinado la historia. Querías joderme la vida y de paso, la profesión. Sí, estuve en las puertas del infierno, pero eso me sirvió para afinar la última novela".
Sophie levantó la mano, llamando la atención.
- "Procura no sonar pomposo, Alfred", ronroneó.
- Él la miró con dureza, pero ella hizo caso omiso. Se quitó el cinturón y se desabrochó los botones del abrigo. Después, con un movimiento rápido, dejó caer la prenda al suelo. No llevaba nada debajo. Ladeó el cuerpo provocativamente en dirección a él. Dio una vuelta completa para exhibirse y se sentó.
- "¿Lo ves Alfred?, ¿te gusta mi figura?, ¡Soy la musa perfecta! Y no hace falta que respondas", dijo Sophie mientras soltaba una carcajada.
Alfredo asimiló toda la imagen con una sola mirada. Repasó su cuerpo de arriba a abajo pero se detuvo en los ojos. Se quedó mirándola por un instante eterno.
- "Conozco muy bien esa mirada. La he visto en muchos hombres. Es la mirada maravillosa del que ve un cuerpo que conoce bien y que siempre ha deseado. Me miras a la cara queriendo parecer un educado intelectual pero estás pensando como animal desatado. ¿Cierto?". Dijo ella mientras seguía su concierto de risas.
- Alfredo guardó silencio. Se sentía acalorado.
- Sophie se puso de pie. Dio otra vuelta para exhibirse de nuevo. Se agachó despacio para recoger la abrigo del suelo. Lo sacudió, lo sostuvo unos segundos y con un movimiento rápido metió los brazos y se lo abotonó. Se volvió a sentar en el sofá y esta vez fue ella la que miró fijamente a los ojos a Alfredo.
Alfredo sintió que salía de un trance. Sacudió un poco la cabeza y quiso empezar a hablar, pero Sophie nuevamente levantó la mano y lo interrumpió.
- "Lo siento, Alfred, tu musa se volvió a aburrir. La explicación que pedías ya fue evidente", dijo, y agregó: "tú solo miras y después nada. Cuando la musa aparece tienes que dejar que la inspiración fluya, no te puedes quedar de brazos cruzados. Ahora tendrás que irte a otro pueblo a buscar otra musa. Ya sabes, búscala en las tardes, mientras el pueblo está en misa aparecemos más fácil".
Alfredo la miró más desconcertado que cuando llegó. Quiso decir algo, pero ya Sophie no estaba en la sala. Escuchó un momento el taconeo de sus zapatos en las escaleras y el grito desde el segundo piso: "ábrele a Jairo, que debe estar esperándote en la puerta. Él sabe muy bien y mejor que tú que si no hay inspiración, el tiempo es breve".
martes, 19 de septiembre de 2023
Clientela fija
El calor era insoportable. Elkin caminó por la Avenida, bañado en sudor y con un poco de asfixia, tratando de no pensar más en Cecilia. El Bar de Willy estaba casi al final, después de los dos supermercados y la tienda de mascotas. Cuando llegó a la puerta vio que no había espacio en la media docena de mesas que se ubican en la calle. El Bar de Willy se había ampliado gracias a una disposición del alcalde, que peatonalizó varios sectores del populoso barrio.
El interior del bar era estrecho, con poca iluminación, con las mesas apiñadas y una barra en la que solo cabían cuatro sillas. En las paredes había una mezcla de afiches de fútbol, fotos de cantantes de salsa, pósters de grupos de rock, un cuadro del Che Guevara y publicidad de algunos candidatos a la alcaldía. Era un local sin identidad, pero con clientela fija. Elkin iba sin falta cada ocho días, los jueves, casi siempre con un desencanto amoroso diferente. Esta vez, el de Cecilia, la mujer que conoció el jueves anterior, cuando salió borracho del bar.
El interior estaba en penumbra. Elkin parpadeó para que sus ojos se adaptaran al contraste de la luz. Las cuatro sillas de la barra estaban vacías. Se sentó en la del rincón y pidió lo de siempre, un ron doble con limón y mucho hielo. Recordó que tenía muy poco efectivo en el bolsillo y que la tarjeta de crédito estaba sin cupo desde el fin de semana intenso que vivió con Cecilia. Pidió un segundo ron doble y se lo tomó tan rápido como el primero. Se sintió mejor. Pagó la cuenta y salió rápido por la Avenida.
Dos cuadras arriba del bar, en el mismo sitio de ocho días atrás, lo estaba esperando Cecilia. Tenía el mismo vestido verde, el mismo peinado y la misma sonrisa inocente. Elkin trató de evitarla, pero los rones ya le habían hecho efecto. Ocho días después, en el Bar de Willy, Elkin volvió a maldecirla.
miércoles, 23 de agosto de 2023
La falta de calle
Ricardo saltó de la calle y se subió rápido al taxi para ir al Hotel Garden Inn, donde estaba hospedado hacía dos semanas. El tráfico era terrible, como siempre en Bogotá incluso antes de que comenzaran las obras del Metro. Estaba a solo 11 cuadras de distancia, pero el malgenio tras la última y definitiva discusión con María Eugenia y la pertinaz llovizna de la tarde lo obligaron a tomar el transporte público. El conductor de gesto adusto avanzó mediante aceleraciones abruptas, frenazos en seco, adelantamientos forzados y casi 100 pitazos en el corto trayecto. Se tardó 45 minutos en el corto trayecto.
- "Se hubiera demorado lo mismo si hubiera manejado tranquilo y recto don Euclides. De todos modos mil gracias", le dijo Ricardo al conductor después de ver su nombre en la tarjeta que colgaba en la silla y antes de pagarle la carrera.
- "Como se nota que a usted le falta calle", le respondió el taxista, mientras él se bajaba del auto.
Sin prestar atención al portero, que tenía intención de decirle algo, Ricardo subió rápidamente las escalas y cruzó la puerta giratoria para entrar al hotel. El vestíbulo estaba repleto de gente. Gambeteó varias maletas frente a la recepción y se dirigió rápido al restaurante-bar del primer piso para buscar un trago. Lo único que quería era olvidarse de aquella tarde, quitarse el olor a calle bogotana y tomarse un ron antes de encerrarse en la habitación 804 a trabajar en el presupuesto del proyecto. Lo tenía que entregar a primera hora y lo había descuidado los últimos días por andar entre riñas y noches de placer con su cómplice capitalina.
- "Cortesía de la dama de la mesa de al lado", dijo con cara de compinche.
- "Gracias", dijo Ricardo, mientras miró sorprendido. María Eugenia estaba allí, sentada, sola, sin el abrigo grueso que tenía once cuadras atrás y con media botella de ron casi vacía.
María Eugenia no dijo nada y se volvió hacia el camarero.
-"Alberto, ¿tiene algo dulce?, ¿un postre, un cheesecake?".
- "De frutos rojos. Es el mejor de la ciudad", respondió el mesero.
- "Tráigale uno a mi amigo. La vida se le volvió muy amarga esta tarde desde que un taxista le dijo la verdad, y necesita endulzarla. Lo carga a mi cuenta, Más tarde le pago". Inmediatamente se puso de pie, se tomó el último trago de ron a pico de botella y se marchó.
viernes, 18 de agosto de 2023
El baúl de los recuerdos
Hacía casi 8 años que Raúl no bajaba al sótano. El olor a moho siempre le pareció repugnante y fue su excusa para evadir la insistencia de Luisa de organizar aquel piso bajo. Cuando abrió la puerta para bajar las 13 escalas, frunció la nariz y sintió un extraña opresión en el pecho. Bajó con cuidado. Todo el tiempo se sintió escoltado, no acompañado, por la mujer con la que convivía hace 15 años.
El calor del verano era insoportable, señal directa de un cambio climático irreversible. A Raúl le pareció que la temperatura alta concentraba aún más el aroma añejo que salía desde las cajas que estaban apiladas en un caótico desorden en el piso de aquella pequeña habitación. Se preguntó la razón por la que había evitado tanto tiempo volver a ese oscuro sótano. Cuando estaba a punto de responderse, encontró el interruptor y prendió el bombillo pelado que iluminó tenuemente el silencioso sótano.
Lo primero que vio Raúl fueron las ocho cajas, las tres sillas rotas, algunos libros, las dos bicicletas oxidadas y el pequeño baúl que estaban en el piso. Todo estaba cubierto de polvo y lleno de telarañas. Lo segundo, la cara inquisidora de Luisa, que parada a la izquierda suya, paneó con rabia la habitación de lado a lado. Lo tercero, las sombras que se proyectaban por todas partes y que ocultaban algunas carpetas con papeles olvidados en el piso. Para él, todo en aquella habitación, excepto el pequeño baúl, estaba en la categoría de "cosas viejas, reunidas en el tiempo, posiblemente útiles y valiosas, pero fácilmente botables". Para ella, no había más que basura y un baúl que nunca había visto".
- "Solo recuerdos que ya no importan", respondió Raúl.
sábado, 16 de abril de 2022
Dolor en el pecho
Lo despertó un fuerte dolor en el pecho. Uno más. Los venía sintiendo desde hace casi seis meses y cada vez eran más frecuentes. El cardiólogo le realizó varios exámenes y había descartado cualquier problema coronario. Eran las 4:15 de la mañana, estaba solo en la habitación, el televisor seguía prendido y al fondo solo se escuchaban las sirenas habituales de una ciudad convulsionada. Fue al espejo del frente y mató un zancudo que estaba allí.
Una vez más, pensó que su vida era monótona, insípida, sin una gran historia para contar. Mentalmente llamó a lista a sus compañeros del bachillerato: Jiménez, un importante banquero; Rodríguez fue concejal; Alvarado, comerciante de telas; García, futbolista profesional; Pérez, sacerdote y obispo en Argentina; Rivera, médico y político; Nuñez escritor. ¿Y él? Una página en blanco. El dueño de una vida fantasmal.
Caminó de lado a lado en el pequeño apartamento del piso 15 en la calle 15, herencia forzada de su padre. Sintió rabia. Quería despejarse. El dolor en el pecho se hizo más intenso. Lo entendió como una alarma para despertar de la vida en sueño que llevaba. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Miró por la ventana hacia la calle y solo vio a un madrugador reciclador que separaba los residuos. Abrió la ventana y le gritó dos veces con fuerza: "No esculques más, que la verdadera basura soy yo".
Se quedó sentado una hora en la habitación mirando la misma pared blanca que ocupaba su atención desde hacía varios años. La luz del amanecer lo sorprendió. Estaba loco, imaginó. El dolor en el pecho ya era inaguantable. Sintió que se moría. Se tiró en la cama a esperar el momento. Contó del 1 al 15. Mientras la muerte llegaba por él se acordó de su médico y también de Alicia, la única mujer que lo amó. No podía ser un infarto. Ella le había reprochado muchas veces que era un hombre sin corazón.
martes, 5 de abril de 2022
Otra noche de insomnio en el hotel
sábado, 2 de abril de 2022
Los planes inundados
Fue una conversación que vació todos los recuerdos del pasado. Se habían encontrado por casualidad a las 4:00 de la tarde cuando Isadora entró al café con su jefe para tomarse un tinto antes de irse para su apartamento. Vicente estaba allí desde las 2:00, se había tomado dos expresos y ya iba en la mitad de la revisión de un texto que estaba corrigiendo y que nunca terminó. El café cerraba a las 10:30 p.m. y todavía les quedaban dos tragos de vino en la botella, ninguna historia por contar y muchas explicaciones por entregar de parte y parte. Justo en ese momento aparecieron los silencios.
Para Isadora había solo dos opciones: desaparecer o asumir que el tinto con el que cerraba la jornada todos los días jugaba a su favor por primera vez en siete años. Para Vicente la situación estaba más clara: su curiosidad de ahora era más fuerte que sus miedos de siempre. Ella hablaba con los ojos e insinuaba con sus sonrisas; él sacaba todos sus interrogantes con las manos mientras la miraba con sutileza. Vicente se ofreció a llevarla, pero Isadora se negó. La culpa que tenía guardada en su piel y que había heredado de la férrea formación católica de sus padres la atacó repentinamente. Los silencios fueron mayores.
Cuando salieron a la calle, los recibió un fuerte e inesperado aguacero. Bastó una última mirada para entender que los planes imaginados por Vicente habían quedado inundados.
jueves, 24 de marzo de 2022
Valentina por valiente
Nicolás no la llamaba hacía más de ocho días. Valentina esperaba impaciente, pero sin dramatizar su desesperanza, porque en el fondo también amaba sus silencios. Abril estaba o escasas hojas en el calendario. Faltaba poco para la Semana Santa y, como siempre pasaba con él, no había hecho ningún plan. Miró el reloj, eran las 9:00 p.m. Prendió el televisor y ya el reality había terminado. Se sirvió una copa de crema de ron mientras revisaba los mensajes.
Se aferró al recuerdo de la última vez que se vieron. Fue algo especial por el frío, porque fue en la mañana y porque la conversación versó sobre temas complejos. Estaba segura de que no la iba a llamar, pero aún así no le quitaba la vista al teléfono. Mas que amar a Nicolás, amaba su lado oscuro, su indecisión, su humor negro e irónico, su fanatismo irracional con algunos temas y su estado emocional impredecible. Adoraba sus defectos y todo lo que no sabía de él. Entendía el amor como un acercamiento a los desconocido.
Cuando terminó el tercer trago sintió que la cabeza le daba vueltas. Tomó el teléfono y decidió honrar el nombre que su madre le había puesto. Valentina por valiente, le explicó alguna vez doña Carmenza. Cuando escuchó la voz al otro lado de la línea, titubeó para hablar, pero respiró profundo y dijo la frase que le cambiaría para siempre su relación con Nico: "Soy Valentina y estoy decidida. Necesito su ayuda urgente". A las 7.00 a.m. del día siguiente entró al consultorio de la doctora por primera vez.
viernes, 2 de abril de 2021
Dora a las 10:00
Llevaban cuatro días sin salir del apartamento de la calle 54. Juan Ignacio había agotado sus historias y sin darse cuenta repetía algunas solo para no caer preso en las preguntas capciosas que a veces María Belén le disparaba. Ella lo escuchaba sin interrumpir y aunque ya conocía los finales siempre soltaba una carcajada natural que le permitía a él alimentar su ego. Entre cuento y cuento, le interpelaba con interrogantes que él volvía a evadir para comenzar otra larga historia. La repetida inquietud de "¿cuándo es que me vas a contar tu rollo con Dora?" quedaba en el aire. Los blackout enrollables se mantenían abajo haciendo que todas las horas parecieran de noche.
El café en exceso no le ayudaba a Nacho a aclarar sus ideas cada vez más turbias. Cuando se enredaba, María Belén aprovechaba para volver con sus dudas. La respuesta siempre era un silencio prolongado, el inicio de una historia ya contada, una mirada al techo, una llamada telefónica para pedir un domicilio, un capítulo nuevo de una serie o un nuevo momento íntimo en las tinieblas del apartamento en el piso 16. Dora vivía en el 18 y era amiga de María Belén desde hace seis años cuando se conocieron en el gimnasio. Nacho la conocía hacía desde mucho tiempo atrás.
Pasaron dos días más hasta que se agotó el café. Ignacio miró la hora. Eran las 9:56 p.m. No quiso pedir un domicilio y ante una mirada atónita de Belén, tomó las llaves y dijo que regresaba en un momento. Iba por café a la tienda del primer piso, le dijo. Después de que se subió al ascensor todo fue un rollo. Eran las 10:00.
martes, 23 de febrero de 2021
Palabras y sonrisas
Una sonrisa le copó todo el rostro a Luciana. Aunque las palabras de Paulo no habían sido ni un cumplido ni un piropo, las asumió como tal. Ella era demasiado apuesta para fascinarle a él, un hombre práctico, de escasos recursos verbales y poco soñador. Paulo solo le hizo una observación sobre el vestido corto que llevaba, que le pareció pertinente porque empezaba la época de lluvias. Él estaba seguro de que no le había dicho ningún embuste, que su intención era solo de servicio y que sus palabras no llevaban el propósito de agradarle o buscar su aceptación. Ella lo entendió y lo asumió diferente. Su mirada coqueta así lo evidenciaba.
Paulo abrió el paraguas y le ofreció su brazo para cruzar la calle. Luciana se aferró con fuerza y le habló con sutileza. Tenían que sortear los seis carriles de la Avenida, el tráfico era alto y en Medellín ningún conductor de vehículo respeta las cebras peatonales. Venían de la reunión con el cliente, a solo tres cuadras del hotel donde se alojaba Luciana, y donde Paulo había dejado su carro. Por eso decidieron caminar. Cuando llegaron al otro lado de la calle, ella lo miró fijamente, esperando que tomara la iniciativa. No lo hizo. La dejó en la puerta del hotel, se despidió con diplomacia y se fue rápidamente al parqueadero por su carro. Durante varios días, Luciana se quedó sin palabras.
miércoles, 27 de enero de 2021
El libro en el consultorio
Danna comenzó a
recordarlo con fuerza a raíz de un libro que ojeó en el consultorio
odontológico mientras esperaba su cita para la extracción de su última muela cordal.
Le llamó la atención de entrada que Lisa, la protagonista de "Bajo el
cielo de Dublín", era diseñadora gráfica como ella, y que abandonó todo
por el amor de Antón, como ella en su momento por el de Emilio. No sabía de él
desde hacía cinco años, cuando en una discusión sin sentido, en un arrebato, se
armó de un valor racional, decidió terminar la relación e irse a vivir a Bogotá
aceptando una oferta laboral no muy buena.
En cinco años había pasado por tres empresas y desde hace seis meses se había independizado para trabajar como freelance. Le gustaba trabajar en la noche y aprovechaba el día para ir al gimnasio, cosa que nunca antes hacía, para visitar a sus clientes y para disfrutar la ciudad. En los días siguientes a la cita, por recomendación del odontólogo, permaneció inactiva en el apartamento. El tiempo se le hacía largo y los recuerdos afloraron en mayor cantidad. Pensó que encontrar ese libro había sido una casualidad, pero recordar a Emilio no.
Una semana después retomó sus actividades normales y decidió no darle más vueltas al tema. Se le estaba volviendo una obsesión. Salió del gimnasio después de un entrenamiento fuerte decidida a hacer algo urgente. Cruzó el puente peatonal sobre la Avenida y entró a la librería. Necesitaba saber qué había pasado con Lisa.
martes, 19 de enero de 2021
Es mejor que no te quedes
miércoles, 13 de enero de 2021
La dueña de los libros
Entró al bar, eligió la última silla de la barra, se sentó, se quitó la chaqueta, templó la voz, le pidió una Corona a Luis, sacó un libro de la mochila y se dispuso a leer. "Pasado perfecto" de Leonardo Padura, una novela negra que le había regalado Lucía. Pasó una hora y apenas logró darle dos sorbos a la cerveza. Estaba inmerso en el texto. Luis le trajo unas crispetas, las descargó sutilmente, y con cierta timidez le interrumpió la lectura para preguntarle si quería otro trago. "Cualquier ron. Solo con hielo. Es hora de cambiar", dijo Giovanni, sin quitar la mirada del texto. Era su quinta visita al bar en dos semanas, el tercer libro que Luis le veía, y la primera vez que pedía un segundo trago en la noche.
El resto de la historia ya lo conocían en el bar. Leyó otros 50 minutos, miró el reloj dos o tres veces, se levantó de la silla, cerró el libro, lo metió a la mochila, se puso la chaqueta, se tomó el ron de un solo envión y pagó la cuenta con un billete de 50.000. Como de costumbre, con un gesto sutil de la mano le indicó a Luis que dejara la devuelta de propina. Esta vez fue mucho menos, por el valor del ron. "Hoy tampoco fue el día. Ya son las 9:00 y hoy tampoco vendrá", dijo antes de salir. Cuando se marchó, Luis se metió de lleno en su trabajo, sin dejar de mirar a ratos la última silla de la barra. Tenía la sensación de que alguien seguía allí leyendo toda la noche, esperando a la dueña de los libros... que nunca vendrá.
viernes, 8 de enero de 2021
Compartir almohada
Alesssandro siempre creyó que el secreto de los sueños estaba en las almohadas. Lo leyó en un poema de Benedetti. Creía ciegamente en esta idea. Tenía más de 40 almohadas en su apartamento y era capaz de anticipar el sueño que tendría según la que usara.
Las almohadas siliconadas le hacían soñar con visitas, las de material viscoelástico eran para los sueños lúcidos, las de plumas las usaba cuando quería sueños dulces, las de fibra lo llevaban a sueños profundos difíciles de recordar, y las de gel le provocaban sueños premonitorios. Durante los 15 años que vivió en su apartamento de soltero, cada noche escogió sus sueños.
En navidad, Alessandro le propuso a Gabriela irse a vivir juntos. Su regalo fue una argolla. Ella aceptó sin dudarlo y se mudó dos días después, con la idea de recibir el año juntos. Desde entonces, Alessandro sufre de insomnio. Desde que ella llegó, él no puede escoger la almohada a su gusto. La decisión tiene que ser consensada. Nunca se imaginó que compartir la almohada implicaría compartir los sueños.
martes, 15 de diciembre de 2020
Las 11 menos 3
domingo, 22 de noviembre de 2020
La carita triste
Santiago tiró la puerta de la oficina. Sabía que tenía poco tiempo. Carolina saldría del hotel a las 10:15 a tomar un taxi para ir a reunirse con sus amigas y él quería llegar justo antes de ese momento para sorprenderla. Eran las 9:52 en el reloj del carro; las 9:55 en el del celular. Cada que estaba de afán maldecía tenerlos descuadrados. Salió del parqueadero sin despedirse de Orlando, el portero, que siempre lo atajaba con un comentario futbolero. Afuera llovía fuerte. Estaba relativamente cerca, pero debía atravesar la zona rosa y le preocupaba encontrar un tráfico pesado.
Hacía casi un año que no se veían. La última vez fue en el apartamento de ella, antes de que se fuera a vivir a Argentina. Aunque pareció una despedida para siempre, nunca perdieron el contacto gracias a las redes sociales. Toda la tarde hablaron por WhatsApp. Santiago le contó de su gran cantidad de trabajo y del proyecto que tenía que terminar esa noche. Carolina le habló de sus diligencias en el día, de la noche con sus amigas y del vuelo de regreso al día siguiente en la mañana. Había sido un viaje intempestivo para solucionar dos asuntos puntuales. "Estamos tan cerca, pero tan lejos", le dijo ella en el último mensaje, a las 9:36 p.m. y él le respondió con un emoticón de una carita triste.
Santiago manejó lo más rápido que pudo, pitó más que de costumbre, se robó un semáforo en rojo y pensó en la posibilidad de volverla a ver justo ahora que tenía el corazón clarito. Subió por la 87 y giró a la derecha. Cuando estaba a dos cuadras miró por última vez el teléfono, pero no había más mensajes. Eran las 1:12 en el reloj del carro. Aceleró raudo los metros que faltaban. La vio saliendo por la puerta del hotel. Vestía la chaqueta que él le había regalado en la última navidad y tenía un paraguas gigante. Frenó casi frente a ella, pero no paró. Pasó lentamente, la miró y siguió de largo. En la esquina frenó para mandarle otra carita triste.
sábado, 1 de agosto de 2020
Tiquete de ida
sábado, 18 de julio de 2020
Las 10:03 en el reloj de la pared
viernes, 3 de julio de 2020
La llamada en el jacuzzi
domingo, 28 de junio de 2020
El reportaje del domingo
sábado, 20 de junio de 2020
Una llamada de control
lunes, 15 de junio de 2020
la imagen del altar
martes, 9 de junio de 2020
Un brindis académico
martes, 2 de junio de 2020
Incomprensiblemente fantástica
domingo, 24 de mayo de 2020
Salud por Sócrates
martes, 19 de mayo de 2020
Volvió a llover
jueves, 14 de mayo de 2020
310 cuadras
sábado, 9 de mayo de 2020
Tema para rato
domingo, 3 de mayo de 2020
La sonrisa de Katia
miércoles, 29 de abril de 2020
Infierno entre rones
sábado, 25 de abril de 2020
Caída libre
domingo, 19 de abril de 2020
Merlot amargo
martes, 14 de abril de 2020
Engañados
viernes, 10 de abril de 2020
Páginas faltantes
sábado, 4 de abril de 2020
Samuel era un chiste
martes, 31 de marzo de 2020
La rutina
domingo, 29 de marzo de 2020
Amor tal
miércoles, 18 de marzo de 2020
La angustia acogedora
miércoles, 4 de marzo de 2020
Noche de Preguntas
miércoles, 26 de febrero de 2020
La ley del encanto
lunes, 24 de febrero de 2020
la novela inacabada
jueves, 20 de febrero de 2020
La carta del martes
miércoles, 19 de febrero de 2020
Círculo vicioso
Afuera se vivía una especie de carnaval. Un grupo afro bailaba, cantaba y saltaba ante la indiferencia, solo aparente, de la demás gente. Claudia le dio la vuelta al escritorio y salió. Ella quería estar afuera y no ahí sentada, como lo estuvo tres horas, escuchando hablar a un hombre que se le había convertido en un círculo vicioso.