sábado, 18 de julio de 2020

Las 10:03 en el reloj de la pared

Candelabros encendidos, copas de vino servidas, meseros elegantes y grupo musical improvisando algo de jazz. El famoso reloj de pared del restaurante señalaba las 9:40 p.m. Escena perfecta en las afueras de la ciudad. Alejandro esperaba en la mesa a Verónica que se había ido al baño a retocarse el maquillaje. .  

En la mesa del lado, una pareja muy adulta saboreaba sendas copas de coñac mientras aguardaba la cena. Escuchar su conversación aparentemente trivial le ayudaba a Alejandro para no impacientarse por la espera. No entendía mucho, pero rápidamente descubrió que la señora, de nombre Carmen, le reclamaba a su acompañante su comportamiento en el pasado. Nunca le perdonaría su indecisión y su falta de carácter, le decía. Había tensión. El señor miraba para todos lados tratando de encontrar en el restaurante una explicación para replicar. Pasaron casi 15 minutos hasta que llegó la comida, justo cuando Carmen cerraba su monólogo con un "no te perdonaré nunca. De no ser porque ese sábado en el restaurante me dejaste esperando, yo me habría casado contigo". 

Verónica se demoró en regresar. Había tenido un problema con el cierre del vestido.Cuando llegó a la mesa, Alejandro no estaba. Vio a la pareja del lado cenando en silencio, los candelabros habían sido apagados, el grupo musical estaba en descanso y una de las copas estaba vacía. El reloj de pared marcaba las 10:03 p.m.

viernes, 3 de julio de 2020

La llamada en el jacuzzi

Con cierta precaución, para evitar que su compañera se enterara, contestó el teléfono, caminó unos pasos hacia la habitación, bajó el tono de la voz y hasta torció un poco la boca. Irene apagó con cuidado el jacuzzi y alcanzó a escuchar la voz un poco empalagosa de Diego que le decía a alguien a través de su móvil que le diese un rato nada más, que él iba para que se inventaran la noche. Los presentimientos de ella se transformaron en certezas. Del otro lado de la línea se escuchó una voz masculina muy alterada que gritaba una sentencia. Si no iba de inmediato se tendría que olvidar de él.    

Cuando Diego volvió al jacuzzi, notó que la espuma había desaparecido un poco. También pudo observar que Irene tenía la mirada perdida. Lo que no pudo percibir fue su corazón trastornado. Sin decir palabra y sin sospechar que ella lo había escuchado, él quiso retomar donde iban, pero ella, desesperada, y con la cara llena de soberbia, salió del agua y empezó a caminar en círculos por el amplio baño, tratando de seguir las caprichosas líneas que tenía el baldosín. Desnuda, mojada y exaltada, Irene le lanzó una última mirada cargada de desprecio, abrió la puerta y salió hacia a la habitación totalmente en silencio. Diego pensó que lo que la había incomodado era que él se hubiera demorado mucho rato en el teléfono. Permaneció en el jacuzzi 10 minutos, esperando que a ella se le pasara el enojo y pensando qué decirle para poderse ir. 

Entró a la habitación, ya vestido, haciéndose el enojado, tomó la chaqueta, miró a Irene tendida en la cama llorando una pena que nunca supo si era de rabia, de decepción, de tristeza, de ingenuidad, de cólera, de culpabilidad o de envidia. "Voy a comprar licor y a dar una vuelta para calmarme", le dijo, y salió tirando fuerte la puerta. Ella se quedó allí pasmada, resistiéndose a creer lo que había escuchado, esperando despertar de su pesadilla. Se tomó dos pastas y se quedó dormida. Cuando el despertador sonó, Diego no había regresado.  

domingo, 28 de junio de 2020

El reportaje del domingo

Lo asombró su belleza. La había imaginado muy diferente cuando lo contactó para la entrevista. La única referencia que tenía de ella era su columna semanal, en la que hacía críticas constantes y agudas a las nuevas tendencias. La cita era en un restaurante lujoso, escogido por el área de relaciones públicas del periódico solo por los buenos ambientes que ofrecía para las fotografías. Ambos llegaron vestidos para la ocasión: ella con un vestido azul rey, largo, con el cabello recogido y un escote inminente; él con un traje gris, corbata de pala angosta y zapatillas bien lustradas. Sandra llevaba solo tres años en el área de entretenimiento del periódico y no gozaba de mucho reconocimiento. Felipe cumplió 15 como el cantante más reconocido en el género de pop. En la mesa había una botella de Gato Negro, cortesía de la casa. Al fondo, un violinista solitario llenaba el ambiente con notas clásicas. 

-Lástima que todo lo haya cuadrado el periódico. Se anticipó a decir ella para evitar un saludo protocolario. Esta cita, señor López, responde más a mi interés personal por conocerlo que a una tarea periodística, que cualquiera de mis compañeras pudo hacer. 

Sorprendido por la sinceridad y por el sentimiento de admiración de la periodista, fascinado por su belleza física y asombrado porque ella tomó la iniciativa, Felipe pensó muy bien sus palabras de respuesta. Nunca le había sido fácil pensar y sonreír para la cámara del fotógrafo al mismo tiempo.   

- Sandra Milena,, Sandra Milena... un buen nombre compuesto. Sandra, de origen latino, derivado de Alessandra, la protectora. Y Milena, de origen eslavo, que significa la ilustre. Una ilustre protectora... y pausó su voz mientras los ojos se le fueron directo al escote. 

Rieron y bebieron el primer vino. Hablaron casi dos horas antes de pedir la comida y hasta que el fotógrafo se fue. Después, solo hubo tiempo para ocho tragos más, para dejar la mitad de la comida y para mirarse con una simpatía con visos de pasión. Eran las 11 de la noche cuando salieron. El reportaje del domingo ya estaba escrito. 

sábado, 20 de junio de 2020

Una llamada de control

Luciana se metió a la ducha todavía amodorrada por el breve sueño que se permitió en el sofá después de llegar del trabajo. Abrió la llave del agua caliente y cuando mojó las primeras partes de su cuerpo se dio cuenta de que tenía puesta la camiseta. No le importó. La noche era joven para preocuparse por insignificancias, pensó. Cuando salió, el frío que hacía en la ciudad se coló por una ventana medio abierta y le provocó un escalofrío momentáneo. En ese momento le entró una llamada de Said. 

Se quitó la camisa emparamada, se sentó en el borde de la cama y se envolvió en una toalla mientras miraba quién le estaba marcando. Se desilusionó, pero contestó. Al otro lado de la ciudad, en una bucólica y vetusta oficina de siquiatra, con la corbata a media asta, las mangas de la camisa remangadas y la cara de quien había trabajado en un caso complicado todo el día estaba él, su médico y confidente, al que a pesar de la insistencia ella nunca le permitió otra categoría. 

- "¿Qué quiere ahora el rey de las llamadas en momentos inapropiados?", preguntó Luciana sin siquiera saludar. 
- "Nada importante, como siempre. Sólo saber ¿por qué dejaste la ventana abierta? y ¿por qué te bañaste con la camiseta puesta?", replicó él. 

Luciana no dijo nada. Colgó y estalló en llanto. La descomponía totalmente que Said quisiera controlarle la vida. 

lunes, 15 de junio de 2020

la imagen del altar

Dieron por terminada la clase, aduciendo que la profesora estaba indispuesta. Salieron caminando rápido y se subieron al carro de Juan Pablo, que siempre parqueaba dos cuadras arriba de la universidad para evitar rumores y trancones. Ella metió su bolso debajo de la silla, como lo hacía siempre desde el día que se lo arrebataron desde una moto ante la mirada cómplice del taxista. Él cambió el protocolo del aula por la habitual informalidad del trato que usaban cuando estaban solos. "Ponte el cinturón, Vero, y guárdame diez minutos el beso que se te nota", le dijo Juan, mientras miraba a ambos lados de la vía.  En la acera de la izquierda, en una mesa de uno de los bares del sector, estaba sentado Julián, solitario como siempre, y con una cerveza en la mano. Ese día había cancelado la materia por faltas. 

El apartamento al que fueron era oscuro, con poca decoración, con una especie de altar sin santo en el pequeño patio de dos metros cuadrados que servía de aireador. Estaba ubicado en una calle amplia, cerca al centro y desierta a esa hora de la mañana. Ella se entregó a los juegos del placer mientras él reparaba de manera consciente los detalles del lugar. Al final, los dos jadearon y se dedicaron a fumar. luego vino un eterno silencio de doce minutos. Ella no quería desnudarle su alma con palabras. Él no quería interrumpir el efecto de sedación que le causaba el sexo. "Me voy en un taxi", dijo ella mientras se apuró a vestirse. "Tengo mucho que calificar, y creo que se rajó más de uno, y no hablo propiamente de Julián", agregó mientras cerraba la puerta. Juan se quedó un rato más tratando de adivinar cuál sería la imagen que había ocupado aquel altar. 
   

martes, 9 de junio de 2020

Un brindis académico

A Pamela le pasaba algo particular con las fiestas: se entusiasmaba demasiado cuando la invitaban, pero estando en ellas le entraba un desgano total. Era una constante desde las fiestas de quinces de sus amigas. Ya bordeaba los 53 años de edad. Su última relación seria había terminado hace nueve. Vivía sola en una pequeña finca a cuarenta minutos de la ciudad. Su única compañía eran sus gatos. Sentía que el tiempo y la soledad le pasaban sendas facturas que no tenía como pagar. La reunión de la Facultad esa noche no era la más adecuada para sacarla de sus preocupaciones. 

Cuando llegó, la cena estaba servida y y el decano ya había hablado. El encuentro era formal. Su traje negro y su escote en la pierna no pasaron desapercibidos. Su llegada tarde tampoco. Se sentó en una mesa junto a la ventana en la que solo se escuchaban lugares comunes. Elogios excesivos a una gestión que ella no compartía. A algunos profesores se les notaban los cuatro tragos que ya habían repartido. Intentó comer, pero la interrumpió el sonido de un violín con un remoto vals que la transportó a sus años de adolescencia. 

Dejó la cena, se inspiró en la música, y tomó una de las copas que sobrevivió de las rondas anteriores. Sintió un extraño calor en el pecho. Se fue al lado del violinista y lo interrumpió con sutileza. "Brindo por los que llegan tarde para evitar las farsas, por los que interrumpen la música que muchos no valoran y por los que se van temprano para quedar de tema", dijo. Se ruborizó un poco, pero salió despacio. En la finca la esperaban sus tres gatos que ronroneaban como nunca. 

martes, 2 de junio de 2020

Incomprensiblemente fantástica

Alina sintió que se mudaba al pasado de su propia historia. El frío de junio era terrible. Los recuerdos también. De alguna manera, sintió que en su vida se había roto el hilo del tiempo. Sentía que por alguna deuda pendiente que ya no quería recordar había regresado al 2 de junio de 9 años atrás. Se sentía bien, aunque lo que veía a su alrededor parecía irreal. En un sillón, sin percatarse de su presencia, leyendo, Luciano parecía esperarla con una impaciencia inusual en él. Se acercó, lo miró a los ojos y le susurró su nombre al oído. La impaciencia de él hizo que su voz se esfumara. 

La imagen la hizo sentirse desolada. Tenía al frente la misma puerta que tantas veces quiso abrir, pero que nunca pudo. Una vez más sintió que aunque lo intentara no iba a descifrar la clave. Habían pasado nueve años y solo esta regresión le permitió entender que ella nunca tuvo nada firme de qué aferrarse. Ver nuevamente el viejo apartamento, los libros regados en el piso, el gato durmiendo en un estante y al hombre que nunca la supo escuchar le generó sentimientos nuevos. No halló palabras para nombrarlos. Cerró los ojos unos segundos para respirar tranquila. Cuando los abrió vio que su presente era tan incierto como su pasado. Los dos tiempos se habían unido. La vida, pensó Alina, es incomprensiblemente fantástica. 


domingo, 24 de mayo de 2020

Salud por Sócrates

Muy temprano en la mañana, Antonela decidió podar el jardín del patio. Para ello siempre usaba unas tijeras viejas que rescató de la finca antes de entregarla. Mientras cortaba el rosal miró el busto de Sócrates que parecía guarecerse de la lluvia debajo de una teja pequeña. La casa, el busto y la teja eran herencia de su padre, un italiano que llegó a Colombia huyendo de una guerra mundial para morir en una guerra local. Aunque había vivido 35 años en esa casa, nunca había notado que las cavidades de los ojos del busto estaban vacías, por lo que era imposible saber hacia dónde miraba el filósofo. Un viento frío le golpeó las mejillas y en una mano le cayeron unas primeras goteras. Sintió un sensación de vació y prefirió entrar rápido a la casa.

Se metió a la biblioteca, que permanecía intacta desde hacía tres años cuando su padre fue asesinado. En un lado, había muchos libros. Todos viejos y empolvados, pero en buen estado. Al otro, un escritorio lleno de papeles y documentos jurídicos, con algo de moho por la humedad del lugar. Tomó uno de los libros de pasta dura, "Los filósofos y el amor", y buscó el viejo sofá. La filosofía, pensó, siguiendo a Sócrates, no es una especulación sobre el mundo sino un modo de ser en la vida por el cual es preciso, cuando sea necesario, hasta sacrificarla. Leyó un poco y lloró bastante. Sintió que el filósofo le reclamaba desde el jardín por no seguir  el único saber fundamental que existe: conocerse a sí mismo. Abrió el escritorio, destapó una botella, miró por la ventana hacia el jardín, brindó por Sócrates y bebió desaforada. Esperaba que fuera alguna cicuta olvidada en el cajón. 

martes, 19 de mayo de 2020

Volvió a llover

Todo el día el cielo fue una esponja que se exprimía cada dos o tres horas. Adrián estuvo conectado en su computador. Alexandra se pasó la jornada en el marco de la ventana del piso 7 mirando la solitaria calle entre la lluvia. Él, con la mente ocupada en su teletrabajo. Ella, con él en sus pensamientos.

En el sexto aguacero, cuando cayó la tarde, Alexandra vio venir a un hombre protegido con un paraguas grande. Parecía enfurecido. Vociferaba en medio de la lluvia. Maldecía y manoteaba. Desde su lugar era imposible identificarlo. Por un momento creyó que era su Adrián. Desde la calle hacía el gesto de apuntarle con el paraguas. Reflexionó rápidamente. Él no tenía motivos para estar bravo. No había mostrado interés para ir hacia aquella calle. Ni siquiera sacaba tiempo para ella. Miró al hombre del paraguas y mientras él la ofendía con palabras y gritos, ella le agradeció lanzándole un beso. Justo en ese momento volvió a llover.

jueves, 14 de mayo de 2020

310 cuadras

Tardó mucho en anochecer. Samuel David no paró de caminar. Salió de su oficina en Belén, subió por la carrera 30, cruzó toda la 80 hasta La Aguacatala y luego por la Avenida Las Vegas llegó hasta el parque de Envigado. Compró una botella de agua y siguió rumbo al municipio de La Estrella. Subió casi hasta la casa de María Paula. Para no pensar en el camino contó cada una de las cuadras.  Tres veces se desconcentró y creyó perder la cuenta. Empezó un nuevo conteo desde el sitio en que le llegaba la duda. El sudor le recorría todo el cuerpo, pero el viento frío y el amago de lluvia le golpeaban la cara y lo refrescaban. 

María Paula había sido reina. Después, estudió ingenería. Tiempo después trabajó en el edificio contiguo al de la oficina de Sammy. Él nunca se atrevió a cruzar la frontera que significó la relación formal que ella tenía desde su época de universitaria. Ahora vivía más lejos, pero él la sentía más cerca. Esa noche estaba seguro de haber dado un gran paso cuando le respondió el mensaje. Se sentó en el parque a refrescar sus ideas y a mirar un buen rato el balcón del fondo. Volvió a caminar. Según sus cálculos, sumando los tres intentos de conteo, llevaba unas 310 cuadras. El recorrido fue casi igual de extenso. Los últimos pasos los dio casi dormido cuando llegaba a su casa en en el barrio San Javier. Sintió que le faltaba mucho camino. 

sábado, 9 de mayo de 2020

Tema para rato

Un momento de duda que pareció una eternidad. Pilar se quedó perpleja, sin parpadear, durante unos segundos. No quería moverse. Algo dentro de ella le impulsaba a no quebrar la escena. Pablo y Laura parecían hipnotizados. Él lanzó su mano en busca del vaso, cambió de postura y aprovechó rápidamente para tomar distancia. Ella recogió el celular de la mesa y abrió el WhatsApp para simular que revisaba los mensajes. Pilar siguió mirando en actitud de estatua y entre los tres se creó una línea de tensión fuerte y silenciosa. 

- "¿Hay algo entre ustedes que yo deba saber?", preguntó Pilar después de espabilar dos veces y cambiar la mirada de sorpresa por una de inspectora.  
- "Nada que no sepas", respondió Laura agachando la cabeza ante su mejor amiga, con la que hacía muchos años no tenía secretos.
Pablo terminó su trago y se fue a la cocina por más hielo. El que tenían en los vasos estaba roto y tenían tema para rato.   

domingo, 3 de mayo de 2020

La sonrisa de Katia

Domingo extraño. Las actividades de las personas no evidenciaron el carácter festivo del día. Hacía 40 días que el mundo estaba entre paréntesis. Katia era la única que tenía razones suficientes para sonreír. Sabía que la mente de Jair se ocupaba de ella, que su cuerpo también. Ella se tomó la tarde dominical como un descanso activo. Se olvidó de su computador y se dedicó a mirar la calle del pueblo desde su ventana. La soledad que vio le inspiró recuerdos de 14 años atrás. La curvatura de sus labios se arqueó por horas.  

Jair no tuvo domingo. Desde hace varios años todos sus días le parecían lunes. Entre tarea y tarea, había pensado 200 veces en los rizos de Katia. Días atrás, sin pudores, ella le había expresado su admiración y sus palabras le habían generado vértigo. Habían quitado un stand by entre ambos, pero el mundo los había forzado nuevamente a suspender. Miró por su ventana y no se pudo inspirar. Apretó la boca y volvió a trabajar. La ciudad estaba vacía. En cuarentena. Era domingo, pero para él, en su portátil, estaba terminado otro lunes laboral.      

miércoles, 29 de abril de 2020

Infierno entre rones

Santiago llegó temprano y medio borracho. Valentina lloraba en la biblioteca, angustiada, después de leer uno de los 198 cuentos que tenía su página preferida. Santiago entró con una botella de ron ya destapada. Bebieron juntos de a dos tragos  antes de qué él le preguntara por qué lloraba. Ella le mintió respondiendo que no le dolía nada. Solo el alma, pensó; pero nunca lo dijo. 

Hacía ya tres años que Valentina se había desentendido de los negocios de su esposo. Era la mitad del tiempo en el que él se había distanciado del los problemas de ella. Sostuvieron una discusión que duró seis rones más, es decir, casi cuarenta minutos. Santiago, ya salido de casillas, le volvió a reprochar su llanto. Ella, ya entrada en un estado de ebriedad, volvió a mentirle. Insistió en la idea de que no tenía nada especial. Solo que se quemaba en un infierno sin que él lo notara, pensó; pero tampoco lo dijo.  Santiago se quedó dormido intentando hablar. A ella el calor no la dejó dormir.  

sábado, 25 de abril de 2020

Caída libre

Lunes en la noche. Enrique salió a cenar con unos políticos del Oriente. Le preguntó a Paola si quería acompañarlo, pero ella evidenció su falta de convicción. Se quedó sola. Se fumó un porro para tratar de alterar la visión que tenía de su realidad, pero el efecto fue contrario. La yerba le enfatizó las ideas de las que quería escapar.  Al efecto narcótico se le sumó la presión arterial, que la tenía bajita desde el viaje en avión de la mañana. El calor también la agobiaba. Tenía la sensación de estar metida en una pesadilla de la que no podía despertar. Pensó en Enrique y en sus amigos políticos. Se los imaginó planeando negocios corruptos. Se reía de ellos, pero luego lloraba por él. 

Se acordó del vacío en el avión. A Enrique le estaban proponiendo ser el candidato para salvar la ciudad. Prendió el aire acondicionado, pero al mismo tiempo abrió las ventanas. Se acordó de la cara de pánico de Enrique en el avión.  Quería saltar. Destapó una botella de ron que tenía en la nevera. Caminó varias veces de la biblioteca a la habitación. Se asomó por la ventana  y vio venir hacia el edificio a un hombre mal vestido. Se lo imaginó gritándole en un idioma extraño que saltara, pero el tipo no levantó la cabeza del piso. Venía llorando y arrastrando los pies. Sintió hambre. Fue por un sánduche a la nevera. Volvió a la ventana. Miró de nuevo al hombre en la calle. Tenía la ropa raída y algunas heridas en la piel. Era Enrique. Había saltado del avión y había caído muy bajo.  

domingo, 19 de abril de 2020

Merlot amargo

Los dos se habían trajeado para la ocasión. Era su primer encuentro. Se habían encontrado en un famoso y colmado restaurante del barrio Manila de Medellín. Mariana exhibía un vestido ceñido con un escote pequeño que resaltaba sus grandes curvas. Samuel llegó con un pantalón de dril, nuevo, azul oscuro y una camisa gris con cuello boton down. Pidieron una botella de un vino Merlot, recomendación de la casa. El mesero fue acomodando diferentes platos y en cada pasada servía las copas vacías, hasta terminar. Al fondo, como banda sonora del encuentro, el grupo del restaurante interpretó canciones de Morat, de Fito y de Joaquín Sabina. 

La cita era supuestamente para hablar de un grupo de investigación. Se contaron la vida, se confesaron secretos y se besaron despacio. Él estaba fascinado. La belleza de Mariana no lo deslumbraba sino que lo  estremecía. Rieron, hablaron de literatura, de música y se bebieron la botella completa. Cuando el primer taxi llegó, Samuel quiso despedirse con un acto de galantería. "A pesar de la hora", dijo, "mucho gusto, Samuel, pero puedes llamarme Samy". La frase golpeó en la mente borracha de Mariana, que respondió: "Mucho gusto, Mariana, pero puedes llamarme cuando quieras". Samuel intentó reír, pero no pudo. Algún gesto en el rostro de su casi nuevo amor le hizo perder el encanto. 

martes, 14 de abril de 2020

Engañados

María Fernanda siempre supo que Sebastián era un detective. Lo había investigado desde el día que lo conoció en la Universidad. Se sentía feliz de haberlo engañado en su oficio. Le hacía feliz saber que él nunca sospechó que ella lo supiera. Cada que ella salía de sus clases de noveno semestre, Sebastián la acechaba. Lo hizo durante dos meses. Según él, era el tiempo suficiente para conocer los secretos de sus perseguidos. Esa noche estarían de celebración. Habían pasado exactamente seis meses desde que se cruzaron por primera vez en la fila de la cafetería de la Facultad de Derecho.  La cita era en un bar de la calle 63, muy cerca a la Universidad.  

Ella se salió de la clase una hora antes de terminar. Caminó despacio por algunas calles del centro. Paseó para él. Coqueteó con su cabello en cada tienda en la que se detuvo a mirar vitrinas. Se sentía plena sabiendo que Sebastián se había condenado a seguirla. Intentó descubrirlo entre  la gente para saludarlo con sorpresa y cumplir una fantasía. Le admiraba que se escondiera tan bien. Llegó hasta el centro de un parque y le hizo una llamada. Dio un giro de 360 grados para tratar descubrirlo mientras hablaba con él. Nunca lo vio. Él le juró que llegaría a tiempo. Le dijo que estaba en la oficina de su padre, donde él era gerente comercial. Con una risa en los labios María Fernanda se fue al bar de la cita y allí lo esperó. No llegó esa noche. No volvió a aparecer. Había descubierto su engaño y nunca se lo perdonó. 

viernes, 10 de abril de 2020

Páginas faltantes

Catalina cerró el libro con algo de furia. Lo guardó en el bolso y a pico de botella se tomó otro vino. Mejor el licor que las píldoras, pensó. Encendió el carro, soltó el clutch rápidamente y salió del barrio bordeando el parque por detrás de la iglesia. En diez minutos llegó a su casa. Estaba agitada. Sin quitarse la chaqueta se sentó en el sofá blanco de la biblioteca y sacó el texto para retomar. Terminó el capítulo XII y cuando se disponía a leer el XIII descubrió que faltaban las dos páginas iniciales del apartado. Volvió a sentir rabia con Luis Eduardo. Le molestaba mucho que le controlara la vida y no quería permitir que le controlara las lecturas. Comenzó el capítulo incompleto y se imaginó la historia. No importa, pensó, "falta muy poco y ya tengo todo el contexto para entender lo que pasó en las páginas faltantes". Por esa misma razón decidió terminar la relación el mismo día que el libro. 

sábado, 4 de abril de 2020

Samuel era un chiste

A Luisa Fernanda le había gustado mucho el  chiste. Seguía riéndose mientras Samuel le lanzaba una mirada taladrante por no encontrarle la gracia. Tampoco se la encontraba al amor de ambos que ya sumaba ocho abriles.  Luisa solo le prestaba atención al programa de radio y a sus humoristas. A Samuel hace meses que lo ignoraba. Estaba a punto de comenzar un fin de semana largo. Samuel, con un tono indiferente en su voz, le dijo que no entendía por qué tanta risa con un chiste tan pendejo. Se fue a la cocina, se preparó un café, hizo cuatro llamadas de trabajo, miró la hora y sintió un vértigo extraño. Eran las 5:30 de la tarde. Quería dormir un rato, pero despertó en la mañana. La risa de Luisa retumbaba en toda la casa. el chiste había sido él. 

martes, 31 de marzo de 2020

La rutina

Como todas las noches de los últimos cuatro años, Martín comenzó su  ritual. Miró la lavadora, la nevera y el horno. Se detuvo en la colección de tarros de la alacena, los imanes con los teléfonos para los domicilios y un pequeño calendario con figuras de gatos. Apagó la luz, salió de la cocina y atravesó el pasillo a tientas, totalmente a oscuras. Entró a la habitación de los niños y los arropó lentamente mientras escuchaba el sonido de la lluvia  más allá de la ventana. Se tomó la pastilla y regresó a su dormitorio. Ana Lucía había cambiado de posición. Su cuerpo le daba la espalda. Se acostó junto a ella, la tomó por la cintura y le susurró algo al oído. Luego, apagó el televisor y cerró los ojos. Entró en un estado en el que se repetía el mismo sueño que lo agobiaba y lo perseguía todas las noches. Al otro día su mujer salió muy temprano y le dejó una nota en el escritorio de la biblioteca. Se iba porque sentía que todo se había vuelto una triste rutina. 

domingo, 29 de marzo de 2020

Amor tal

Ángel David llevaba 7 meses encerrado. Se acuarteló para escribir. Soñaba con terminar su primera novela y había decidido que la soledad fuera su única compañía. Su decisión le costó el enojo del amor de su vida. Escribía sin parar, sin comer, sin salir, sin revisar las redes sociales, sin llamar a nadie, sin dormir. Su novela de ficción se convirtió en su única realidad. Cuando comenzó el capítulo seis trató de recordar los rostros de Luciana y de Salomé, pero se le confundieron. Eran sus dos protagonistas. Al principio, sus caras se superponían. Después, trataba de recordar a la primera y le aparecía el rostro de la segunda. Se trocaban, se amalgamaban, se robaban espacio. Una habitaba en la otra. De ese punto en adelante, la historia se tornó confusa. En el capítulo final, Ángel quería que uno de sus dos personajes principales muriera. No pudo matar a ninguna, pues ya no sabía cual era cual. 

Esa noche, después de poner un punto final con cierre confuso, y tras enviarle el texto a su editor, quiso volver a la calle. Llamó a Sofía, su novia, para invitarla a una cerveza. No estaba. La habían matado los recuerdos de un amor cerrado abruptamente.  

miércoles, 18 de marzo de 2020

La angustia acogedora

La conversación no fluía. Había llegado abril con sus lluvias y la tarde comenzaba a caer. El viejo bar, frecuentado solo por ancianos que tomaban tinto, estaba lleno. Juan David y Mariana daban la sensación de ser los nietos angustiados de alguno de los presentes. Las frases de él no encontraban sentido. Las miradas de ella no tenían destinatario. Estaban incómodos. Divagaron, hablaron cosas sin sentido y estuvieron desorientados durante casi una botella de vino. Mariana guardó un respetuoso silencio que duró dos eternos minutos. Se puso de pie como pudo y le propuso a Juan que salieran del bar. Llovía mucho y corrieron hacia el carro de Juan. Los vidrios estaban empañados y ellos, mojados y felices. La angustia se convirtió en una sensación acogedora.  

miércoles, 4 de marzo de 2020

Noche de Preguntas

Valentina llegó apresurada. Como siempre, había llegado tarde. El café estaba lleno, pero la mesa del rincón, la que siempre ocupaban, estaba libre. Miró hacia los lados y se sentó a revisar el celular. Esta vez, extrañamente, Juan David no estaba. Su puntualidad era única. Desde el martes en la noche, él no le respondía los mensajes y las llamadas se iban al buzón. Ella llegó esperanzada, convencida de que a pesar de las discusión de aquella noche, la cita de los viernes en el café para escuchar al violinista era religiosa para Juan. 

Esperó y se desesperó. El violinista tocó sus 10 temas y se fue. Cuando empezaban a recoger las mesas para cerrar, Juan llegó ebrio y con media botella de vino tinto en la mano. Valentina estaba descompuesta y lo recibió con varias preguntas fuertes. La hora, el vino, su estado, los mensajes, las llamadas que no contestó. Fueron muchos los interrogantes. Juan le dio un beso apasionado en la boca y se marchó. Ella pasó la  noche en vela pensando que los besos nunca son respuestas. 

miércoles, 26 de febrero de 2020

La ley del encanto

La duda duró un instante corto; pero la sensación de estar en suspenso se hizo larga para Emilio. Él no quiso moverse, permaneció mudo, para no romper la duración de ese momento. Para él ya era mágico estar viendo en el contraste claro oscuro de su teléfono a la doctora de sus sueños. Hubiese sido una sensación eterna, con los astros jugando a su favor, si Dulce María hubiese guardado un silencio prolongado. Ella, como si no supiera de encantamientos, puso el brazo en el sofá y le habló de leyes, de artículos y parágrafos. Fue justo en ese instante cuando Emilio sintió que el hechizo estaba legalmente roto y colgó. 

lunes, 24 de febrero de 2020

la novela inacabada

Santiago sintió que las palabras para Luciana se le habían acabado al mismo tiempo que el sentimiento que sentía por ella. Ya no la soñaba. Tampoco la añoraba. Cuando la veía, lo llenaba un sentimiento de culpa. No quería hablarle. Ella también sentía que estaba aferrada él solo por nostalgia, pero no quería decírselo. Trabajaban en la misma oficina, salían a la misma hora, y aunque ambos inventaran excusas para evitarse, por alguna coincidencia extraña, terminaban saliendo juntos. Se miraban, se cruzaban monosílabos y pasaban la noche juntos. 

El último lunes del mes, Santiago decidió dar el paso que ambos estaban esperando. Sin dramas y sin muchas explicaciones, le terminó. Luciana sonrió, bajo la mirada, le dijo que entendía perfectamente la decisión y le pidió que le dejara como recuerdo el libro grueso que tenía en su mesa de noche. Desde ese mismo día no volvió a la oficina. Renunció al trabajo. Se sentó en su cuarto a ver pasar las letras de una novela que nunca terminará de leer.

jueves, 20 de febrero de 2020

La carta del martes

Era martes cuando Julián abrió el sobre. Había salido de la reunión semanal con el jefe. Estaba malgeniado,  como cada ocho días, los martes en la mañana, después de la cita para revisar los resultados. Era el único día de la semana que iba a la oficina. Habían pasado varios martes desde que llegó la carta de Amanda, pero nunca la había leído. Según él, por lo malhumorado que salía de la oficina del director. Según ella, porque ya había perdido cualquier interés. Para él, esta vez ya no importaba el enojo, pues había decidido que  la cita con el superior había sido la última. 

Julián recogió sus cosas y cuando antes de subirse al ascensor decidió abrir el sobre, que estaba un poco roto, por el descuido y el paso del tiempo. En papel papel arrugado, Amanda le rogaba que volviera. Julián decidió calmarse y volver donde el jefe el próximo martes. 

miércoles, 19 de febrero de 2020

Círculo vicioso

Tras el escritorio de Claudia, en una oficina tapizada al estilo antiguo y con muebles pasados de moda, había un inmenso cuadro con su diploma de abogada. Frente a él, se sentó Jorge, tratando de retomar una conversación que habían interrumpido hace tres años. Él miraba el escritorio donde ella hacía círculos con su dedo índice mirando hacia la ventana.

Afuera se vivía una especie de carnaval. Un grupo afro bailaba, cantaba y saltaba ante la indiferencia, solo aparente, de la demás gente. Claudia le dio la vuelta al escritorio y salió. Ella quería estar afuera y no ahí sentada, como lo estuvo tres horas, escuchando hablar a un hombre que se le había convertido en un círculo vicioso.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Adiós banda sonora


Para Ángela, la voz de Javier era la banda sonora de su vida. Lo conoció cuando tuvo uso de razón. Creció jugando con él por las calles del pueblo. En la adolescencia fueron los mejores amigos. Estudiaron juntos en el liceo; iban a conciertos, a paseos y a partidos de fútbol. Eran amigos alcahuetas. Cuando ella se casó, Javier fue el que ofreció el brindis. Cuando se divorció, él estuvo a su lado para las vueltas notariales. Javier siempre tuvo las palabras adecuadas para amenizar sus mejores momentos y para acompañar sus dramas.

La tarde del segundo domingo de diciembre, sin ella saber por qué, Javier dejó de hablarle. Desapareció de su vida. La bloqueó en las redes sociales y en el teléfono celular. Dejó su apartamento vacío. Esa misma semana, preguntando por él en la oficina de profesores del colegio en el que trabajaba, Gustavo, su compañero de rumbas, le dijo que hace ocho días después de tomarse unos tragos, de una manera apresurada y extraña, Javier se había ido del país. Que únicamente había dejado una nota con un postit en la pantalla del computador. Ángela miró la pantalla y vio el papelito pegado. "Con mi música a otra parte", decía.

jueves, 12 de diciembre de 2019

La mirada tatuaje

El primer jueves que la vio sentada en el aula creyó vivir un "deja vu". La sensación se repitió muchas veces cuando se la encontró en otros espacios. Solamente el sábado que la tuvo al frente en una jornada de capacitación entendió que no se trataba de un recuerdo sino de un sentimiento que le inquietaba bastante y el cual quiso ignorar por un tiempo. La vida laboral los hizo coincidir nuevamente una tarde en medio de un verano hermoso. Ese día se cruzaron en una mirada que nunca se quiso borrar. Se enojaron, se distanciaron y se dejaron de hablar por años. De nada valió. La marca se había hecho tatuaje y se quedó en la piel de ambos para siempre. 

lunes, 4 de noviembre de 2019

De Buenos Aires a Bogotá

Adelaida no llegó en el vuelo de las 6:00; tampoco en el de las 8:00. No llegó en ninguno que viniera de Buenos Aires a Bogotá ese día. Ni las semanas siguientes. Sin embargo, Manuel nunca perdió la esperanza. Se pasó tardes enteras, durante ocho meses, sentado en el café del pasillo de las llegadas internacionales. Se aprendió los horarios de Latam, Avianca, Copa y Aerolíneas Argentinas. Cada que salía un grupo de pasajeros se dedicaba a observar los detalles de sus trajes y sus maletas. Varias veces le sonrió o le agitó la mano a alguien que no lo conocía . Hasta se habituó a saludar a cuanto pasajero cruzaba. 

Se imaginaba a Adelaida en cada figura femenina solitaria, de buena estatura, que salía de inmigración y pasaba frente a él llevando solo un bolso de mano. Hasta lloró de emoción un día que vio salir una rubia sonriente con un vestido color rosa, idéntico al que tenía Adelaida el que día que se fue. De tanto ir al aeropuerto, se hizo amigo de Astrid, la chica de la cafetería; de Manuel y Jorge, dos maleteros conversadores que era más el tinto que tomaban que las maletas que cargaban; y de Martínez y Salgado, los dos policías que rondaban en el sector. Todos ellos veían en Manuel a un loco inofensivo que todas las tardes esperaba a una Adelaida imaginaria y que un día cualquiera no volvió. 

sábado, 19 de octubre de 2019

El clímax de la historia

4:17 de la madrugada. Sábado. Afuera caía una llovizna leve. Habían tenido una noche intensa y la madrugada los sorprendió conversando. Realmente la que hablaba era Ana. Víctor solamente se limitaba a escuchar, y a interrumpir el monólogo  con alguna pregunta corta que buscaba precisiones innecesarias en la historia. Él le asintió varias veces y hasta cerró los ojos un rato largo, con cara de escuchar con atención. 

El reloj mostró las 5:45 de la mañana. Era la hora de interrumpir el relato, que a esa altura iba por la mitad del recuerdo detallado que ella rememoraba. Víctor salió de la cama, recogió la ropa, se vistió rápidamente y se cepilló los dientes. Ana seguía con su narración, sin pausa, sin percatarse de que Víctor se estaba despidiendo. Lo acompañó hasta la puerta, le dio un beso en la frente, puso el cerrojo y lo observó desde la ventana hasta que se perdió en la calle que desemboca a la estación del Metro, protegido por su paraguas. Ella siguió hablando sola, estaba en el clímax de su historia. 

domingo, 13 de octubre de 2019

Cuento 181

Se miraron y entendieron que el deseo solo existía en los recuerdos. Nunca habían hablado del tema. Esa noche no fue la excepción. Guardaron un silencio tenso. Ambos sabían que habían cometido muchos errores. El más grande, evitarse, incluso cuando se volaban juntos los fines de semana a un pueblo del oriente. Sofía quería hablar, enumerarle los recuerdos, analizar cada vivencia, hacer un balance de los yerros cometidos, recapitular el tiempo compartido y pedirle perdón por no haber hecho su parte. Mateo solo quería un ron y escribir una historia. La botella quedó vacía. La habitación también. En el nochero se quedó una libreta con varios cuentos enumerados. El último se titulaba "cuento 181". 

viernes, 11 de octubre de 2019

Una sonrisa problema

Valentina abrió los ojos y la mancha de luz que entraba de frente por la ventana la encegueció un poco. En contraluz solo pudo ver la indescifrable sonrisa de Andrés. Nada gracioso estaba ocurriendo, pero él sonreía, como siempre. Para ella, solo se trataba de un despertar más. Se sintió extraña, incómoda, fastidiada y molesta. Él la miró un rato largo, en silencio, volvió a sonreír, cogió su mochila y salió de la habitación. Se fue a recorrer el mundo y nunca más regresó. Desde entonces, ella mira todos los días sus publicaciones en redes. La sonrisa en cada foto es el símbolo de su ausencia. 

miércoles, 9 de octubre de 2019

El camino es culebrero

El camino era largo. No tenía una sola recta. La carretera era plana, de tierra, estrecha e irregular. Siempre igual. A veces daba vueltas en u y parecía devolverse. A José le encantaban esos tramos, porque estaba convencido de que solo cuando daba la vuelta él descubría sus culpas y sus pecados. Él avanzaba rápido hacia la pequeña vereda de la que había salido hace 17 años, y en esos tramos extraños en que el camino parecía devolverse daba pasos lentos. Repasaba sus miedos y encontraba sus lados oscuros. Cuando la vía lo mandaba hacia el otro lado volvía acelerar. Quería llegar pronto. Tenía mucho que contar, pero también quería devolverse para ver sus fantasmas. Hacia adelante estaba lo seguro: volver a la tierra, encontrar su familia y quedarse allí para siempre. Hacia atrás estaban sus misterios, sus bajezas. Algo lo halaba hacia adelante, pero muchas cosas lo amarraban atrás. Corrió rápido y caminó lento. Cuando cayó la noche ya no sabía cuál era el camino correcto, si adelante o atrás. 

viernes, 4 de octubre de 2019

El maratonista

Amaneció más temprano. Nunca supe si la noche había sido corta o la mañana había llegado demasiado antes. Sentía un dolor agradable en las piernas, producto de la maratón del día anterior. Miré a mi alrededor. Las camas estaban vacías, pero curiosamente llenas de los recuerdos de ese último sueño. Fue ahí cuando supe que algo andaba bien, que la carrera del día anterior había sido distinta. A las 5:38 a.m. miré por la ventana  hacia la carrera. Desde la habitación del piso ocho no se veía la calle. Solo vi gente afanada en busca de la estación, muchos de ellos con máscaras blancas para evitar la contaminación o el frío, o simplemente para no dejar ver sus rostros angustiados. Caminaban, saltaban charcos, se chocaban unos contra otros, se empujaban y perdían el control en medio de su triste realidad. Cerré la ventana y soñé mientras me bañaba. Repasé cada paso y cada kilómetro. Abajo, en la calle, la gente corría por necesidad, atropellaba la vida sin fantasías.  Arriba estaba yo, mirando por la ventana, alucinando con la próxima prueba de largo aliento.    

martes, 1 de octubre de 2019

Amor perdido

Daniel tenía 26 años, había cursado media carrera en la universidad pública, trabajaba en las calles pintando rostros con crayón y vivía hace 4 en un apartamento pequeño en el barrio La Villa. Era un aparta-estudio modesto y decadente. Un cuarto piso, frío, un asilo de zancudos, que se movía de lado a lado cada que pasaba un camión por la estrecha calle. Al frente del viejo edificio había un bar que nunca cerraba, frecuentado por camioneros, matones de barrio, travestis, policías retirados y una que otra mujer de mirada fuerte y voz ronca. La música del bar era la banda sonora de todas las noches en la pequeña habitación. En ese agujero se le agotó el amor a Sofía en solo dos meses. Ese fue el tiempo que convivió con Daniel, antes de irse una tarde con uno de los jubilados que frecuentaban en bar. 

lunes, 23 de septiembre de 2019

El expreso en el café

Alejandra cerró el cuaderno y lo guardó en su bolso, al lado del periódico y de los informes que había dejado pendientes para entregarle a su jefe a la mañana siguiente. Sabía que iba a ser una noche larga, revisando y corrigiendo los números de la empresa. Sintió que sudaba más de lo normal y que el tiempo se le acababa. Pidió otro café expreso. Encogió los hombros como dándole una explicación a alguien que estuviera sentado al frente de ella. Recordó la última tarde que había estado con Juan en ese mismo café. Se estremeció un poco. Estaba sola, tenía clase a las 6:00 y solo le quedaban cinco minutos. Decidió no entrar. También resolvió dejar las cuentas de la empresa como estaban. Se la pasó toda la noche en la misma mesa dando explicaciones con los hombros y tomando café.  

miércoles, 18 de septiembre de 2019

El celular y la botella

Felipe se dio una ducha, puso una botella de ron en la mesita de noche, se metió entre las cobijas, cogió el celular y marcó el número telefónico de Antonia. Contestó su hermana, Carolina. Le dijo que Antonia había salido temprano, que había dejado el celular y que no sabía a dónde fue ni a qué hora regresaba. Felipe le rogó que cuando volviera, le dijera que lo llamara, a cualquier hora. 

Se llenó la boca de ron, lo retuvo unos segundos y se lo tragó lentamente. Mientras el licor bajaba por su garganta, pensó en Antonia, en la discusión que tuvieron el viernes en la tarde, en los seis meses  que llevaban en problemas, en el disgusto que se le notaba a la familia de ella, en la mirada de ella, en los comentarios en la oficina. Cuando terminó de tragar toda la botella se quedó dormido. Lo despertó el sonido del teléfono. Sabía que era ella. Lo dejó sonar. Sabía que necesitaba otro trago para despertarse, pero la botella estaba vacía. 

sábado, 7 de septiembre de 2019

El mensaje en el Whats App

El 15 de septiembre Fernando tomó su auto, empacó cuatro tarros de hidratante, un sombrero aguadeño y una canasta de cervezas. Se fue hasta el eje cafetero. En Montenegro encontró una finca - hotel cerca de todo y lejos de Carolina. Llegó a las cuatro de la tarde y antes de la media noche ya se había emborrachado dos veces. Todos los días empezaba en el Bar Ibiza. Pedía un ron, luego un aguardiente y después media botella. la rutina se repitió durante dos semanas. Cuando llegaba a su habitación, todo le daba vueltas. No podía  ponerse de pie. Cuando lo hacía, se iba al balcón, miraba las estrellas y trataba de recordar dónde estaba y la razón por la que estaba allí. 

El domingo de la tercera semana desayunó fruta fresca, se metió a la piscina y leyó el periódico que todos los días le dejaban a los huéspedes. Cuando miró la fecha, descubrió que era  6 de octubre. Sintió un extraño remordimiento. Esa noche saliendo de Ibiza prendió el celular que tuvo apagado desde que llegó a Montenegro. Se metió a Whats App y en el listado de contactos buscó a Caro Bella. Con voz arrastrada grabó un mensaje: "espero que haya sido un día maravilloso. Les deseo lo mejor a los dos". Seis meses después, el carro de Fernando fue visto en un callejón de Villavicencio. Adentro solo encontraron un teléfono celular que no tenía sim card.  

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Charla de trasnocho

A la tarde la cogió la noche. Por poco llega la madrugada. Hablaron casi ocho horas seguidas. Repasaron temas diversos: política, fútbol, asuntos laborales, remedios para la gastritis, los candidatos a la alcaldía, la película que vieron juntos, los efectos de tomar tanto ron, la religión, los dolores de espalda, el precio del dólar, las crispetas saladas, el ramo de flores por el que discutieron la primera vez, el miedo a las cucarachas, la pena capital, las hamburguesas con carne de cerdo, el proceso de paz, los trancones de las horas pico, los beneficios de la guanábana; hablaron de cualquier cosa. Conversaron de todo, excepto de las razones por las que ella seguía odiándolo. Los dos evadieron el tema, como si no existiera. Eran las 3:00 a.m. cuando se despidieron. Ya han pasado casi tres años, y en octubre nuevamente hay elecciones. Tal vez, ella lo llame para retomar el tema.    

sábado, 31 de agosto de 2019

Invierno en la calle

El agua cubría la calle. Salimos del hotel en el auto de Luisa. Aunque puso las plumillas en la velocidad más alta se veía muy poco. Caía granizo. Tomamos la avenida principal para buscar la salida hacia la capital. La calle estaba vacía, sin vida. Se percibía un silencio triste. Lo único que se movía afuera eran las copas del los árboles, mecidas por un ventarrón. Llegamos al semáforo de la carrera 15. Cambió a verde, como si nos esperara. 

El frío nos había contagiado y ninguno de los dos se animaba a hablar. Presentí que a pesar del silencio ella estaba de buen humor, como si intuyera que algo agradable podría ocurrir. Me miró y sus ojos brillaron. Sentí que quería decirme algo, pero le advertí que ya lo habíamos dicho todo. "Venimos de un aguacero de emociones y ya empezó a escampar", le dije. "En invierno solo escampa para cargar nuevamente las nubes", replicó. Justo en ese momento, perdió el control de auto. 

jueves, 29 de agosto de 2019

Fin de un mundo

No dijo nada, solamente dibujó en sus labios una sonrisa. Sacó las llaves del bolso, se subió al asiento del conductor, encendió el vehículo y se fue. Desde afuera, únicamente se veían unos vidrios empañados. Hacía mucho frío. Eran las 11 de la noche. En abril siempre llueve. El carro se fue yendo lentamente hasta que giró en la esquina de la farmacia. Unos segundos después, en el ambiente aún quedaba el humo del vehículo. Después, el silencio se apoderó de todo. La espalda de Jorge se estremeció, hizo un gesto de esos que él llamaba "patéticos" y le dio una vuelta a la manzana para volver a la puerta del edificio. 

Entró al apartamento y volvió a estremecerse, esta vez por el frío. Se sintió mezquino. Encendió el televisor en un canal de cualquier cosa, se tiró en el mueble y prestó atención a las noticias. Guerras, incendios, secuestros y crisis económicas. El mundo se se estaba acabando. El suyo también.   

martes, 27 de agosto de 2019

Un viernes en la mesa del rincón

Carolina terminó su último trago de cerveza justo cuando el disco de Mariah Carey llegó a su final. Ambos entendieron que era hora de regresar. Estaban a casi dos horas de la ciudad y la noche empezaba a caer. Cuando se despidieron, Julián le prometió que la llamaría el viernes. Nunca lo hizo. 

Carolina lo volvió a ver dos años después, en un restaurante de la zona rosa. Julián estaba cenando con Mary, la compañera de trabajo de Julián de la que ella siempre tuvo celos y de la que Julián siempre decía que era demasiado gruñona con él. Estaban en la mesa del rincón. Le causó mucha gracia ver que se dieron un beso apasionado, antes de que ella pagara la cuenta. Era viernes. 

martes, 20 de agosto de 2019

Estruendo de cubiertos

María Camila le dio un solo sorbo al vino. Se sentía sofocada. Miró a los lados y descubrió que el restaurante estaba lleno. Guardó silencio. Pensó que el ruido que hacían los comensales con los cubiertos le incomodaba más que las últimas palabras que había dicho Felipe. Hacía frío. Pasaron tres horas. Ninguno de los dos se atrevía a descongelar un silencio plano que se apoderó de la mesa. La conversación entre ambos había salido mal, pero a ella la comida le había caído bien. "Voy al baño", dijo, después de casi tres horas. Se paró de la mesa y salió. Mientras esperaba, Felipe dejó caer accidentalmente la cuchara que había reservado para el postre. El estruendo fue tal que alcanzó a retumbar en la cabeza de Maria Camila, ya metida en un taxi rumbo al aeropuerto. 

sábado, 17 de agosto de 2019

Invierno afuera del consultorio

Llevaba dos horas en el mismo consultorio de los últimos ocho meses. Salió para tomar aire y se encontró con el invierno. En los carros, los parabrisas funcionaban a tope. En la gente, los paraguas escaseaban. Era el primer aguacero que le tocaba después de tantas sesiones con el siquiatra. Salió corriendo hacia el parque. Luego, ya emparamado, tomó la ruta hacia la estación del metro. Después, hacia ninguna parte. Tenía la sensación de que todo ese tiempo donde el doctor había sido para hablar de Andrea y no de él. Estaba irritado. No paró de correr hasta que cayó la noche. Llevaba 32 miércoles visitando a un especialista que lo único que hacía era escucharlo. Y ya llevaba 6 horas corriendo. Estaba perdido y estaba furioso. No se puede hablar tanto tiempo de una mujer que solo habita en la mente. 

sábado, 10 de agosto de 2019

Mentiras en el parque

Los parques están llenos de falsedades: la señora que finge cuidar a su niño mientras se ocupa de cosas banales en el celular, los chicos que simulan hacer deporte mientras arman sus baretos para darse un vuelo, los enamorados que  se dicen palabras lindas para ocultar sus deseos desenfrenados y las palomas que se muestran dóciles y tiernas mientras cagan todo lo que sobrevuelan. Justo en el parque fue donde se conocieron Julián y Liz. Él le habló de su profesión de docente y ella de sus estudios avanzados en historia. Él, del encanto por los perros. Ella, de su pasión por los aeróbicos. Hablaron de fútbol, de las hamburguesas, del rock y de lo mucho que les gustaba ir al parque al final de la tarde. Bastaron tres encuentros para  descubrir que estaban hechos el uno para el otro. Necesitaron solo dos meses para descubrir que el mundo está lleno de mentiras, como los parques. 

jueves, 8 de agosto de 2019

Ataques de angustia

La zozobra le añadía a aquellos encuentros el descaro que a veces necesita el amor, pero esta vez todo tenía un aire especial. Era noviembre y llovía. La conversación no fluía más allá de algunas ideas cortas e inconexas. Las acostumbradas historias cargadas de detalles le dieron paso a pequeñas historias simples y sin decorado. Estaban sentados en el viejo bar.  En las mesas de los lados solo se veían pocillos de café vacíos y algunas migajas de cualquier pastel. 

Carlos sintió un dolor en el pecho que le recordó el diagnóstico cardíaco recibido hace apeas dos días. Lina lo miró fijo y sin preguntarle nada le sacó una respuesta: "ataques de angustia. Eso fue lo que me dijo el doctor. Es lo que tengo", balbuceó mientras sonreía.  

viernes, 2 de agosto de 2019

Amores oscuros

Se metió entre las cobijas y guardó el libro en un cajón del nochero. Pensaba que no verlo le permitiría alejarse de él y conciliar el sueño. Eran las 4 de la mañana. Cerró los ojos. En su mente apareció de inmediato el rostro de Adiela. Trató de retenerlo, pero el rostro se transformó en el de Andrea. Luego, ambas caras se sobreponían tratando de ser una misma. Recordó que con ambas había compartido poemas, cervezas y tardes de amor. Sintió felicidad y aflicción al mismo tiempo. Ambas emociones se sobreponían como la presencia en su mente de los dos rostros. Despertó abruptamente, asustado. Sacó el libro del nochero y retomó la página 118: "Los amores oscuros de la juventud". 

viernes, 3 de mayo de 2019

La bicicleta oxidada

Dejó la bicicleta en la entrada. Era muy temprano para hacer ruido y muy tarde para pedir perdón. Le dolía el alma tanto como las piernas. Se sentó en el mueble grande de la sala en medio de la soledad y allí esperó por horas. Solo se movía para cambiar de posición y para secarse los ojos con la manga de la camiseta. Lo asustaban los otros muebles vacíos, la cortina oscura, la foto de la familia completa que estaba detrás de él y un pequeño hilo de viento que se colaba por el resquicio de la ventana. Se cruzó de manos y piernas. Llegó la noche y luego muchas noches más. Sigue ahí, sin hacer ruido y poder pedir perdón, esperando. La bicicleta oxidada y con las llantas desinfladas en la puerta es la señal para el mundo del tiempo que él ha estado allí. 

sábado, 20 de abril de 2019

Un lápiz para contar


Entré al pequeño salón y todos se callaron. Se miraron unos a otros. Sabían que alguno de los presentes no seguiría vivo al final de la tarde. Yo ignoraba todo. Éramos 7: Juan, el dueño del.camión; Andrea, la chica de la tienda;  don Jorge, el dentista, los tres hermanos Gómez, carpinteros; y yo.

Afuera hacía frío y el viento agitaba los frondosos árboles de la plaza. En el resto del pueblo habitaba la soledad. Todos se habían ido, presas del terror. 

Uno de los hermanos Gómez, el menor, se llevantó  mirando el piso. Caminó un poco, me evitó y miró por la ventana. Los otros dos hermanos hicieron el mismo ritual. un rato después lo hicieron Andrea y don Jorge.  El dueño del camión no lo hizo. No hizo nada. Solo esperó.

El reloj marcó las 4 de la tarde. El menor de los Gómez me habló sin mirarme. "A usted le toca contar la historia", dijo. Y luego agregó: "llévese el camión, hasta donde la gasolina le alcance". Así lo hice. Después caminé y busqué un lápiz.  

viernes, 19 de abril de 2019

El viejo del bar


Nos quedamos en silencio unos minutos. Miré el reloj de la torre de la iglesia. Eran las 11 y 17 de la mañana. El bar estaba vacío. El pueblo también. Después del silencio prolongado aparecieron unas lágrimas que estaban contenidas. El viejo lloraba unas penas acumuladas durante años y yo lavaba mis culpas frente a él.

Ver llorar a un viejo es una sensación terrible, sobre todo cuando te sientes culpable culpable de su tristeza.

Dos horas después, el viejo se fue gimiendo por el callejón solitario que conducía al parque del pueblo. Nunca volvió. Yo me quedé sentado frente al bar, esperando a que lo abrieran para embriagar mi llanto. Nunca lo abrieron; el viejo se llevó la llave.

lunes, 8 de abril de 2019

Un amor muerto de hambre

Se encontraban siempre a la salida del trabajo. Andrés salía más temprano y la esperaba un rato mirando vitrinas y antojándose de cosas que nunca iba a comprar. Susana llegaba cada día unos minutos más tarde que a él se le volvieron poco a poco horas de tedio. Él insistía en invitarla a su apartamento a cenar algo ligero. Ella era rápida para evadir la invitación con excusas que eran poco creíbles. Así fueron pasando citas, idas a cine, tomadas de cerveza y encuentros eventuales con amigos de la oficina de ella y compañeros del barrio de Andrés. Siempre salieron acompañados. Era como un ritual. Ella nunca le aceptó la invitación a cenar. Poco a poco el amor de Andrés por Susana se murió de hambre.
   

lunes, 1 de abril de 2019

Calor y frío

La fría noche de aquel barrio apacible se le metía por el resquicio de la cobija, mientras el calor de su cuerpo subía gracias a la evocación de la imagen de ella, que ya estaba grabada en su mente para siempre. La pensaba y añoraba, mientras ella dormía y soñaba con lucir hermosa para otro. Ella, su foto, sus ideas, sus estados, sus curvas, sus sueños, su distancia, su indiferencia... Todo junto, reunido en una sola noche. 

jueves, 1 de marzo de 2018

A rueda

Se iniciaron en el ciclismo como un hobbie. Con el pasar de las rodadas, lo convirtieron en una práctica diaria. Lo hicieron su estilo de vida, pero ambos eran extremadamente competitivos. Felipe, empezó a ganar las clásicas para recreativos. Juliana hizo algunas carreras en los circuitos nacionales de pista.  Llegaron los títulos para ambos, y nunca más volvieron a rodar juntos.  Felipe le dijo que a ella era difícil seguirle el ritmo; porque a veces era iracunda, otras veces autoritaria, algunos días temeraria, y de vez en cuando arbitraria. 

martes, 6 de febrero de 2018

Recuerdos peligrosos

Mientra sorbían lentamente aquel café, el último que tomaron juntos, recordaron todas las veces que estuvieron a punta de matarse: la pelea en el hotel de Nueva York cuando fueron de vacaciones a conocer la nieve y él se pasó de copas, la tarde en Buenos Aires cuando ella le descubrió en el celular una infidelidad llena de emoticones, la noche en Quito en un auto alquilado cuando ella lo amenazó con irse y él aceleró conduciendo como loco, y el día en que él le contó que se iba a Roma con Claudia supuestamente a trabajar en un proyecto fotográfico y ella enfurecida intentó herirlo con un cuchillo. El café no alcanzó para más recuerdos. Ya en el avión, en la soledad de un vuelo Bogotá-París sin tiquete de regreso, él  repasó las veces que con ella casi se muere de la risa. 

martes, 30 de enero de 2018

En el diván

No podía creerlo. La misma chica rubia de cabello en cascada que él sentaba en sus rodillas cuando la adolescencia en explotaba su cuerpo era la misma mujer madura que ahora lo tenía acostado en el Diván tratando de encontrarle causas a su locura tardía de su cerebro otoñal.

No tuvo que contarle sus recuerdos de infancia. Tampoco tuvo que hablarle de sus antecedentes familiares. No hubo datos ni detalles; solo miradas y un pequeño quejido. Por primera vez en su vida, una sicóloga no le interpretó el pasado imposible. Se atrevió a soñarle el incierto futuro. 

lunes, 1 de enero de 2018

Perdido en el tiempo

Comenzamos a caminar por unas calles mojadas como nunca antes un primero de enero. La soledad, el silencio y el frío daban la sensación de estar en país nórdico; la preocupación nos mantenía en  nuestra ciudad, distinta y extraña, pero nuestra. Alcancé a contar 20 semáforos. El panorama no cambió. La preocupación aumentó. Desde que terminó la pólvora en la madrugada estábamos buscando a Simón, salió furioso cuando faltaban cinco para las 12. Al parecer, se perdió en le tiempo.     

lunes, 8 de mayo de 2017

Amor Fulminante

Esteban Jaime le insistió al médico que la cirugía debería ser lo antes posible. El dolor cada vez era más intenso, y aunque ya le habían advertido que la operación era de alto riesgo, no quería esperar más. El pecho no le daban tiempo.  El doctor Ramírez lo miró con cara de abogado que acaba de perder un litigio. "Yo preferiría esperar, para estabilizarle la presión y mirar unos nuevos exámenes", indicó el galeno, y añadió con cierta inseguridad: "pero si usted firma estos papeles, la hacemos el próximo lunes, entonces". De inmediato, llamó a su secretaria para que adelantara los trámites y para que recibiera el dinero en efectivo que había llevado el paciente en unas bolsas de plástico.  

El intenso dolor hizo que el lunes se demorara en llegar. No le avisó a nadie, y se presentó a la clínica en compañía de un amigo con cara de guardaespaldas de película italiana, que se quedó esperando  las noticias que el médico nunca trajo. Cuando lo entraban al quirófano, el infarto fue fulminante. La pena de amor era tan honda que su corazón estalló.

martes, 11 de abril de 2017

El Círculo de Fadil

Fadil decidió ser escritor porque la chica linda del barrio dijo alguna vez en una reunión del grupo juvenil que le gustaban los escritores. Él, que estaba a su lado esa tarde y que no veía cómo llamar su atención, concluyó que el camino era ese: escribir. No era bueno para bailar, mucho menos para beber y tampoco para trabajar. No tenía buena voz, no era alto, no tenía ritmo y tampoco dinero. Era tímido, tenía demasiado acné, no era capaz de sostener una conversación con una chica que le gustara y no era bueno para jugar al fútbol. A ella le gustaban los escritores y él se propuso serlo.

De la chica no volvió a saber nada. Le perdió la pista en esos años de juventud. Mientras él peleaba con la gramática, la ortografía y la sintaxis, ella decidió salir con uno de los muchachos que tenía el poder en uno de los combos de la época.  Hoy, ella lee sus novelas en silencio, tratando de buscar en ellas una chica del grupo juvenil. 

miércoles, 22 de febrero de 2017

Historia ajena

"Es una gran historia, déjame escribirla", le rogó el periodista con un evidente nudo en la garganta producto de la emoción con la que vivía el oficio. "Si quieres, la escribo acá en el portátil, la redacto bajo tu supervisión, tú la lees, le ponemos o le quitamos lo que tú quieras, y si no te gusta pues ya está, la borramos y no pasa nada. Déjame intentarlo, igual sabes que respetaré tu decisión", insistió.

La mirada inquisidora de quien fuera años atrás su compañera de pupitre no lo intimidó para emprender el trabajo sentados en una cafetería de la estación. Los dedos índice llevaron el ritmo de la escritura que no duró más de dos tintos. No fue fácil darle orden a la historia. Él, absorbido por el texto no se dio cuenta de que comenzaba a llover. 

Después de leer las dos páginas en las que Restrepo condensó lo vivido por ella en las últimas dos semanas le  lanzó un "no me gusta en absoluto" que fue lapidario. "Ya te dije que no quiero que esto se sepa, ni siquiera por intermedio tuyo".  

Restrepo sabía que por ética periodística no podía violar ese acuerdo con la fuente, y más tratándose de Tatiana. "No te preocupes, simplemente se borra y ya está", explicó él con cara de desconsuelo. Mientras pedían el tercer tinto de la tarde, ella lo miró por primera vez a los ojos como no lo hacía hace 12 años para decirle una de esas frases de ella que siempre le quedaban zumbando: "Entiéndelo, no es tu historia, es la mía".  


domingo, 1 de enero de 2017

Colapsó

En el despacho del director no cabían dos personas; al menos dos que pudieran considerarse "normales". Andy era muy alto, pero tenía una voz delgada, y sus lentes ocultaban la cobardía de quien respeta la autoridad solo por el cargo más no por el conocimiento, el tacto o el carisma de la persona que en ese momento lo increpaba por el error. El doctor López era dueño de un cuerpo voluminoso, una reputación de ogro y una petulancia fofa. Tanta, que la oficina se veía muy reducida para aquella reunión. 

"Seré breve", dijo el doctor López. Y prosiguió: "Este tipo de errores son los que llevan a una empresa al colapso. Voy a salir a almorzar y cuando regrese, no quiero verlo más por acá". 

Dos horas después, Andy, desde unos de los cerros tutelares de la ciudad, veía cómo la empresa se derrumbaba en pedazos sobre el carro del director, que venía ingresando justo en el momento de la explosión. López regresaba de almorzar pastas cargadas de espinaca. 

sábado, 23 de abril de 2016

Amor de ficción

El amor entre Diana y Julián se alimentaba de cuentos. Él, agente viajero que vivía entre aeropuertos y hoteles, le escribía ficciones en cada rincón del mundo en el que lo cogía la noche. Ella, destacada docente universitaria de física cuántica, imaginaba aquellas historias cada noche mientras miraba el mapamundi de su agenda y ubicaba su destino. Los cuentos de Julián estaban escritos a mano en hojas sueltas, en cuadernos sin ningún orden, al respaldo de volantes comerciales y en algunas servilletas. Él los escribía para Diana, pero ella le pidió que nunca se los enviara.  Imaginar sus textos, las situaciones que en ellos se planteaban y sus finales inesperados; incluso, imaginar a Julián escribiéndo para ella en un cualquier rincón del mundo era la forma que había escogido para alimentar a diario aquel amor de ficción. 

domingo, 3 de enero de 2016

la bibliotecaria y el lector

Seis horas después se levantó de la silla. Había terminado de leer la novela que la misma bibliotecaria, que no paró de mirarle toda la tarde, le había recomendado. Dejó el libro en la mesa y salió con un simple "gracias" en voz baja. Cuando se marchó, Bibiana simuló estar ocupada clasificando algunos libros nuevos y correspondió con un "con gusto" que sonó a susurro. Cinco minutos después, cuando hizo ronda para recoger los libros de las mesas, sin saber por qué, vio la novela abierta en la última página, la dejó allí, leyó la última línea y sintió un profundo alivio. "Porque los sentimientos tienen su lugar", decía. 

Desde aquella noche, cada que se sentaba a hacer sus oficios detrás del mostrador de la biblioteca alzaba la cabeza y miraba a la mesa con la impresión de que aquel lector que nunca volvió seguía allí sentado. 

martes, 29 de diciembre de 2015

Historias a medias

Siempre que hablaban formaban la misma escena: ella sentada en posición de yoga, inclinada hacia adelante y mirándolo a los ojos; él sentado frente a ella, sin cruzar los pies, con el cuerpo hacia atrás, con su mano derecha apoyada en el suelo y sus ojos en dirección a la lámpara. La verdad, la que hablaba era Julia porque Luis solo escuchaba y asentía con la cabeza. Ambos bebían vino hasta que el reloj marcaba las 10:00. Justo a esa hora, ella interrumpía su monólogo y él se ponía de pie para un corto ritual de despedida. Las historias que contaba Julia, pensaba Luis, se parecían a sus relaciones... Nunca tenían el mismo libreto pero siempre se quedaban sin final. 

martes, 8 de diciembre de 2015

En el bar de la U

Hacía ocho meses que frecuentaban el mismo sitio: una de esas especies raras de bar-fotocopiadora-papelería-restaurante que hay al frete de cada universidad. Allí se sentaban todos los viernes después de las 6, en medio de sillas rojas, un ruido infernal, crispetas frías y más gente que espacio. Él, en tercer semestre de ingeniería, prefería hacerse siempre en el rincón debajo de las escalas de madera. Ella, en primero de sicología, se ubicaba a la entrada del bar, para hacer sus primeros pinitos de lo que llamaba "etnografía de la cotidianidad". En casi dos semestres, nunca se hablaron; se cruzaron todo tipo miradas y gestos que los hicieron amigos de ocasión, conocidos de la U y hasta confidentes silenciosos. La densidad de aquel sitio tenía energías concentradas, uno que otro fantasma escondido y algunas fotocopias de capítulos aislado de Ricour, Barbero y Levi-Strauss olvidadas en cualquier mesa. En ese antro del saber y la cerveza se estableció aquella relación sin palabras, que solo intimó cuando migró a los emoticones del whatsApp. 

jueves, 1 de octubre de 2015

Silencios

Se llamaba Eveline, con i latina como la de Joyce, y también era vendedora, como la del cuento; aunque ella insistía en que le reconocieran el rótulo de "ejecutiva de ventas", que en la práctica era lo mismo. Siempre estaba en el parque, sentada, en ropa deportiva, al final de las tardes. Desde el primer día, cuando él llegaba, empezaban todo tipo de conversaciones banales, que se prolongaban por horas. A ella parecía no importarle demasiado perder el tiempo con él hablando de todo y de nada. Un miércoles, en una tarde opaca, fue ella le que le propuso hablar de asuntos sustanciales.  Fue entonces cuando aparecieron los peligrosos y prolongados silencios. 

domingo, 20 de septiembre de 2015

El hombre del brandy

Entró al bar de siempre. Se sentó en el mismo sitio, al final de la barra, en la silla de madera. Aunque había mucha gente, por alguna extraña coincidencia, durante 12 largos años, la silla del rincón siempre estaba libre. No llovía, ni era época de invierno, pero como todos los viernes, repitió el ritual: descargó el paraguas, se quitó la chaqueta, pidió un brandy y se puso a tararear el mismo tema musical de los viernes a esa hora. Terminado el disco, el único que sonaba dos veces seguidas en aquel antro salsero, pagó en efectivo, tomó los billetes de la devuelta y dejó las monedas de propina. 

La chica que atendía la barra aquella noche era nueva y estaba en entrenamiento. No dijo nada, pero pensó en el hombre extraño del que le hablaban sus compañeras, el señor del paraguas que viene lo viernes y que cuando se va  deja su presencia. Dos horas más tarde le ocurrió lo que tanto le habían advertido: cada que miraba el rincón al final de la barra, tenía la incómoda sensación de que alguien levantaba la mano para pedir un brandy. 

sábado, 21 de marzo de 2015

La prueba

Los exámenes médicos debía hacérselos en ayunas. Sintió la madrugada, pues el laboratorio era al otro lado de la ciudad. Llevaba cinco años de inmunidad al dolor, desde aquella tarde en que Vanessa se fue. La enfermera bromeó sobre lo escondido de sus venas. La punzada no le dolió. Salió de los exámenes con ganas de caminar. Eran las 7 am. Pudo ver el decorado de prostitutas, vendedores, drogadictos, indigentes y trabajadores informales que a esa hora adornaban el centro de la ciudad. Estaba tan seguro del resultado positivo, como de la ausencia eterna de Vanessa. Así, en ayunas, decidió perderse entre esa multitud.

martes, 20 de enero de 2015

El contador de días

Eran las 3:00 de la mañana. Jairo miró por la ventana y solo vio la monotonía de la calle. Llevó a la biblioteca la novela que había terminado y la cual consideró tan pasiva como la ciudad de esa hora. Se sirvió un vino y lo sorbió intentando encontrar un sabor que lo sacara de aquel letargo. Nada qué hacer: la ciudad, la novel, el vino y su vida transcurrían sin novedad. Se sentó en el sillón y decidió esperar a que el tiempo pasara. Desde entonces s un simple contador de días.  

miércoles, 7 de enero de 2015

Cuentos iniciados

A Henry, como a todos, se le dificultaba escribir. Siempre que lo intentaba, tenía claro cómo empezar pero tras la primera línea sus ideas huían. Tenía una ventaja frente a los de su generación: era persistente. Lo intentaba a diario. Hacía bosquejos, ponía en el papel lluvias de ideas, anotaba cada cosa que se le venía a la cabeza y coleccionaba cuadernos en los que intentaba darle forma escrita a su imaginación. Todas sus ideas, en absoluto, se quedaban inconclusas. También tenía una desventaja frente a los de su grupo: su modus vivendi era la escritura; tenía que producir textos para poder vivir. Su único oficio era el de escritor. 

El año pasado, ante la premura de la editorial por una nueva publicación hizo un compendio con varios de sus cuadernos y se los mandó a su editor. En poco tiempo, "Cuentos iniciados" se convirtió en un Best Seller y Henry...   

viernes, 2 de enero de 2015

Otra noche de fútbol en la ciudad

Las 11:52. El sonido de los disparos se confundía con el de la pólvora. En la ciudad de la periferia celebraban los hinchas del equipo color marrón. En la ciudad central, lloraban los hinchas del equipo color rosa. En toda la ciudad, la gente corría espantada. Unos lo hacían de miedo a los gases de la policía, y otros por el afán de llegar a la casa a ver en televisión la repetición de los goles. En el colectivo rumbo a casa, dos señores con cara de abuelos jubilados, pero con pinta y salario de maestros discutían sobre el fenómeno: "Los fanáticos de fútbol son así. Amenazan a periodistas, directivos y jugadores", decía el más crítico de los dos. "Pero pasados unos días se matan entre ellos, en las tribunas o en las calles, da igual", sentenció el otro. "Así es, justo en ese momento, es cuando se olvidan de los periodistas; y viceversa", apunté yo, tratando de entrar en la conversación.  

lunes, 10 de noviembre de 2014

Colegas

Salió del juzgado en medio de la consternación por el veredicto. Era viernes. A pesar de estar fuertemente custodiado, un mar de cámaras y micrófonos lo ahogó cuando intentaba bajar las escalas. Miró su reloj y entendió que era la hora de los informes en directo. Entre la avalancha de preguntas sin orden y sin sentido, se impuso la voz fuerte de un periodista, de eso sin edad, con una cara gris y un traje venido a menos, que más que respuestas le exigía una confesión. Detuvo su paso de inmediato. Miró al veterano periodista y lo vio con los ojos fruncidos, como buscando un agujero entre sus cejas. Sin pensarlo, escupió una respuesta casi tan abrupta como las preguntas que le habían lanzaban. "Por culpa de colegas como ustedes", dijo. Luego se montó al vehículo. Esa tarde recordó una frase de un profesor de la Universidad: los periodistas son tan peligrosos como un adolescente drogado portando una pistola. 


lunes, 27 de octubre de 2014

Premoniciones

Aunque nunca supo por qué, aquel nombre "Tuniche" en la etiqueta de la botella siempre le causó gracia. Tal vez esa sonrisa evocadora pero inexplicable que le generaba esa curiosa palabra en la etiqueta había convertido al frasco en una de las pocas cosas sobrevivientes en el viejo y vacío caserón; pero le había llegado su hora. Se había dado cuenta que esa noche tenía demasiadas premoniciones de desgracia y quería alejarlas. Quitó el corcho sin olerlo y se bebió la botella completa, de un solo sorbo.  En cuestión de minutos, se quedó dormido. Despertó 12 horas después con un fuerte dolor de cabeza, y cuando intentó levantarse, miró a su lado y vio las premoniciones, plácidas y seguras, durmiendo a su lado. 

domingo, 12 de octubre de 2014

Desde el punto penal

A Rafael le incomodaba demasiado el ritual de entrenar lanzamientos desde los 12 pasos. Para él, esta parte de la práctica no era más que un fusilamiento continuo, innecesario y aburridor del arquero del mismo equipo. Nada especial, solo perdida de tiempo. No había público ni prensa que presionara, como en los partidos que él llamaba "de verdad". Siempre pregonó que cuando se llegaba a esta instancia era porque ninguno de los dos equipos había merecido ganar, y que de ahí en adelante el asunto no era más que de "mísera suerte". De allí, que generalmente se desentendiera de esta parte de la práctica, se acostara en la cancha y se dedicara a mirar las nubes. 

Eso sí, en esta ocasión, tener a su compañero Pérez al frente, a quien apodaban "El Imbatible", como objetivo en la mira, significaba algo especial. Esta vez no puso el dorso contra la hierba para aislarse de la práctica, sino que para sorpresa de todos en el equipo pidió ser el primero en probar desde los 12 pasos. Acomodó el balón, tomó cinco pasos de distancia y despachó un verdadero misil hacia la puerta; hacia el portero. "Le pegó como con rabia", dijo más tarde Restrepo, el utilero del equipo cuando llegaron los directivos del club a indagar por lo que había pasado. 

Rafael cambió de club. Se fue a un equipo de segunda, que en dos años logró el ascenso. Allí esperó con paciencia tres años más, mientras cosechaba triunfos y marcaba goles. Una tarde de domingo, el fútbol lo puso nuevamente frente a Pérez. Esta vez en la definición del título de Liga. Antes del cobro, Rafael se acercó a Pérez y le dijo al oído: "Pocas veces la vida te da la posibilidad de fusilar simbólicamente a quien se quedó con la mujer que has amado en silencio". 

 

martes, 1 de julio de 2014

Sin diván

No había diván, pero Augusto no paraba de hablar. Le contó todos los detalles de la discusión que tuvo con Juliana la noche anterior. Le detalló día a día los tortuosos tres años que llevaba viviendo con ella. Le habló de sus incomprensiones, del día que tuvo que amarrarla porque quería herirlo con un puñal y del problema en que según él se había vuelto todo. Finalmente, le confesó sus reincidentes intenciones entre suicidas y asesinas, y le detalló todo lo ocurrido. Cuando paró de hablar, miró al frente. Allí seguía ella, escuchándolo sin intervenir, con una grabadora en la mesa, un diploma de abogada en la pared y un letrero traslúcido en la puerta que decía: "Fiscal 4". No había diván.  

domingo, 4 de mayo de 2014

Ginebra con limonada

Solo se me ocurrió pedir una ginebra con limonada. Este trago, algo exótico para un menor de edad procedente de un barrio marginal, lo conocí un día que el papá de una amiga rica se embriagó con sus amigos mientras yo pasaba la pena de conocer a toda la familia. El mesero me lanzó una mirada inquisidora, la cual calmé con un billete sobre la mesa. Estaba tomándome un trago en el bar más costoso que había en la ciudad, como se lo había prometido a ella desde el primero hasta el último día. Tanto el anciano que me atendió como yo sabíamos que mi trago era de clase, pero yo no.

Lo probé, lo saboreé y empecé a tomármelo con lentitud. Cuando iba por la mitad, subí la copa a la altura de la cabeza y grité con fuerza ante la mirada de sorpresa y de reproche de los pocos asistentes al bar aquella noche de martes: ¡a tu salud!... El silencio fue cómplice de aquel momento casi eterno, que solo se rompió con la escandalosa aparición de los 10 policías que entraron por mí. Un asesino de mujeres como yo, a los 17 años de edad, podía darse el lujo de tener una celebración con clase, pero no un arresto silencioso.

jueves, 17 de abril de 2014

Amistad a todo precio

"Todos tenemos un precio", sentenció aquella abogada gorda mientras me explicaba que para poder dejar libre a mi primo Juan necesitábamos de la declaración de Ospina. "Ni él ni yo lo tenemos", le repliqué. "Los principios no se negocian, y sé que él tiene unos tan firmes como los míos", agregué. 

La doctora era una mujer "culta", famosa por su habilidad verbal; así que no le dí tiempos largos para exponer o argumentar. La obligué a hablar con intervenciones cortas, lo que sabía que la incomodaba bastante. "Lo suyo está claro, prefiere hundirse en esta cloaca; pero Ospina está afuera y si usted lo convence... ", "Le repito que es intachable", interpelé. "Nunca haría algo ilegal. Meto la mano al fuego por él. Por eso, ni yo le diría que lo hiciera, ni él esperaría que yo se lo propusiera, y sé que él jamás haría lago así, ni siquiera por esa cantidad de dinero". 

La abogada me miraba con unos ojos obesos como su cuerpo. Era exitosa. No había perdido un solo caso en varios años, pero todos sabían que sus estrategias "jurídicas" eran el engaño y la manipulación. "Ya verá que en dos días declara", sentenció antes de salir.

Ospina había sido un profesional recto. Lo conocí en la Universidad y desde entonces fuimos amigos. Tenía cuerpo de basquetbolista, cara de predicador y mente de teniente. Le gustaba la lectura. Tenía tres hijos y una hoja de vida intachable en sus doce años de trabajo como ingeniero residente en diferentes obras. Hacía ocho meses que no lo veía, desde el día en que me encerraron por acompañar a mi primo a una vuelta por el barrio. 

Era jueves el día que me llamaron a la oficina del director. Estaban él y la abogada. Yo llegué antes que mi primo. La cita era para los dos. "Tiene usted un amigo que lo aprecia demasiado", dijo la abogada con tono de dictadora, y agregó, "Ospina lo aprecia tanto que confesó la verdad". El director me miró complaciente y anunció: "tengo en mis mano la boleta de salida. No quiero problemas. Así que salgan antes de que a él lo entren. Nunca es bueno que un par de hombres buenos, que han pagado casi nueve meses de  cárcel injustamente, se encentren en un pasillo con el culpable de esa injusticia".  Mi primo me abrazó fuerte. 

martes, 15 de abril de 2014

El último contrato

El viejo portón verde de madera que daba a la calle Bolivia y que había sido conservado como entrada al edificio y como recuerdo de la arquitectura colonial derrumbada por el desarrollo, se abrió a las 11:38 de la noche. El portero me despidió con una frase habitual y aplicable a toda la ciudad: "tenga cuidado, que este sector es muy peligroso".  En la recepción me esperaba una pareja de desconocidos, con quienes debía cerrar el negocio. 

No cruzamos más palabras que las de un frío saludo. Tanto ellos como yo, habríamos evitado aquel encuentro de haber sido posible. Salimos en busca de algo de comer, sabiendo que a esa hora el centro de la ciudad es un hervidero social. Ellos llevaban el contrato en un sobre de manila de tamaño oficio y solo necesitaban mi firma, y yo llevaba todas las intenciones de estampar mi rúbrica en aquel maldito papel. 

En el camino hasta la pizzería repasé a mis acompañantes. Ella vestía unos jeans desteñidos y una camiseta que alguna vez fue negra, su pelo estaba en desorden y su cara guardaba muchos interrogantes. Él, vestía un traje formal, pero olvidado. Caminaban mirando al piso, evitaban a la gente y en todo el recorrido nunca me miraron a los ojos. 

Pedímos gaseosa con un trozo de pizza y nos sentamos en el rincón junto al baño. Me bebí la gaseosa de un sorbo, como si fuera un trago fuerte. En medio del bullicio que rondaba el ambiente y de la incomodidad de la situación pedí el documento para firmarlo. No quise leerlo. Firmé, mordí la pizza y salí sin decir palabra. 

Aquella noche recorrí toda la ciudad. Caminé entre delincuentes, jíbaros, prostitutas, borrachos, indigentes y desquiciados. Nadie me miró.  Es como si toda la ciudad supiera que acababa de vender mi alma.  

lunes, 24 de marzo de 2014

Llamada de advertencia...

El teléfono no paraba de repicar. Inicialmente quise ignorarlo, pretendiendo que se hubieran equivocado de habitación. 

Posteriormente, quise suponer que buscaban a la señora que hizo la habitación, pues hacía solo unos minutos acababa de salir; justo cuando yo entraba de la maldita cita en el juzgado de aquella enorme ciudad. Rápidamente recordé que la señora tenía consigo un walkie talkie por el que se comunicaban con ella de la administración. 

Por quincuagésima vez volvió a sonar. Ante la insistencia, quise jugar a las analogías comparando el repicar constante con el llanto de un niño recién nacido que solo reclama atención. Tampoco funcionó. Yo sabía que no requerían de mi atención, que no reclamarían mi presencia; sino que exigirían mi ausencia. 

No paraba de repicar. ¿Sería el mismo sujeto que trató de hablarme antes irme a declarar? Podía hacer lo mismo: contestar y guardar silencio, para volver a escuchar esa voz incierta, que en una sola línea se confundía entre la amenaza y la súplica en tono imperativo: "¿Rodriguez, está ahi?, ¡Rodriguez!, ¡Tengo que hablar con usted, sobre lo que va a declarar!, ¡Rodríguez!"...  Fue lo único que escuché. Un corto silencio en la línea, y yo salí raudo hacia los juzgados del centro. ¿Sería el mismo?, yo ya había declarado y no veía razón para que volviera a llamar.  

No quería contestar. El teléfono guardó silencio un momento, como para coger impulso. Nuevamente empezó a sonar. Hacía una hora había dicho ante un juez lo que realmente yo había visto. Tenía la tranquilidad de todo aquel que dice la verdad. Empaqué el maletín y me dispuse a salir. El teléfono nunca paró de sonar. Lo tenía resuelto, era cuestión de contestar y no hablar. "¡Rodríguez, escúche atentamente: no salga del hotel que lo van a matar, repito: no sala del hotel!". Salí raudo. Mi vuelo salía en 40 minutos y antes debía atender una ineludible cita con la muerte. "¿Rodríguez, escuchó, escuchó?", repetía la voz incierta en un teléfono distante cuando en la puerta del hotel recibí los primeros impactos. "¡Rodríguez, Rodríguez!"... 


sábado, 15 de marzo de 2014

En el estante

Si yo fuera de las personas que le hacen caso a las corazonadas, me habría ido para mi casa aquel 18 de enero sin cruzar la puerta para entrar al almacén. Sentía algo extraño en el ambiente, pero no adivinaba a saber qué: tal vez el nubarrrón negro que se asomaba en el Alto de los Pérez, las dos señoras que conversaban en la entrada, el vigilante exterior que caminaba como si fuera presa de un sonambulismo casual o el carro verde parqueado a 25 metros de la entrada. Todo era tan cotidiano que me sentí extraño. Pese al presentimiento, entré. 

Los buenos tiempos del almacén el Tambor habían terminado el día de mi última visita 28 años atrás. El ambiente era húmedo, lo único que se había renovado era una caja registradora, el aire tenía un olor a tiempo acumulado y las estanterías estaban casi vacías. La cajera era la misma y el administrador también. De no ser por las arrugas marcadas en sus rostros afirmaría sin duda que el tiempo en aquel almacén estaba detenido hace muchos años.

Una empleada delgada, canosa, encorvada y lenta se me acercó sin mirarme. Arrastraba sus palabras al ritmo parsimonioso de sus pies . "¿Olvidó algo,señor Cardona?", me dijo. "No creo", le respondí. "¡Tal vez fue el el tiempo el que se olvidó de mí!". Desde entonces, sigo atrapado en el estante.  

domingo, 9 de marzo de 2014

Ascensor

Pensé en devolverme, en pedir disculpas, retirar lo dicho y decirle que había sido un error mío escribir aquella carta. No lo hice. Sabía que en cuestión de segundos el ascensor se abriría y yo escaparía de aquella vieja oficina y de aquella rutina absurda en la que había perdido 16 años de mi vida. Las luces mostraban los números descendentes que se iluminaban y se apagan de forma consecutiva: 15, 14, 13... Una vez dejara "el maldito piso 6", como lo habíamos denominado, rompería por fin con esa particular marca del sistema esclavista que se conserva en los sistemas de producción postmodernos y que llamamos "jefe". Mantuve la vista en el panel luminoso. Cuando la luz marcó el número 7, avancé hacia adelante la pierna derecha, al mejor estilo del atleta que escucha concentrado la orden de "listos". 

Cuando la puerta se abrió, entré apresurado y con la vista en el techo. Con la misma incomodidad de todos los allí empaquetados, evitando mirar a los eventuales compañeros de aquel estrecho y eterno viaje. Adentro, un nuevo panel luminoso siguió la cuenta regresiva,: 4,3,2... Y luego unos números negativos. Llegué hasta sótano 7, el último, el más hondo. Era el final. Cuando se abrió la puerta, entendí que había caído demasiado bajo. 

domingo, 2 de marzo de 2014

Humo y madrugada

Cualquiera sabe que cuando tocan la puerta de la casa a las 3:00 de la mañana, nada bueno puede esperar. 30 años atrás, cabía la posibilidad de que fuera una broma de algún amigo del barrio, o algún borracho equivocado de casa por los efectos del alcohol. Esta vez, no había error. El miedo anidó de inmediato en el cuerpo de Mauricio. Los golpes a la puerta despertaron el vecindario entero y se transformaron en empujones para tumbarla. Sabía que venían por él. Había pasado tres días allí encerrado, drogado, alejado de todos, purgando en silencio una culpa que no era suya. La puerta cayó y se oyeron pasos hacia la habitación. Mauricio aspiró el último humo de su vida, exhaló lentamente, y su miedo salió volando en compañía de su alma. 


lunes, 6 de enero de 2014

Salto al vacío

Cada que se asomaba por la ventana veía el pasillo de la entrada a los parqueaderos del edificio. El flujo era poco, pero mirar cada carro que salía o entraba era la acción que le permitía mantenerse despierto para tomar las decisiones correctas. La imagen de aquel pasillo era suficiente. Cuatro noches se mantuvo callado, en la misma posición, ante la misma ventana. En cada vehículo que salía fue montando mentalmente los proyectos que tenía pendientes.  En cada carro que entraba, encaramaba las razones para explicar lo que haría. La quinta noche, cuando entró un razón de peso, se lanzó al vacío desde aquella ventana. 

miércoles, 1 de enero de 2014

Noche de ciudad

Pocas veces en su vida había escuchado en las calles de su ciudad un rumor silencioso como el de los amaneceres en el campo. Aquella era una noche diferente. Su ventana le servía de balcón para mirar las sobras que eventualmente cruzaban raudas buscando refugio lejos de las luces del alumbrado público. Por un minuto solo se escuchó el viento. De un momento a otro, comenzaron a mezclarse el ruido de las hojas secas al ser pisadas por las sombras que corrían, las sirenas de la policía que amenazaban con irrumpir en el cuadro de silencios y los sones lejanos de alguna celebración extraña de jóvenes de un barrio vecino. A la vuelta de la esquina reposaban un cadáver y una ciudad que ardía en otro silencio sin fin.